Bautismo de Jesús
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Bautismo de Jesús
Con el bautismo de Jesús se acaba la Navidad. Es una pena porque nos encantan las fiestas navideñas y ahora nos toca esperar todo un año. Pero estamos al principio de un año nuevo, con toda la emoción que conlleva. Hoy Jesús comienza su vida pública, donde nos muestra su divinidad y nos transmite la buena nueva del evangelio. Y lo hace de la misma manera con que comenzamos nuestra vida cristiana: limpiando con agua nuestro pecado original.
Jesús es Dios, sin pecado ni mancha, y no necesitaba ser bautizado. Sin embargo, quiso pasar por el bautismo de Juan, para purificar el agua y darle poder para limpiarnos. Juan el Bautista no quería bautizarlo. Entendemos porque él quería ser bautizado por Jesús. Estuvieron a punto de pelearse. A la primitiva Iglesia esta fiesta le produjo un poco de duda, porque el bautismo es para los pecadores. Poco a poco se dieron cuenta de que Jesús, como en su muerte en la cruz, tomó sobre sus hombros todos nuestros pecados, nuestras iniquidades, infidelidades, y las sepultó en las aguas del rio Jordán. Del mismo modo que las aguas de un rio limpian todo lo que se encuentran a su paso, ocurre lo mismo cuando nos bautizan.
¿Te acuerdas de tu bautizo? A la mayoría de nosotros nos bautizaron cuando estábamos recién nacidos, y no nos acordamos de nada. A mí me bautizaron al día siguiente de nacer, en la capilla del mismo hospital. Quizá algunos de vosotros tengáis videos del momento, y os podéis ver llorando porque al agua estaba fría y os despertaron de vuestro sueño. Es un buen momento hoy para recordar lo que ocurrió ese día. Si pudiéramos ver el cambio que ocurre en el alma del bebé, cuando el sacerdote vierte el agua sobre su cabeza, nos asombraría enormemente. Es una transformación automática, de un alma cerrada a la gracia, oscura como un agujero negro, a una efusión de luz y brillantez, blanca e inmaculada. De repente el cielo se abre, y aparece Dios resplendente como el sol en todo su esplendor, diciéndonos que somos sus hijos, mientras nos abraza con fuerza en sus brazos. Algo similar ocurrió durante el bautismo de Jesús, cuando los cielos se abrieron y una voz desde lo alto declaró: Este es mi hijo amado.
Somos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Hoy contemplamos una maravillosa manifestación de la Santísima Trinidad. Vemos a las tres personas divinas conjuntamente en acción. El Padre representado por la voz, el Hijo siendo bautizado y el Espíritu Santo volando como paloma. Es la primera vez que vemos en el evangelio una representación gráfica de ellos. Es lo que ocurre en el alma del bebé bautizado, cuando estamos en gracia y conservamos nuestra amistad con Dios, la Santísima Trinidad viene a habitar en nuestra alma.
Bautizar significa sumergir. Hoy es un buen día para sumergirnos, bucear en la inmensidad de Dios. Podemos morir un poco a nosotros mismos, ahogándonos en el agua, y renacer de nuevo, para vivir un año lleno de esperanza y promesas. Salimos del agua como el ave fénix, transformados. Del mismo modo que el agua tocó la piel de Jesús, hoy podemos dejar que Dios lave nuestra alma, purificando nuestras imperfecciones.
josephpich@gmail.com
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