Revista de la Universidad de México No. 131
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Desde febrero de 2007, a lo largo de casi cien entregas, las páginas de esta Revista se vieron honradas con una colaboración mensual de título “Lo que sea de cada quien”. Su autor ahí recuperaba episodios —algunos chuscos, otros emocionantes, todos ellos significativos— de su vida literaria y periodística: amistades y enemistades, epifanías y decepciones, travesías que a menudo vinculaban los espacios de la juventud impetuosa y la madurez escéptica y que lo mismo incluían a escritores, editores, actores, reporteros, representantes de la Iglesia católica, empresarios y un generoso etcétera. En esos textos, a medio camino entre la autobiografía y la confesión, siempre brillaba no sólo la franqueza estricta y juiciosa del memorioso que, guiado por el dicho que daba título a su columna, se planteaba el cometido de reconocer méritos y no olvidar las fallas de sus personajes, sino también su prosa: ejercicios de estilo de un maestro de la precisión, la fina malicia y la inteligencia en los tratos con el idioma. Su autor, Vicente Leñero, ha dejado ya este mundo. El miércoles 3 de diciembre de 2014 , las noticias desalentadoras que sobre su salud nos habían asaltado en los últimos tiempos —asunto sobre el cual él pidió un respetuoso silencio— hablaron de su partida final, a la edad de 81 años. Ahora tenemos la honorable tarea de consignar su pérdida, y la grata misión, que emprendemos en este número a modo de homenaje, de recapitular su polifacético legado. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, recipiendario de premios tan prestigiados como el Biblioteca Breve, el Xavier Villaurrutia y el Nacional de Ciencias y Artes, Vicente Leñero se convirtió en un ejemplar notable de la estirpe, por lo demás fecunda, de polígrafos mexicanos del siglo XX, esa que incluiría a nombres vitales como los de Alfonso Reyes, Octavio Paz o José Emilio Pacheco: escritores para los que el campo de la literatura es un universo amplio y abierto, y en el que las fronteras genéricas no implican la menor prohibición creativa. Leñero sumó en su nómina de haceres literarios tanto cuentos, novelas y obras teatrales como crónicas, reportajes y guiones de cine. Lo mismo practicó con rigor y ambición el nouveau roman y la non fiction novel que puso altas las exigencias del teatro documental; supo revitalizar la escritura cinematográfica con audacias estructurales inéditas y formó parte de una generación de periodistas críticos comprometidos con las luchas por la justicia en el país. Lo que llamaríamos la Constelación Leñero incluye luminarias inaplazables como las novelas ‘Los albañiles’, ‘Asesinato’ y ‘La vida que se va’, los guiones de los filmes ‘Cadena perpetua’, ‘El callejón de los milagros’ y ‘La ley de Herodes’, las piezas teatrales ‘Pueblo rechazado’, ‘¡Pelearán diez rounds!’ y ‘La visita del ángel’ y las estaciones periodísticas del viejo Excélsior y la imprescindible Proceso. Con un itinerario creativo así de fructífero y un temperamento señalado siempre por el alto compromiso humano, resulta fácil comprender el desaliento y la tristeza que la partida de Vicente Leñero ha traído a los integrantes de esta Revista. Hasta siempre, querido y admirado Maestro. Otro gran maestro que se fue, hace exactamente un año, llevaba el nombre de José Emilio Pacheco, cuya inmensa aportación a las letras mexicanas es ponderada con inteligencia y emoción por el novelista Álvaro Uribe, el autor de ‘El taller del tiempo’ y ‘Autorretrato de familia con gato’, entre otros títulos.
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