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«Él lo que quería era que fuéramos libres»

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(Víspera de la Revolución Mexicana)

«Los zapatistas eran muy buenos para pelear, pues ¿cómo no habían de ser buenos si se subían a los árboles, se cubrían de ramas, y todos tapados andaban como bosque andando? ... Al avanzar... estaban escondidos dentro de los árboles, envueltos en hojas, en ramazones, no se les veía la ropa, y de pronto los balazos caían de quién sabe dónde, como granizada.... [Eran] además, conocedores del rumbo, porque todos eran de por allá de Guerrero, así es de que a fuerza tenían que perder los carrancistas porque estos bandidos tenían sus mañas para pelear. Se cubrían de yerba. Nomás se dejaban los ojos para estar mirando por dónde venían los carrancistas, por dónde venían los villistas, y agarraban buenas posiciones. Como si fuera poco, ponían zanjones tapados con ramas para que se cayera la soldada. ¡Y allí iba uno con todo y caballo! Claro que tenían que acabar con la gente de nosotros. ¡Tenían que ganar! ... pues eran vivos, valientes, sí, eran valientes, aunque fueran unos indios patarrajada, sin un petate en que caerse muertos. Los zapatistas eran gente pobre de por allí, del rumbo, campesinos enlodados....

»Cuando conocí al general Zapata, [él] era delgado, de ojos negros, encarbonados, con su bigote retorcido y su sombrero charro negro, con bordados de plata. Tendría como dos metros, así lo veía yo, ojón, muy ojón, y joven. No era grueso. Era muy bueno, palabra. Por la forma en que nos trató, no era hombre malo.... Zapata no tiraba a ser presidente, como todos los demás. Él lo que quería era que fuéramos libres; pero nunca seremos libres, eso lo alego yo, porque estaremos esclavizados toda la vida. ¿Más claro lo quiere ver? Todo el que viene nos muerde, nos deja mancos, chimuelos, cojos, y con nuestros pedazos hace su casa. Y yo no voy de acuerdo con eso, sobre todo ahora que estamos más arruinados que nunca.»1

Así se expresa Jesusa Palancares, sin vueltas ni rodeos, en la novela Hasta no verte, Jesús mío, ganadora del Premio Mazatlán de Literatura, escrita por la intelectual mexicana Elena Poniatowska. Pero Jesusa, la heroína de la obra, no es simplemente una genial invención de su autora. Poniatowska llegó a conocer a fondo a este formidable personaje en una larga entrevista que tuvo con ella.2 De ahí que, en pasajes como el que acabamos de citar, Josefina Bórquez, alias Jesusa Palancares,3 tuviera la oportunidad de ofrecernos una cándida perspectiva personal del general Emiliano Zapata, de los hombres que tuvo bajo su mando, y de la Revolución Mexicana por la que ellos y ella lucharon.

¡Qué triste que Josefina Bórquez pensara que nunca sería libre, sino que seguiría esclavizada toda la vida! Sin duda se refería a la libertad física, porque la libertad espiritual está al alcance de los más pobres del mundo. «¿No ha escogido Dios a los que son pobres según el mundo para que sean ricos en la fe y hereden el reino que prometió a quienes lo aman?»,4 dice el apóstol Santiago. Porque en la revolución del alma humana que ofrece Jesucristo, el Hijo de Dios, su misión siempre ha sido anunciar buenas nuevas a los pobres y libertad a los cautivos.5

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1 Elena Poniatowska, Hasta no verte, Jesús mío (Barcelona: Plaza & Janés Editores), pp. 101-2.
2 «Elena Poniatowska», ESCRITORAS.COM, 6 abril 2000 En línea 10 junio 2006.
3 Así se refiere a ella Elena Poniatowska en Las soldaderas (México, D.F.: Ediciones Era, 1999), p. 13.
4 Stg 2:5
5 Lc 4:18
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(Víspera de la Revolución Mexicana)

«Los zapatistas eran muy buenos para pelear, pues ¿cómo no habían de ser buenos si se subían a los árboles, se cubrían de ramas, y todos tapados andaban como bosque andando? ... Al avanzar... estaban escondidos dentro de los árboles, envueltos en hojas, en ramazones, no se les veía la ropa, y de pronto los balazos caían de quién sabe dónde, como granizada.... [Eran] además, conocedores del rumbo, porque todos eran de por allá de Guerrero, así es de que a fuerza tenían que perder los carrancistas porque estos bandidos tenían sus mañas para pelear. Se cubrían de yerba. Nomás se dejaban los ojos para estar mirando por dónde venían los carrancistas, por dónde venían los villistas, y agarraban buenas posiciones. Como si fuera poco, ponían zanjones tapados con ramas para que se cayera la soldada. ¡Y allí iba uno con todo y caballo! Claro que tenían que acabar con la gente de nosotros. ¡Tenían que ganar! ... pues eran vivos, valientes, sí, eran valientes, aunque fueran unos indios patarrajada, sin un petate en que caerse muertos. Los zapatistas eran gente pobre de por allí, del rumbo, campesinos enlodados....

»Cuando conocí al general Zapata, [él] era delgado, de ojos negros, encarbonados, con su bigote retorcido y su sombrero charro negro, con bordados de plata. Tendría como dos metros, así lo veía yo, ojón, muy ojón, y joven. No era grueso. Era muy bueno, palabra. Por la forma en que nos trató, no era hombre malo.... Zapata no tiraba a ser presidente, como todos los demás. Él lo que quería era que fuéramos libres; pero nunca seremos libres, eso lo alego yo, porque estaremos esclavizados toda la vida. ¿Más claro lo quiere ver? Todo el que viene nos muerde, nos deja mancos, chimuelos, cojos, y con nuestros pedazos hace su casa. Y yo no voy de acuerdo con eso, sobre todo ahora que estamos más arruinados que nunca.»1

Así se expresa Jesusa Palancares, sin vueltas ni rodeos, en la novela Hasta no verte, Jesús mío, ganadora del Premio Mazatlán de Literatura, escrita por la intelectual mexicana Elena Poniatowska. Pero Jesusa, la heroína de la obra, no es simplemente una genial invención de su autora. Poniatowska llegó a conocer a fondo a este formidable personaje en una larga entrevista que tuvo con ella.2 De ahí que, en pasajes como el que acabamos de citar, Josefina Bórquez, alias Jesusa Palancares,3 tuviera la oportunidad de ofrecernos una cándida perspectiva personal del general Emiliano Zapata, de los hombres que tuvo bajo su mando, y de la Revolución Mexicana por la que ellos y ella lucharon.

¡Qué triste que Josefina Bórquez pensara que nunca sería libre, sino que seguiría esclavizada toda la vida! Sin duda se refería a la libertad física, porque la libertad espiritual está al alcance de los más pobres del mundo. «¿No ha escogido Dios a los que son pobres según el mundo para que sean ricos en la fe y hereden el reino que prometió a quienes lo aman?»,4 dice el apóstol Santiago. Porque en la revolución del alma humana que ofrece Jesucristo, el Hijo de Dios, su misión siempre ha sido anunciar buenas nuevas a los pobres y libertad a los cautivos.5

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1 Elena Poniatowska, Hasta no verte, Jesús mío (Barcelona: Plaza & Janés Editores), pp. 101-2.
2 «Elena Poniatowska», ESCRITORAS.COM, 6 abril 2000 En línea 10 junio 2006.
3 Así se refiere a ella Elena Poniatowska en Las soldaderas (México, D.F.: Ediciones Era, 1999), p. 13.
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