La santidad un camino de conversión permanente
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30/08/2024 – Hoy celebramos a Santa Rosa de Lima, la primera santa de América Latina, quien junto a San Martín de Porres nos ilumina con su ejemplo de santidad. Su vida, marcada por la devoción y el amor a Dios, es un faro de esperanza y fe para nuestras comunidades.
Luego le dijeron: “Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y hacen oración, lo mismo que los discípulos de los fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben”.Jesús les contestó: “¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos?Llegará el momento en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar”.Les hizo además esta comparación: “Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque se rompera el nuevo, y el pedazo sacado a este no quedará bien en el vestido viejo.Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres; entonces el vino se derramará y los odres ya no servirán más. San Lucas 5,33-39.
Un cambio de raíz
Cuando Jesús nos dice ¡A vino nuevo, odres nuevos! Nos está invitando a hacer un cambio interior, una conversión radical, una transformación profunda de la mente y del corazón para poder ser revestidos de su presencia, de su gracia, para configurarnos con El.
Juan Pablo II en su Exhortación apostólica Eclesia in America nos recordaba una verdad esencial: «el encuentro con Jesús vivo mueve a la conversión» y «nos conduce a la conversión permanente». También nos ha recordado que la meta del camino de conversión es la santidad, es decir, llegar «al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo». Todos estamos llamados a ser santos. Esta vocación universal no es una novedad. Ya el apóstol San Pedro, el primer Papa, exhortaba a los primeros cristianos a responder a su vocación a la santidad poniendo todo empeño en asumir una nueva vida según una nueva condición: «Como hijos obedientes, no se amolden a las apetencias de antes, del tiempo de nuestra ignorancia, más bien, así como el que nos ha llamado es santo, así también ustedes sean santos en toda su conducta, como dice la Palabra: Sean santos, porque santo soy yo.
La santidad es consecuencia y fruto de la metánoia. Metánoia es un término griego que literalmente traducido quiere decir “cambio de mentalidad”.
Jesús inicia su ministerio público invitando justamente a la metánoia:
«Conviértanse (metanoeite) y crean en la Buena Nueva». Como vemos, esta expresión designa mucho más que un mero “cambio de mentalidad”, designa una conversión total de la persona, una profunda transformación interior. Es decir, «no se trata sólo de un modo distinto de pensar a nivel intelectual, sino de la revisión del propio modo de actuar a la luz de los criterios evangélicos». La metánoia es un cambio en la mente y el corazón, es la transformación radical que debemos alcanzar en nuestra realidad más profunda, permitiéndonos vivir una mayor coherencia entre la fe creída y la vida cotidiana. La metánoia lleva finalmente a vivir la vida activa según el designio divino.
Esta progresiva transformación interior cuyo horizonte es la plena conformación con Cristo «no es sólo una obra humana»: es ante todo una obra del Espíritu Santo en nosotros. El Espíritu nos lleva a cambiar nuestro interior, transformando nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, llevándonos a la configuración con el Señor Jesús. Nuestra tarea es cooperar generosa y activamente con la gracia en nuestro proceso de crecimiento y maduración espiritual, para que por la acción divina en nuestros corazones crezca en nosotros el “hombre interior” y así nos volquemos apostólicamente en el cumplimiento del Plan divino.
Medios concretos para una verdadera metánoia
¿Qué puedo hacer para vivir este proceso de conversión o metánoia?
Como dijimos aunque requiere de nuestra libre y decidida respuesta y cooperación, la progresiva configuración con Cristo es ante todo una obra de la gracia en nuestros corazones. Por ello lo primero que debo hacer cada día es pedirle a Dios que Él me inspire y sostenga en mis propios esfuerzos de conversión, para que me convierta totalmente y me asemeje cada vez más con Jesús. El primer pensamiento que debe venir a mi mente apenas despierto en la mañana ha de ser semejante a este:
“¡Quiero ser santo/a! ¡Anhelo configurarme con Cristo, el Hijo de Maria.
¡Mi meta y mi horizonte es alcanzar la plena madurez en Cristo! Hoy, cooperando con la gracia de Dios, quiero caminar un poco más hacia esa meta, convertirme un poco más, reconciliarme un poco más, amar un poco más a María y al Señor Jesús, amar un poco más como Él, crecer un poco más en santidad, para irradiar a Cristo con mi testimonio, con mi caridad, con mis palabras…” Entonces, y a lo largo de la jornada, puedo repetir como jaculatoria esta sencilla oración: “¡Convertime Señor para amar como
vos amas!”
Y porque sin el Señor y sin su gracia nada podemos, es también necesario el continuo recurso a los sacramentos, fuente de gracia abundante que el Señor mismo nos ha dejado en su Iglesia. El sacramento del Bautismo ha
hecho ya de nosotros nuevas criaturas, nos ha transformado interiormente en hombres y mujeres nuevos. Pero ese hombre o mujer nueva debe crecer, fortalecerse y madurar hasta alcanzar la plenitud de la vida de Cristo en nosotros. Para nutrirnos, fortalecernos y purificarnos en nuestro cotidiano combate espiritual, en el continuo empeño por convertirnos más al Señor y ser santos como él es santo, El nos ha dejado el enorme tesoro de la
Eucaristía y el don de la Reconciliación sacramental.
Por el camino de la Oración
Comprendemos también que la perseverancia en la oración es fundamental: quien no reza, reza mal o reza poco, dificilmente se convierte. ¿No advierte el Señor que hemos de vigilar y rezar para no caer en tentación? La oración perseverante es un medio fundamental para permanecer en comunión con el Señor, y desde esa permanencia poder desplegarnos dando fruto abundante de conversión y santidad.
Fundamental es el encuentro y diálogo con Jesús en el Santísimo. Este y. otros momentos fuertes de oración son indispensables, pues son momentos privilegiados de encuentro con Cristo en los que reflexionamos e internalizamos a semejanza de María la palabra de Dios y las enseñanzas de su Hijo contenidas en el Evangelio, y nos nutrimos asimismo de su fuerza para poner por obra lo que El nos dice. La meditación bíblica es en este sentido un instrumento privilegiado de transformación, pues al calor del Encuentro con el Señor y de la meditación de su Palabra, me confronto con Él y me pregunto: “¿Qué tiene El que a mi me falta? ¿Qué tengo yo que me sobra?” Esta práctica me lleva a proponer un medio concreto, realizable, que me ayude a despojarme de algún vicio o pecado habitual y revestirme de una virtud que veo en el Señor. Al cumplir con esta resolución concreta estoy cooperando eficazmente con la gracia del Señor
en el proceso de mi propia conversión.
Estrategias para la conversión
Otro medio fundamental para cooperar con el Espíritu en la obra de mi propia conversión es un planteamiento o estrategia de combate espiritual, con objetivos claros y con medios concretos y realizables. Debo conocerme para saber de qué pecados o vicios debo despojarme y de qué virtudes opuestas he de revestirme. ¿Por dónde empezar? Los maestros espirituales recomiendan plantear la estrategia de combate espiritual en torno a nuestro vicio dominante. Junto con esta propuesta y el esfuerzo por llevarlo adelante, es oportuno revisar los puntos de mi combate espiritual cada semana, quincena o mes, haciendo una evaluación para ajustar lo necesario y renovarme continuamente en los propósitos y medios.
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