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#202 ¿Vivimos en la era de la mediocridad?

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(NOTAS Y ENLACES DEL CAPÍTULO: https://www.jaimerodriguezdesantiago.com/kaizen/202-vivimos-en-la-era-de-la-mediocridad/)

A principios de los 90, dos artistas rusos llamados Vitaly Komar y Alexander Melamid tuvieron una idea bastante original. Decidieron que contratarían a empresas de investigación de mercados para averiguar cómo era el arte que más se valoraba en distintas partes del mundo. Y después las pintarían. Querían crear una serie de obras que reflejaran las diferencias culturales entre países tan diferentes como Rusia, China, Francia, Kenia o Estados Unidos. La titularían: «La elección del pueblo». Cada una sería diferente y única, un símbolo de la manera especial que tenían los habitantes de cada país de ver el mundo. Pero la cosa no salió como esperaban.

En casi todos los países lo único que la gente quería era un paisaje con algunas figuras alrededor y animales en un segundo plano, con un fondo principalmente azul. Tras terminar aquel trabajo, Komar, uno de los autores, se lamentaba:

«Viajamos por todo el mundo negociando con empresas de estudios de mercado, consiguiendo fondos para hacer las encuestas y acabamos recibiendo una y otra vez los mismos resultados. Pintando una y otra vez, los mismo fondos azules. Buscando la libertad encontramos la esclavitud»

Sin embargo, esa fue precisamente la gracia de su obra. Nos gusta pensar que somos individuos únicos, pero nos parecemos, todos a todos, mucho más de lo que querríamos admitir. Es más: hay quien cree que hoy, 30 años después, vivimos en un tiempo en el que la originalidad ha muerto. En el cine, la moda, la arquitectura, la publicidad o la música todo se parece a todo y todo está dominado por las convenciones y los clichés. Bienvenidos a la era de la mediocridad. ¿O quizás no?

Hace unos meses surgió un pequeño debate en el Programa de desarrollo directivo y liderazgo del Instituto Tramontana. Hablábamos de marketing y yo contaba cómo desde la llegada de Internet se había producido un efecto interesante: se había desbloqueado un mercado que hasta entonces era casi imposible de atender. Lo que en inglés llaman el “long-tail” o la cola larga; es decir, toda esa demanda de productos, servicios o contenidos súper específicas que nadie antes podía abastecer.

Piensa en música rara, en espadas decorativas o en, no sé, podcasts sobre cualquier frikada posible. Vamos, esos mercados que antes eran nichos que no era rentable servir porque estaban dispersos por todo el mundo y ahora, de pronto, sí podemos conectar.

Y entonces Irene, una de las alumnas, me llevó la contraria. E hizo bien. Esa es la gracia de las clases, que todos aprendemos, yo el primero. Bueno, no me llevó la contraria exactamente. Pero sí dijo cómo parece que en lugar de en un mundo cada vez más variado, vivimos en uno cada vez más uniforme. Y nos compartió un artículo realmente interesante de un tipo llamado Alex Murrell sobre el tema en el que cuenta precisamente esa misma historia sobre aquellos artistas rusos con la que hemos empezado.

Y yo, que tiendo a ser obsesivo cuando no encuentro respuestas, llevo dándole vueltas a este debate desde aquella clase. Y ya va siendo hora de llegar a alguna conclusión.

PATROCINADOR DEL CAPÍTULO: Triple Magnesio de BeLevels (descuento con el código KAIZEN)

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A principios de los 90, dos artistas rusos llamados Vitaly Komar y Alexander Melamid tuvieron una idea bastante original. Decidieron que contratarían a empresas de investigación de mercados para averiguar cómo era el arte que más se valoraba en distintas partes del mundo. Y después las pintarían. Querían crear una serie de obras que reflejaran las diferencias culturales entre países tan diferentes como Rusia, China, Francia, Kenia o Estados Unidos. La titularían: «La elección del pueblo». Cada una sería diferente y única, un símbolo de la manera especial que tenían los habitantes de cada país de ver el mundo. Pero la cosa no salió como esperaban.

En casi todos los países lo único que la gente quería era un paisaje con algunas figuras alrededor y animales en un segundo plano, con un fondo principalmente azul. Tras terminar aquel trabajo, Komar, uno de los autores, se lamentaba:

«Viajamos por todo el mundo negociando con empresas de estudios de mercado, consiguiendo fondos para hacer las encuestas y acabamos recibiendo una y otra vez los mismos resultados. Pintando una y otra vez, los mismo fondos azules. Buscando la libertad encontramos la esclavitud»

Sin embargo, esa fue precisamente la gracia de su obra. Nos gusta pensar que somos individuos únicos, pero nos parecemos, todos a todos, mucho más de lo que querríamos admitir. Es más: hay quien cree que hoy, 30 años después, vivimos en un tiempo en el que la originalidad ha muerto. En el cine, la moda, la arquitectura, la publicidad o la música todo se parece a todo y todo está dominado por las convenciones y los clichés. Bienvenidos a la era de la mediocridad. ¿O quizás no?

Hace unos meses surgió un pequeño debate en el Programa de desarrollo directivo y liderazgo del Instituto Tramontana. Hablábamos de marketing y yo contaba cómo desde la llegada de Internet se había producido un efecto interesante: se había desbloqueado un mercado que hasta entonces era casi imposible de atender. Lo que en inglés llaman el “long-tail” o la cola larga; es decir, toda esa demanda de productos, servicios o contenidos súper específicas que nadie antes podía abastecer.

Piensa en música rara, en espadas decorativas o en, no sé, podcasts sobre cualquier frikada posible. Vamos, esos mercados que antes eran nichos que no era rentable servir porque estaban dispersos por todo el mundo y ahora, de pronto, sí podemos conectar.

Y entonces Irene, una de las alumnas, me llevó la contraria. E hizo bien. Esa es la gracia de las clases, que todos aprendemos, yo el primero. Bueno, no me llevó la contraria exactamente. Pero sí dijo cómo parece que en lugar de en un mundo cada vez más variado, vivimos en uno cada vez más uniforme. Y nos compartió un artículo realmente interesante de un tipo llamado Alex Murrell sobre el tema en el que cuenta precisamente esa misma historia sobre aquellos artistas rusos con la que hemos empezado.

Y yo, que tiendo a ser obsesivo cuando no encuentro respuestas, llevo dándole vueltas a este debate desde aquella clase. Y ya va siendo hora de llegar a alguna conclusión.

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