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«El motor del universo»
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(Décimo Aniversario de la Muerte de Roberto Gómez Bolaños)
«Sus holgados pantalones tenían más parches y remiendos que tela original. Estaban precariamente sostenidos por dos tiras de tela que hacían las veces de tirantes, terciadas sobre una vieja y descolorida playera en la que también predominaban los parches y los remiendos. Calzaba un par de zapatos... que evidentemente habían pertenecido a un adulto. Pero lo más característico de su atuendo era la vieja gorra con orejeras....
»—¿Grasa, jefe? —me había preguntado mostrando el cajoncillo de limpiabotas. Y yo estuve a punto de responder que no... pero entonces surgió el presentimiento.... Respondí afirmativamente... y comenzó a realizar su tarea con inusual entusiasmo. Entonces lo observé con mayor atención, y al instante comprendí cuál había sido la razón que justificaba mi presentimiento: aquel niño era la encarnación total de la ternura....
»—¿Cómo te llamas? —le pregunté....
»—... Todos dicen que soy el Chavo del Ocho....
»Le di una buena propina cuando terminó de lustrar mis zapatos. Eso hizo que... se pusiera a bailotear al tiempo que exclamaba:
»—¡Con esto me puedo comprar una torta de jamón... o dos... o tres...!
»Y luego, pronunciando un rápido y entusiasta “gracias”, levantó ágilmente sus arreos de trabajo y se lanzó corriendo a la calle.... Fue entonces cuando descubrí el cuaderno. Lo había dejado a un lado de la banca del parque donde estaba yo sentado.... [Era] el manuscrito más espontáneo que jamás hayan podido ver mis ojos: “El Diario del Chavo del Ocho”.
»[Después de leerlo] por segunda vez... me convencí de que era necesario dar al público la oportunidad de conocer ese mundo extrañamente optimista en que se puede desenvolver un niño que carece de todo menos de eso que sigue siendo el motor del universo: la fe.»1
Con ese prólogo comienza el escritor y actor mexicano Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, su obra titulada El diario del Chavo del Ocho, dando así a conocer la razón por la que lo ha publicado. Y termina el libro con este epílogo:
«... Así... concluye esto que decidimos publicar con el título de “Diario del Chavo del Ocho”. Pero no es (ni debe ser) un final, ya que, salvo obvias excepciones, los diarios se distinguen precisamente por eso: por no tener un final. Y las excepciones suelen ser tristes...»2
Así como Gómez Bolaños escribió que no debía tener un final el diario del personaje que artísticamente encarnó, también creía que no debía tener un final el diario de su propia vida. En su poema titulado «Asilo para el alma» que acostumbraba citar, lo expresaba en los siguientes versos:
Yo que iba tan tranquilo
acercándome al final de mi vida terrenal,
de pronto dudo y vacilo.
¿Es verdad que no hay asilo para el alma?
¿Que morir es dejar de existir? ...
¡No, eso no, por favor!...
Perdóname, Señor, si con esto te incomodo;
sin embargo, de algún modo te lo tengo que decir:
¡No me vayas a salir con que aquí se acaba todo!3
Gracias a Dios, aunque nos haya dejado un triste vacío el final de la vida terrenal de Chespirito, podemos dejar que nos llene de esperanza la fe de que aquí no se acaba todo. Pues es mediante la fe, que es, en efecto, «el motor del universo», que creemos que Jesucristo fue al hogar de su Padre en el cielo a prepararnos un asilo para el alma.4
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net
1 | Roberto Gómez Bolaños, El diario del Chavo del Ocho (México, D.F.: Punto de Lectura, 2005), pp. 7-10. |
2 | Ibíd., p. 155. |
3 | RCN La Radio, «“Asilo para el alma”, poema sobre la muerte escrito por “Chespirito”» 28 noviembre 2014 En línea 20 junio 2015; Redacción El Heraldo.co, «El poema que Chespirito declamó sobre la muerte», 28 noviembre 2014 En línea 19 junio 2015. |
4 | Jn 14:1-3 |
82 episodios
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(Décimo Aniversario de la Muerte de Roberto Gómez Bolaños)
«Sus holgados pantalones tenían más parches y remiendos que tela original. Estaban precariamente sostenidos por dos tiras de tela que hacían las veces de tirantes, terciadas sobre una vieja y descolorida playera en la que también predominaban los parches y los remiendos. Calzaba un par de zapatos... que evidentemente habían pertenecido a un adulto. Pero lo más característico de su atuendo era la vieja gorra con orejeras....
»—¿Grasa, jefe? —me había preguntado mostrando el cajoncillo de limpiabotas. Y yo estuve a punto de responder que no... pero entonces surgió el presentimiento.... Respondí afirmativamente... y comenzó a realizar su tarea con inusual entusiasmo. Entonces lo observé con mayor atención, y al instante comprendí cuál había sido la razón que justificaba mi presentimiento: aquel niño era la encarnación total de la ternura....
»—¿Cómo te llamas? —le pregunté....
»—... Todos dicen que soy el Chavo del Ocho....
»Le di una buena propina cuando terminó de lustrar mis zapatos. Eso hizo que... se pusiera a bailotear al tiempo que exclamaba:
»—¡Con esto me puedo comprar una torta de jamón... o dos... o tres...!
»Y luego, pronunciando un rápido y entusiasta “gracias”, levantó ágilmente sus arreos de trabajo y se lanzó corriendo a la calle.... Fue entonces cuando descubrí el cuaderno. Lo había dejado a un lado de la banca del parque donde estaba yo sentado.... [Era] el manuscrito más espontáneo que jamás hayan podido ver mis ojos: “El Diario del Chavo del Ocho”.
»[Después de leerlo] por segunda vez... me convencí de que era necesario dar al público la oportunidad de conocer ese mundo extrañamente optimista en que se puede desenvolver un niño que carece de todo menos de eso que sigue siendo el motor del universo: la fe.»1
Con ese prólogo comienza el escritor y actor mexicano Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, su obra titulada El diario del Chavo del Ocho, dando así a conocer la razón por la que lo ha publicado. Y termina el libro con este epílogo:
«... Así... concluye esto que decidimos publicar con el título de “Diario del Chavo del Ocho”. Pero no es (ni debe ser) un final, ya que, salvo obvias excepciones, los diarios se distinguen precisamente por eso: por no tener un final. Y las excepciones suelen ser tristes...»2
Así como Gómez Bolaños escribió que no debía tener un final el diario del personaje que artísticamente encarnó, también creía que no debía tener un final el diario de su propia vida. En su poema titulado «Asilo para el alma» que acostumbraba citar, lo expresaba en los siguientes versos:
Yo que iba tan tranquilo
acercándome al final de mi vida terrenal,
de pronto dudo y vacilo.
¿Es verdad que no hay asilo para el alma?
¿Que morir es dejar de existir? ...
¡No, eso no, por favor!...
Perdóname, Señor, si con esto te incomodo;
sin embargo, de algún modo te lo tengo que decir:
¡No me vayas a salir con que aquí se acaba todo!3
Gracias a Dios, aunque nos haya dejado un triste vacío el final de la vida terrenal de Chespirito, podemos dejar que nos llene de esperanza la fe de que aquí no se acaba todo. Pues es mediante la fe, que es, en efecto, «el motor del universo», que creemos que Jesucristo fue al hogar de su Padre en el cielo a prepararnos un asilo para el alma.4
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Roberto Gómez Bolaños, El diario del Chavo del Ocho (México, D.F.: Punto de Lectura, 2005), pp. 7-10. |
2 | Ibíd., p. 155. |
3 | RCN La Radio, «“Asilo para el alma”, poema sobre la muerte escrito por “Chespirito”» 28 noviembre 2014 En línea 20 junio 2015; Redacción El Heraldo.co, «El poema que Chespirito declamó sobre la muerte», 28 noviembre 2014 En línea 19 junio 2015. |
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