624. Día 6 La bondad de la navidad (Novena de navidad)
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Juan David Betancur Fernandez
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Había una vez un valle que se llenaba de luciérnagas cuando caia la noche y por eso era llamado el valle de las Luciérnagas, En dicho valle la nieve caia como polvo de estrellas y los arboles se llenaban de copos de nieve que resplandecían con la luz de la luna. Allí en medio de aquel valle vivían los habitantes de un pequeño poblado que valoraban mucho la bondad sobre todas las cosas Sin embargo, en una colina aledaña que llamaban la colina silenciosa vivía un anciano llamado Silas. Silas era un viejo ermitaño que no se relacionaba con nadie y del que se decía que tenía el corazón frio y duro como una piedra. Lo que no sabían es que aquel viejo tenía una amargura que le había congelado el corazón.
Silas, en otros tiempos, había sido un hombre generoso y alegre, conocido por su habilidad para tallar juguetes de madera que llenaban de felicidad a los niños del valle. Pero una gran desilusión, una traición que le había calado hasta los huesos, le había llevado a recluirse en su cabaña en la colina, lejos de la vida y de la alegría. Cada Navidad, mientras el valle se llenaba de luces y risas, Silas se encerraba en su soledad, dejando que el resentimiento se alimentara como un fuego oscuro y se encerraba en lo más profundo de su cabaña para no oír o ver la felicidad de los habitantes de aquel pueblo en el valle.
En el corazón del valle, vivía una niña llamada Iris, cuyos ojos brillaban con la misma luz que las luciérnagas que daban nombre a su hogar. Iris, a pesar de su corta edad, poseía una sabiduría que iba más allá de sus años. Observaba el mundo con atención y sentía una profunda empatía por todos los seres vivos.
Un día mientras caminaba con su padre cerca a la cabaña de Silas lo vio en la puerta regando las plantas y le pregunto a su padre quien era el. El padre le contó la historia de Silas y como cuando el era niño era Silas quien le regalaba los mejores juguetes de madera. Y el recordaba con mucho cariño la bondad de aquel hombre hoy encerrado en su casa alejado de la sociedad. Iris vio en los ojos de aquel hombre una mirada triste que le impacto.
Este año, la tristeza de Silas le preocupaba más que los adornos navideños o los regalos.
Iris no entendía por qué Silas, que había sido tan generoso en el pasado, se había cerrado al mundo. Decidió que debía hacer algo. No sabía cómo, pero su corazón le decía que la bondad era la llave para derretir el hielo que había congelado el alma del anciano.
Con la llegada de la Navidad, Iris ideó un plan. Reclutó a sus jóvenes amigos, , y les propuso crear un regalo especial para Silas. No sería un juguete tallado con madera, ni un adorno brillante. Sería un regalo hecho con la bondad y el cariño de sus corazones.
Durante días, los niños trabajaron en secreto. Recogieron las frutas más rojas y dulces del bosque, cosieron pequeñas bolsas de tela con retazos de sus propios vestidos, y escribieron cartas llenas de palabras amables. Cada acción era un acto de bondad, un intento de transmitir la calidez que sentían hacia el solitario anciano.
En la víspera de Navidad, mientras la nieve caía suavemente sobre el valle, Iris y sus amigos subieron hasta la cabaña de Silas. Dejaron los regalos en la puerta, con un pequeño cartel que decía: "Para Silas, con el cariño de los niños del Valle de las Luciérnagas". Luego, se escondieron entre los árboles, esperando que el anciano saliera.
Pasaron las horas y, finalmente, la puerta de la cabaña se abrió. El anciano Silas salió con cautela como siempre pero sus ojos vieron algo que no se esperaba. Una docena de pequeños paquetes de frutilla con notas pegadas, su rost
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