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623. Día 5. El entusiasmo de la navidad (Novena de Navidad)

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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com
Había una vez un pueblo llamado Cedro Alto, donde los árboles milenarios susurraban como si contaran sus secretos al viento y las casas se protegían de el viento bajo la sombra de las montañas, En este pueblo la Navidad era un tiempo de tradiciones arraigadas y corazones cálidos. Sin embargo, este año, un joven llamado Esteban se sentía ajeno a la alegría festiva.

Esteban vivía con su abuelo, un anciano relojero de manos temblorosas y ojos sabios. El abuelo se pasaba los días reparando relojes antiguos, escuchando el tic-tac de las historias del tiempo. Esteban, aunque amaba a su abuelo, se sentía frustrado por su propia incapacidad para comprender el valor de las tradiciones. Para él, la Navidad se había convertido en una repetición monótona de adornos, villancicos y cenas familiares y honestamente no le veía ningun sentido.

Este año, Esteban había decidido no participar en la celebración. No tenía ningún interés en las muestras de afecto, ni los regalos, ni en las luces que parpadeaban sin cesar. Se sentía desconectado de la magia que todos parecían disfrutar. En su lugar, se refugió en el taller de su abuelo, observando en silencio cómo las manos del anciano manipulaban las piezas diminutas de los relojes.

Una tarde, mientras Esteban miraba con desgano el trabajo de su abuelo, éste le entregó un pequeño reloj de bolsillo antiguo. El reloj estaba roto y su esfera, opaca por el tiempo, apenas dejaba ver las agujas.

"Este reloj," dijo el abuelo con una voz suave, "es especial. No marca el tiempo como los demás, sino que marca las pequeñas cosas, los momentos que realmente importan."

Esteban tomó el reloj con curiosidad. "¿Pero qué momentos marca?" preguntó con escepticismo.

"Eso," respondió el abuelo con una sonrisa enigmática, "depende de ti, Esteban. Debes aprender a escuchar el tic-tac del corazón y descubrir los momentos que verdaderamente te hacen feliz."

Esteban, sin entender del todo, guardó el reloj en su bolsillo. Esa noche, mientras el resto del pueblo celebraba y cantaba villancicos de la novena de navidad, él se sentó solo en la ventana, observando las luces de las casas como si fueran estrellas lejanas. Sintió un profundo vacío, una sensación de que se estaba perdiendo algo importante.

En ese momento, recordó las palabras de su abuelo y sacó el reloj de su bolsillo. Al tocar la esfera fría, notó que la aguja minutera se había movido ligeramente. Esteban, intrigado, decidió salir a la calle. Caminó sin rumbo fijo, dejando que el destino lo guiara.

Mientras vagaba por las calles silenciosas, vio a una joven sentada sola en un banco del parque. La joven, llamada Clara, estaba llorando. Esteban, recordando la soledad que él mismo sentía, se acercó a ella.

"¿Qué te pasa?" preguntó con timidez.

Clara le contó que había perdido su collar favorito, un regalo de su abuela fallecida. Esteban, movido por la empatía, decidió ayudarla. Juntos, buscaron en la nieve durante horas, hasta que, finalmente, Esteban encontró el collar entre las hojas caídas de un arbusto y ambos simplemente se pusieron a reir de alegría por haber encontrado el collar y la joven abrazo con ternura a esteban.

La alegría de Clara al recuperar su tesoro fue contagiosa. Al ver su sonrisa, Esteban sintió una punzada de calidez en el pecho. Miró el reloj y notó que la aguja minutera se había movido de nuevo. Esta vez, entendió lo que su abuelo quería decir. El reloj no marcaba el tiempo, sino los momentos en los que el corazón latía con más fuerza: los momentos de conexión, de empatía, de alegría compartida.

A partir de esa n

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Esteban vivía con su abuelo, un anciano relojero de manos temblorosas y ojos sabios. El abuelo se pasaba los días reparando relojes antiguos, escuchando el tic-tac de las historias del tiempo. Esteban, aunque amaba a su abuelo, se sentía frustrado por su propia incapacidad para comprender el valor de las tradiciones. Para él, la Navidad se había convertido en una repetición monótona de adornos, villancicos y cenas familiares y honestamente no le veía ningun sentido.

Este año, Esteban había decidido no participar en la celebración. No tenía ningún interés en las muestras de afecto, ni los regalos, ni en las luces que parpadeaban sin cesar. Se sentía desconectado de la magia que todos parecían disfrutar. En su lugar, se refugió en el taller de su abuelo, observando en silencio cómo las manos del anciano manipulaban las piezas diminutas de los relojes.

Una tarde, mientras Esteban miraba con desgano el trabajo de su abuelo, éste le entregó un pequeño reloj de bolsillo antiguo. El reloj estaba roto y su esfera, opaca por el tiempo, apenas dejaba ver las agujas.

"Este reloj," dijo el abuelo con una voz suave, "es especial. No marca el tiempo como los demás, sino que marca las pequeñas cosas, los momentos que realmente importan."

Esteban tomó el reloj con curiosidad. "¿Pero qué momentos marca?" preguntó con escepticismo.

"Eso," respondió el abuelo con una sonrisa enigmática, "depende de ti, Esteban. Debes aprender a escuchar el tic-tac del corazón y descubrir los momentos que verdaderamente te hacen feliz."

Esteban, sin entender del todo, guardó el reloj en su bolsillo. Esa noche, mientras el resto del pueblo celebraba y cantaba villancicos de la novena de navidad, él se sentó solo en la ventana, observando las luces de las casas como si fueran estrellas lejanas. Sintió un profundo vacío, una sensación de que se estaba perdiendo algo importante.

En ese momento, recordó las palabras de su abuelo y sacó el reloj de su bolsillo. Al tocar la esfera fría, notó que la aguja minutera se había movido ligeramente. Esteban, intrigado, decidió salir a la calle. Caminó sin rumbo fijo, dejando que el destino lo guiara.

Mientras vagaba por las calles silenciosas, vio a una joven sentada sola en un banco del parque. La joven, llamada Clara, estaba llorando. Esteban, recordando la soledad que él mismo sentía, se acercó a ella.

"¿Qué te pasa?" preguntó con timidez.

Clara le contó que había perdido su collar favorito, un regalo de su abuela fallecida. Esteban, movido por la empatía, decidió ayudarla. Juntos, buscaron en la nieve durante horas, hasta que, finalmente, Esteban encontró el collar entre las hojas caídas de un arbusto y ambos simplemente se pusieron a reir de alegría por haber encontrado el collar y la joven abrazo con ternura a esteban.

La alegría de Clara al recuperar su tesoro fue contagiosa. Al ver su sonrisa, Esteban sintió una punzada de calidez en el pecho. Miró el reloj y notó que la aguja minutera se había movido de nuevo. Esta vez, entendió lo que su abuelo quería decir. El reloj no marcaba el tiempo, sino los momentos en los que el corazón latía con más fuerza: los momentos de conexión, de empatía, de alegría compartida.

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