2 Domingo C Las bodas de Cana
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Las bodas de Cana
Hoy estamos invitados a una boda. Vamos con Jesús, su madre y los apóstoles. Estamos entusiasmados de pasar unos días de fiesta, buena comida con vino. Un tiempo de alegría, descanso y celebración. Somos testigos del intercambio de promesas, del amor que se consagran marido y mujer para toda la vida. Jesús quería estar ahí para instituir el sacramento del matrimonio y bendecir a todos los casados del mundo. Sabe que nuestro corazón está desbocado y necesitamos sus gracias para poder vivir la vida matrimonial.
Al cabo de unos días, María suena la alarma: el vino se acaba. Hemos bebido demasiado. Una boda sin vino es como un funeral sin el muerto o un bautizo sin bebé. Esa pareja podría ser recordada como la que se le acabó el vino en su boda. María se da cuenta e intenta buscar una solución, aunque no sea su problema. Demuestra que no piensa en sí misma y que está atenta a las necesidades de los demás. Hace lo que todos deberíamos hacer: ir a Jesús. Ella siempre va a Jesús a decirle lo que nos hace falta: el vino espiritual.
Jesús tendría pensado cual sería el primer milagro para comenzar su misión con buen pie. No creo que fuera el convertir agua en vino. La multiplicación de los panes y los peces hubiera sido más adecuado. Pero la palabra de su madre tenía mucho poder para cambiar su opinión. La Virgen nos dirigió las únicas palabras que hemos conservado de ella, que son un resumen de la vida cristiana: Haced lo que él os diga.
Jesús dijo a los sirvientes que llenaran seis tinajas de piedra con agua. Eran bien grandes, con una capacidad de unos 600 litros. Tuvieron que ir a la fuente cercana para acarrear el agua, cubo a cubo. Pensaron que era una pérdida de tiempo, pues ya tenían suficiente agua para la boda. Pero las llenaron hasta el borde, quizá para que se viera que era agua. Jesús les dijo que se la sirvieran al maestresala. Pensaron que este se enfadaría. El agua tenía un color rojizo, quizás debido a que las tinajas estaban sucias. El maestresala se sorprendió por el sabor del agua, un vino añejo, bien madurado, con mucho cuerpo.
Con el vino de Jesús, el ambiente de la boda cambió completamente. A algunos de los apóstoles se le subió a la cabeza. Pedro se volvió más hablador. Judas pensó en vender algunas botellas. El milagro no pudo esconderse. Es un buen ejemplo de que cuando hacemos lo que nos dice Jesús todo sale mejor. Si llenamos las tinajas hasta el borde, si nos damos completamente, Jesús produce el mejor vino. Ese vino fue célebre en los años venideros, el famoso caldo de Jesús. Todavía hoy venden vino en Kef Kenna, el lugar que la tradición dice que la boda tuvo lugar.
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