FIRMES EN NUESTRA LIBERTAD
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FIRMES EN NUESTRA LIBERTAD
Antes de encontrar el camino de la salvación y vida eterna, todas las personas sin excepción se encuentran bajo la esclavitud del pecado. De esta esclavitud, las personas son liberadas al tener un encuentro personal con Jesucristo. Esta nueva vida de libertad en Cristo, en ocasiones trae complicaciones, cuando esto ocurre, algunos creyentes inmaduros en la fe, añoran sus vidas sin Cristo, y anhelan volver a sus vidas pasadas donde disfrutaban de los placeres que les ofrece el mundo. Con sus deseos de tener sus vidas pasadas, abandonan su fe, abandonan la salvación que un día recibieron gracias a la bondad y misericordia de Dios. En cuanto al anhelo de algunos seguidores de Cristo de regresar a sus vidas pasadas de esclavitud, el apóstol Pablo les exhorta: “Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud.” Gálatas 5:1 DHH.
Antes de conocer a Cristo Jesús, las personas vivían bajo la maldición de la esclavitud del pecado. Vivían satisfaciendo los deseos más perversos de su carne, los cuales los llevaban directamente a la condenación eterna, lejos de cualquier esperanza futura de salvación y vida eterna. De esa terrible esclavitud, un día fueron liberados, fueron justificados sus pecados y liberados de toda condenación. Todo esto gracias a la bondad y misericordia de Dios. Volver de la libertad en Cristo a la esclavitud del pecado, no es un gran negocio para los creyentes, más bien es un retroceso, por eso, para que ninguno de nosotros caigamos en este terrible error, el apóstol Pablo nos exhorta, a que no volvamos al yugo del pecado, ya que al hacerlo, menospreciaríamos la libertad que Jesucristo nos dio con Su sacrificio en el madero. El apóstol nos pide que nos mantengamos firmes en la fe y en la libertad que tenemos en Cristo.
Si en algún momento de nuestra vida cristiana tomamos la decisión de abandonar nuestra fe en Cristo Jesús, y volvemos a la esclavitud del pecado, en ese momento voluntariamente habremos despreciado la preciosa sangre de Jesucristo, que un día fue derramada por amor a nosotros en la cruz del calvario. Al hacer esto, nos acarrearemos un castigo mucho más grave que el castigo reservado para las personas que nunca aceptaron la libertad que Cristo les ofreció. Por eso, por nada del mundo despreciemos el sacrificio que Cristo hizo por nosotros, mantengámonos firmes en la libertad que nos dio por su gran amor y misericordia. Gracias a Cristo, ahora somos libres de cualquier maldición y atadura del pecado, somos libres de cualquier condenación futura. Ya no hay nada que nos impida disfrutar de la eternidad en la presencia de nuestro amado Padre Celestial.
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