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Zaragoza te habla - Nomenclátor de los Asedios

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Los asedios franceses de 1808 y 1809 han marcado profundamente la historia y el imaginario colectivo de la ciudad, y el nomenclátor urbano es un buen reflejo de ello, con 64 calles, plazas y paseos que actualmente los recuerdan. Sin embargo y de forma llamativa, no fue hasta 1863, medio siglo después de la “francesada” u ocupación francesa de Zaragoza entre los años 1809 y 1813, que las autoridades locales comenzaron a introducir en el callejero de forma sistemática la memoria de algunas de las gestas y personajes que se destacaron en la resistencia previa a la capitulación de 1809. Décadas después, al hilo de la celebración del primer centenario de estos asedios en 1908, una nueva remesa de viales se añadió a esta dinámica. Finalmente, el primer franquismo de la cruzada contra el bolchevismo instrumentalizó la memoria de los asedios para identificarlos con el ideario nacional católico del régimen, y por ello una extensa nómina de viales propagaron su recuerdo, que se unió sin solución de continuidad con aquellos nuevos que habían sido purgados de su pasado “rojo”, constitucional o democrático, desafecto con el nuevo-viejo régimen. En el programa de hoy os propongo que nos centremos en los viales que perdieron su nombre en la primera de las ocasiones citadas, a mediados del siglo XIX, para recuperar de esta forma la memoria de algunas de las antiguas denominaciones que los definieron durante siglos y que desaparecieron con el cambio de rótulo. La génesis de la modificación del nomenclátor en 1863 vino de fuera de la ciudad, porque entre 1858 y 1860 varias Reales disposiciones del Gobierno de España dictaron la necesidad de uniformar la clasificación de las vías públicas y la numeración de sus edificios, algo esencial por cuanto se advertía que el sistema antiguo de numeración por manzanas “ofrecía dificultades invencibles para el hallazgo de casas aun a muchos de sus moradores”. En este proceso se incluyó el cambio de nombre de aquellos viales “impropiamente denominados” por el recuerdo “de hechos y de nombres gloriosos” tanto en “su parte religiosa como en su parte política, civil, militar y literaria”. Los viales “impropiamente denominados” eran aquellos considerados “vulgares y de dudosa celebridad, que repugnan o disuenan”, para los que se proponía con absoluta franqueza “relegarlos al olvido”. Y entre los nuevos nombres propuestos se encontraban una buena representación de “hechos insignes de la guerra de la Independencia”, así como de “aquellos de nuestros progenitores que más se distinguieron por su valor y virtudes en esa lucha”. De esta forma, la calle de los Aguadores, recuerdo de este esencial oficio para el suministro de agua de boca, fue redenominada de Mariano Cerezo. La calle de la Aduana, antes del General del Reino, que recordaba el edificio allí ubicado para el cobro de rentas, devino en la calle de José Palafox. La Subida de la Albardería, calle que provenía de este vial que recordaba el oficio de los albarderos, que realizaban aparejos para las bestias de carga, fue cambiada por el nombre de la calle de Felipe Perena. La calle Ancha del Barrio Curto, recuerdo del oficio de curtidores, sería desde entonces la calle de Agustina de Aragón. La plaza del Carbón, escenario de la compra y venta de este mineral para el consumo urbano, devino en la plaza de Santiago de Sas. La calle Castellana, así llamada por estar trazada sobre el antiguo camino Real a Castilla, pasó a denominarse calle de Basilio Boggiero. La calle de Hilarza, antes de la Sal, que recordaba los talleres de hilados de lana, algodón y lino que en ella se ubicaron, fue convertida en la calle de Casta Álvarez. La antropológica calle Malempedrada, posiblemente uno de esos nombres “vulgares” antes referidos, fue cambiada por el nombre de calle de Telesforo Peromarta. La calle del Medio en el Arrabal, así denominada por encontrarse entre las calles del Horno y de las Casas Nuevas, devino en calle de Jorge Ibort. La calle de la Puerta Quemada, por conducir desde el Coso a esta antigua puerta de la ciudad, fue desde entonces la calle del Heroísmo. La calle del Peso, así llamada por la antigua dependencia Real de pesaje de productos allí ubicada, se convertiría en la calle del Cuatro de Agosto. El Salón de Santa Engracia, paseo más espacioso de la ciudad que conducía a la homónima iglesia, fue redenominada como calle de la Independencia. La antigua calleja de la Soledad, con un nuevo trazado tras la reurbanización del antiguo solar del Hospital de Gracia, se convirtió en la calle de los Sitios. La calle del Tejar, en el Arrabal, que recordaba la cercanía de los tejares municipales, fue redenominada como calle de Pedro Villacampa. Finalmente, la plaza de Santa Fe, por la presencia de este antiguo convento de religiosas dominicas, devino en la plaza de Miguel Salamero. Terminamos así esta audición del último programa de “Zaragoza te habla” de la presente temporada 2019-2020. Ahora que el sol comienza a pegar de forma incontestable, nos retiramos a nuestros cuarteles de verano a preparar nuevos asuntos de la antigua Zaragoza que puedan ser de interés para compartirlos en una próxima ocasión. Salud pública, ánimos y abrazos virtuales, que no os coma la oreja cualquier descerebrado, y que el estío nos sea propicio. A la espera de que nos podamos encontrar nuevamente en las ondas sonoras de la radio, recibid un cordial saludo.
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Finalmente, el primer franquismo de la cruzada contra el bolchevismo instrumentalizó la memoria de los asedios para identificarlos con el ideario nacional católico del régimen, y por ello una extensa nómina de viales propagaron su recuerdo, que se unió sin solución de continuidad con aquellos nuevos que habían sido purgados de su pasado “rojo”, constitucional o democrático, desafecto con el nuevo-viejo régimen. En el programa de hoy os propongo que nos centremos en los viales que perdieron su nombre en la primera de las ocasiones citadas, a mediados del siglo XIX, para recuperar de esta forma la memoria de algunas de las antiguas denominaciones que los definieron durante siglos y que desaparecieron con el cambio de rótulo. La génesis de la modificación del nomenclátor en 1863 vino de fuera de la ciudad, porque entre 1858 y 1860 varias Reales disposiciones del Gobierno de España dictaron la necesidad de uniformar la clasificación de las vías públicas y la numeración de sus edificios, algo esencial por cuanto se advertía que el sistema antiguo de numeración por manzanas “ofrecía dificultades invencibles para el hallazgo de casas aun a muchos de sus moradores”. En este proceso se incluyó el cambio de nombre de aquellos viales “impropiamente denominados” por el recuerdo “de hechos y de nombres gloriosos” tanto en “su parte religiosa como en su parte política, civil, militar y literaria”. Los viales “impropiamente denominados” eran aquellos considerados “vulgares y de dudosa celebridad, que repugnan o disuenan”, para los que se proponía con absoluta franqueza “relegarlos al olvido”. Y entre los nuevos nombres propuestos se encontraban una buena representación de “hechos insignes de la guerra de la Independencia”, así como de “aquellos de nuestros progenitores que más se distinguieron por su valor y virtudes en esa lucha”. De esta forma, la calle de los Aguadores, recuerdo de este esencial oficio para el suministro de agua de boca, fue redenominada de Mariano Cerezo. La calle de la Aduana, antes del General del Reino, que recordaba el edificio allí ubicado para el cobro de rentas, devino en la calle de José Palafox. La Subida de la Albardería, calle que provenía de este vial que recordaba el oficio de los albarderos, que realizaban aparejos para las bestias de carga, fue cambiada por el nombre de la calle de Felipe Perena. La calle Ancha del Barrio Curto, recuerdo del oficio de curtidores, sería desde entonces la calle de Agustina de Aragón. La plaza del Carbón, escenario de la compra y venta de este mineral para el consumo urbano, devino en la plaza de Santiago de Sas. La calle Castellana, así llamada por estar trazada sobre el antiguo camino Real a Castilla, pasó a denominarse calle de Basilio Boggiero. La calle de Hilarza, antes de la Sal, que recordaba los talleres de hilados de lana, algodón y lino que en ella se ubicaron, fue convertida en la calle de Casta Álvarez. La antropológica calle Malempedrada, posiblemente uno de esos nombres “vulgares” antes referidos, fue cambiada por el nombre de calle de Telesforo Peromarta. La calle del Medio en el Arrabal, así denominada por encontrarse entre las calles del Horno y de las Casas Nuevas, devino en calle de Jorge Ibort. La calle de la Puerta Quemada, por conducir desde el Coso a esta antigua puerta de la ciudad, fue desde entonces la calle del Heroísmo. La calle del Peso, así llamada por la antigua dependencia Real de pesaje de productos allí ubicada, se convertiría en la calle del Cuatro de Agosto. El Salón de Santa Engracia, paseo más espacioso de la ciudad que conducía a la homónima iglesia, fue redenominada como calle de la Independencia. La antigua calleja de la Soledad, con un nuevo trazado tras la reurbanización del antiguo solar del Hospital de Gracia, se convirtió en la calle de los Sitios. La calle del Tejar, en el Arrabal, que recordaba la cercanía de los tejares municipales, fue redenominada como calle de Pedro Villacampa. Finalmente, la plaza de Santa Fe, por la presencia de este antiguo convento de religiosas dominicas, devino en la plaza de Miguel Salamero. Terminamos así esta audición del último programa de “Zaragoza te habla” de la presente temporada 2019-2020. Ahora que el sol comienza a pegar de forma incontestable, nos retiramos a nuestros cuarteles de verano a preparar nuevos asuntos de la antigua Zaragoza que puedan ser de interés para compartirlos en una próxima ocasión. Salud pública, ánimos y abrazos virtuales, que no os coma la oreja cualquier descerebrado, y que el estío nos sea propicio. A la espera de que nos podamos encontrar nuevamente en las ondas sonoras de la radio, recibid un cordial saludo.
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