La leyenda de el Nacimiento del Cocotero (Leyendas de la Polinesia)
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Este episodio es diferente, les contare una historia que leí hace mucho tiempo de un escritor francés llamado Bernard Clavel, por desgracia ya no cuento con mi copia del libro, “leyendas de montañas y bosques”, creo que fue uno de esos libros que preste y nunca lo pedí de regreso… como suele sucederme frecuente mente con los libros prestados. O quizás aun este perdido en la librera de mi padre, esperando que otros ojos curiosos encuentren la belleza que guardan sus paginas. Este episodio esta dedicado a dos personas muy especiales, que en su momento no pude agradecerle todo lo que hicieron por mí, me ayudaron a superar, a crecer y ser una mejor persona.
Comencemos entonces con la leyenda de hoy, la leyenda indígena de las tribus de la Polinesia de, el Nacimiento del Cocotero:
El rey, llevaba días desconsolado, dejo de gobernar y nadie podía pedirle consejo “¡Ohh, qué tristeza! Sina, amada mía, princesa mía, no puedo pensar en ninguna otra mujer que no seas tú.” Se lamentaba el rey en su trono. “Sina, Sina, amada mía…”
El Rey le enviaba presentes, frutas, caracoles hasta la pequeña isla en que vivía la joven Sina. Le ofrecía su reino. “Sina, viviendo conmigo tendrás techo, casa, comida y bebida. Conmigo nunca pasarás necesidad.” Le escribía el rey en numerosas cartas. “Eres muy generoso, mi Rey. Mi estimación es la más alta, pero… no te amo. No puedo ser tu esposa... Mi corazón ya no me pertenece” Le responde Sina.
En las Islas Fiji, los hombres y las mujeres estaban preocupados. El bondadoso Rey, Gran Señor del Archipiélago de la Polinesia, moría de amor sin que nadie pudiera ayudarlo.
Cierto día, el rey desesperado… decide consultar a su corte de hechiceros… “Lo siento, mi Señor. Nuestros conjuros, aunque poderosos, no alcanzan el corazón de los hombres, y no tendrán el menor efecto, sobre todo en uno enamorado como el de la joven Sina.”
El rey cayendo sobre sus rodillas, lamentándose profundamente, alzándose sobre el mayor de sus hechiceros le implora: “Conviérteme, conviérteme en anguila, hechicero. Así podré nadar hasta su isla y estar junto a mi amada.” Y así… le obedecieron los hechiceros… La anguila atravesó el mar y se adentro en los ríos, quedándose cerca de la cabaña de Sina, esperando que ella la viera.
La joven la adoptó como mascota, le tomó mucho afecto y siempre la tenía a su lado cuando llegaba a bañarse al rio. Así pasaron los días y los meses, hasta que una mañana… “Princesa Sina. Soy yo. Tu rey. Yo te amo. Acéptame como tu esposo.” Replico la anguila alzando su cuerpo levemente fuera del rio.
La joven huyo despavorida, corrió por toda la isla… “¡Sina, no tengas miedo!… Soy yo, el Rey de las islas. Te amo…” gritaba la anguila arrastrándose con dificultad sobre los senderos de la isla. De tanto arrastrarse fuera del agua, la anguila entró en agonía. Su vida llegaba al fin…
Jadeando la anguila suplica una ultima vez “Sina, princesa, sólo te pido que me entierres junto a tu cabaña. Si aceptas mi pedido, nunca pasarás necesidad.”
Al poco tiempo, en el lugar donde la anguila fue enterrada, nació un árbol, alto y esbelto. Desde entonces, le brindó a Sina y a todo su pueblo, hojas para techar, madera para hacer sus casas y darles calor en las noches frías, un fruto delicioso que era comida y bebida al mismo tiempo.
Sina mientras bebía el agua del fruto, aparecieron tres manchas oscuras que le recuerdan los ojos y la boca de la anguila. Por lo que Sina observando el fruto pronuncia “Eres tú, eres tu mi rey, el rey de las Islas…” Dicen que, cuando el cocotero, con el viento del mar, se balanceaba y siseaba. La princesa sabía que era el rey enamorado pronunciando su nombre. Y que beber agua dulce de los cocos era como besarlo.
Gracias papa, por dejarme jugar de niño en tu enorme librera llena libros. Te amo, sigue jugando futbol en los cielos. Y feliz cumpleaños amiga, espero te haya gustado.
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