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La gratuidad: don que viene de Dios

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04/10/2024 – ¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza. Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.Y tú, Cafarnaún, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno.El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió”. Lucas 10,13-16

La insatisfacción endurece el corazón

Una traba para el corazón agradecido, es la insatisfacción, esto se supera por un don del Espíritu. El don de la gratuidad es una gracia.

Es un fenómeno raro, encontrar hoy este don entre la gente, porque en general buscamos reivindicar hasta el límite de lo exagerado la auto justificación y tenemos la impresión de que no hemos recibido en nada, lo suficientemente importante, como para que nuestra expresión sea gracias. Sino que todo lo hemos conseguido prácticamente sólo con nuestro esfuerzo, con nuestra industria, con nuestra dedicación. Allí nos pone la sociedad del progreso, que además nos vincula al consumo sin límite, a las necesidades sin límites. Una sociedad que ha identificado el hedonismo con la felicidad y se ha equivocado en el camino de elegir el don de la posesión material, como la manera de la satisfacción, de sus necesidades más importantes, en el fondo se hace ingrata.

Pascal Broker, filósofo francés, describe al hombre actual como un bebé gigante, con exigencias desmedidas a la sociedad, cree que nunca recibe bastante y siempre son otros los culpables de que nos vaya como nos va, porque no nos dan lo que necesitamos para vivir, entonces estamos en la permanente insatisfacción.

El corazón mismo de la insatisfacción es la incapacidad de gratitud que hay en nosotros. El corazón se va haciendo duro cuando no nos ejercitamos en el agradecimiento, terminamos por encerrarnos en nosotros mismos. Y nos vamos como incapacitando para la apertura, para la gratuidad ante la vida, con todo lo que ello tiene para ofrecernos de la vida misma. La gracia de la gratitud quiere traernos una nueva actitud frente a la vida. Es una moción del Espíritu el don de la gratitud, gratitud frente a lo recibido, y quiere enseñándonos a mirarlo todo con ojos nuevos, con los ojos de lo dado, de lo entregado que puede ser ofrecido.

Podemos mirar agradecido un nuevo día que se nos da, levantarnos sanos, ver salir el sol, ver despertar el día, como no hacerlo con el don del corazón ensanchado por lo recibido, por el aire que respiramos, por los buenos dones con lo que nos bendice Dios, en lo natural y en lo sobrenatural.

Vivir más conscientemente la gratitud ensancha y agranda el alma. Es bueno dar gracias, es bueno abrirse a la gratitud. No empecemos la mañana con mala onda, con mal humor por el tiempo, por las frustraciones porque nos amargamos desde temprano en la vida porque nos despertamos con un ojo negativo, porque la noticia que escuchamos esta mañana no nos gustó y la verdad que nos dispuso mal, no nos dimos cuenta pero era eso lo que nos tenía mal parados. Así como abrimos la ventana de nuestra propia casa para darle cabida a la luz y al sol que calienta nuestro hogar, así también abramos la ventana del alma a la presencia de Dios que se nos ofrece y se nos regala con gratitud y respondamos en esa misma medida con un corazón agradecido.

Nos hacemos agradecidos ante la vida como don

Si nos ponemos a pensar nos vamos a reconocer agradecidos de todo lo que nos fue dado en la vida, aún aquellos golpes que podemos haber recibido de los que tantas veces nos quejamos. Casi siempre algún porrazo en la vida nos deja un aprendizaje cuando nos damos la oportunidad para reflexionar sobre lo ocurrido. Perdimos un ser querido, perdimos un trabajo, sufrimos una enfermedad, hay una crisis profunda en el corazón, hay una dificultad dura de resolver en los vínculos de las relaciones. Realmente el dolor humano cuando es asumido es una gran escuela. Tanto que Jesús armó su escuela discipular a partir de este eje en la curricula del ejercicio de su magisterio: “El que quiera aprender venga detrás de mí, que cargue con su cruz”, dice el Maestro. Por eso lo más duro tiene que ser agradecido. Cuando hacemos ese ejercicio de agradecimiento desde los lugares más difíciles de la vida, el corazón se hace aún más grande y puede ser desde donde se comienza a hacer en la vida una gran acción de gracias.

La sanidad brota de un corazón en agradecimiento

La acción de gracias nos permite romper con la dureza del corazón, con la coraza que ha creado una sociedad de mercado en donde todo tiene precio, tu vida no lo tiene, nuestros vínculos tampoco. Este don maravilloso de hacer obra de evangelización en Argentina, tampoco tiene precio. No tienen precio los dones que Dios nos regala, en todo caso, si hay alguien que pagó por todos nosotros fue el que canceló todas las deudas, Jesús, cuando entregó su vida por nosotros.

A veces en la búsqueda del agradecimiento en la vida, no terminamos de encontrar el gran motivo por el cual podemos dar gracias, ahora cuando encontramos una gran razón para dar gracias sea cual sea, las desgracias, los malos momentos, también entran por esta corriente y todo queda bañado de un corazón que se eleva a lo alto y lejos de la queja lo ve todo con lo propio que trae la acción de gracias, esto es, la luz propia que nos ofrece la gratuidad, con la bondad propia que nos trae un corazón agradecido, con la cordialidad propia con la que nos podemos relacionar a todo lo que nos rodea en nuestra vida. Está comprobado que una persona es sana en lo más profundo de su ser y en todo lo que hace a su existencia integralmente entendida cuando en su relación con todo lo que hace a la vida, en los ámbitos diversos a donde la vida se va relacionando, tiene un trato de cordialidad, es decir fluye el acontecer en medio de la circunstancia. Es la vinculación cordial con la realidad la que nos determina ese grado de sanidad con la que Dios nos quiere. Cuando uno obra en actitud de gratuidad en lo más hondo de su ser aún todo lo duro y difícil puede ser una ocasión para dar gracias porque si la cruz que representa el dolor, la enfermedad, las pérdidas, las crisis, es un camino por donde Dios nos lleva tantas veces para formarnos y educarnos, para fortalecernos, y para sostenernos en aquel lugar donde nos hace plenamente hijos que es en la confianza, cómo no dar gracias también por todo lo que aparentemente esconde dolor para nosotros. En realidad detrás de todo lo duro y difícil hay un motivo de gracia con la que Dios se comunica a nosotros.

Jesús de alguna manera invita a esto cuando dice ¡Ay de ti Corozaín! ¡Ay de ti Betsaída! Si lo que yo hice en ti, lo hubiera hecho en otros se hubieran convertido. Cuantas cosas Dios obró en nuestras vidas por las cuales nos sobran motivos para dar gracias, lo que pasa es que están olvidadas, no las tenemos tan frescas, no surgen tan rápidamente en la conciencia. A veces, los golpes que vamos recibiendo en lo cotidiano, y la velocidad con la que vivimos no nos dan tiempo para vivir desde ese lugar donde la vida se hace realmente futuro en el presente. No mañana, sino hoy es esperanza, hoy es tiempo de vivirla en plenitud cuando el recuerdo de lo bello que Dios nos sembró en el corazón y de los recuerdos más hermosos que Dios puso en nuestra propia historia se abre al presente con esa certeza de que nos ama, nos amó y nos amará siempre. Es bueno meter la mano en el baúl de los recuerdos y sacar de allí el grandes acontecimientos por los cuales tu vida valió la pena ser vivida, aquel acontecimiento donde todo comenzó a reconstruirse y todo empezó a tener sentido, y todo el sentido de la vida se descubrió detrás de aquel acontecimiento gratuito, ante el cual no hay mas que agradecer, sorprendido y con la apertura vital a todo lo que vendrá. Cuando el corazón es agradecido, el alma se ensancha, cuando no, el alma se encierra.

Corozaín, Betsaída, son ciudades que se cerraron a la visita de Dios. No tenían dentro suyo la lógica de la gratuidad. Habían perdido el don de la relación, de la familiaridad con Dios que los visitaba. El que habían recibido tantos dones y no lo podían recordar.

Hay que superar la amnesia, la incapacidad de recordar a partir de un don de gracia que nos permite meter la mano en el baúl de los recuerdos y encontrar allí algún motivo.

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La insatisfacción endurece el corazón

Una traba para el corazón agradecido, es la insatisfacción, esto se supera por un don del Espíritu. El don de la gratuidad es una gracia.

Es un fenómeno raro, encontrar hoy este don entre la gente, porque en general buscamos reivindicar hasta el límite de lo exagerado la auto justificación y tenemos la impresión de que no hemos recibido en nada, lo suficientemente importante, como para que nuestra expresión sea gracias. Sino que todo lo hemos conseguido prácticamente sólo con nuestro esfuerzo, con nuestra industria, con nuestra dedicación. Allí nos pone la sociedad del progreso, que además nos vincula al consumo sin límite, a las necesidades sin límites. Una sociedad que ha identificado el hedonismo con la felicidad y se ha equivocado en el camino de elegir el don de la posesión material, como la manera de la satisfacción, de sus necesidades más importantes, en el fondo se hace ingrata.

Pascal Broker, filósofo francés, describe al hombre actual como un bebé gigante, con exigencias desmedidas a la sociedad, cree que nunca recibe bastante y siempre son otros los culpables de que nos vaya como nos va, porque no nos dan lo que necesitamos para vivir, entonces estamos en la permanente insatisfacción.

El corazón mismo de la insatisfacción es la incapacidad de gratitud que hay en nosotros. El corazón se va haciendo duro cuando no nos ejercitamos en el agradecimiento, terminamos por encerrarnos en nosotros mismos. Y nos vamos como incapacitando para la apertura, para la gratuidad ante la vida, con todo lo que ello tiene para ofrecernos de la vida misma. La gracia de la gratitud quiere traernos una nueva actitud frente a la vida. Es una moción del Espíritu el don de la gratitud, gratitud frente a lo recibido, y quiere enseñándonos a mirarlo todo con ojos nuevos, con los ojos de lo dado, de lo entregado que puede ser ofrecido.

Podemos mirar agradecido un nuevo día que se nos da, levantarnos sanos, ver salir el sol, ver despertar el día, como no hacerlo con el don del corazón ensanchado por lo recibido, por el aire que respiramos, por los buenos dones con lo que nos bendice Dios, en lo natural y en lo sobrenatural.

Vivir más conscientemente la gratitud ensancha y agranda el alma. Es bueno dar gracias, es bueno abrirse a la gratitud. No empecemos la mañana con mala onda, con mal humor por el tiempo, por las frustraciones porque nos amargamos desde temprano en la vida porque nos despertamos con un ojo negativo, porque la noticia que escuchamos esta mañana no nos gustó y la verdad que nos dispuso mal, no nos dimos cuenta pero era eso lo que nos tenía mal parados. Así como abrimos la ventana de nuestra propia casa para darle cabida a la luz y al sol que calienta nuestro hogar, así también abramos la ventana del alma a la presencia de Dios que se nos ofrece y se nos regala con gratitud y respondamos en esa misma medida con un corazón agradecido.

Nos hacemos agradecidos ante la vida como don

Si nos ponemos a pensar nos vamos a reconocer agradecidos de todo lo que nos fue dado en la vida, aún aquellos golpes que podemos haber recibido de los que tantas veces nos quejamos. Casi siempre algún porrazo en la vida nos deja un aprendizaje cuando nos damos la oportunidad para reflexionar sobre lo ocurrido. Perdimos un ser querido, perdimos un trabajo, sufrimos una enfermedad, hay una crisis profunda en el corazón, hay una dificultad dura de resolver en los vínculos de las relaciones. Realmente el dolor humano cuando es asumido es una gran escuela. Tanto que Jesús armó su escuela discipular a partir de este eje en la curricula del ejercicio de su magisterio: “El que quiera aprender venga detrás de mí, que cargue con su cruz”, dice el Maestro. Por eso lo más duro tiene que ser agradecido. Cuando hacemos ese ejercicio de agradecimiento desde los lugares más difíciles de la vida, el corazón se hace aún más grande y puede ser desde donde se comienza a hacer en la vida una gran acción de gracias.

La sanidad brota de un corazón en agradecimiento

La acción de gracias nos permite romper con la dureza del corazón, con la coraza que ha creado una sociedad de mercado en donde todo tiene precio, tu vida no lo tiene, nuestros vínculos tampoco. Este don maravilloso de hacer obra de evangelización en Argentina, tampoco tiene precio. No tienen precio los dones que Dios nos regala, en todo caso, si hay alguien que pagó por todos nosotros fue el que canceló todas las deudas, Jesús, cuando entregó su vida por nosotros.

A veces en la búsqueda del agradecimiento en la vida, no terminamos de encontrar el gran motivo por el cual podemos dar gracias, ahora cuando encontramos una gran razón para dar gracias sea cual sea, las desgracias, los malos momentos, también entran por esta corriente y todo queda bañado de un corazón que se eleva a lo alto y lejos de la queja lo ve todo con lo propio que trae la acción de gracias, esto es, la luz propia que nos ofrece la gratuidad, con la bondad propia que nos trae un corazón agradecido, con la cordialidad propia con la que nos podemos relacionar a todo lo que nos rodea en nuestra vida. Está comprobado que una persona es sana en lo más profundo de su ser y en todo lo que hace a su existencia integralmente entendida cuando en su relación con todo lo que hace a la vida, en los ámbitos diversos a donde la vida se va relacionando, tiene un trato de cordialidad, es decir fluye el acontecer en medio de la circunstancia. Es la vinculación cordial con la realidad la que nos determina ese grado de sanidad con la que Dios nos quiere. Cuando uno obra en actitud de gratuidad en lo más hondo de su ser aún todo lo duro y difícil puede ser una ocasión para dar gracias porque si la cruz que representa el dolor, la enfermedad, las pérdidas, las crisis, es un camino por donde Dios nos lleva tantas veces para formarnos y educarnos, para fortalecernos, y para sostenernos en aquel lugar donde nos hace plenamente hijos que es en la confianza, cómo no dar gracias también por todo lo que aparentemente esconde dolor para nosotros. En realidad detrás de todo lo duro y difícil hay un motivo de gracia con la que Dios se comunica a nosotros.

Jesús de alguna manera invita a esto cuando dice ¡Ay de ti Corozaín! ¡Ay de ti Betsaída! Si lo que yo hice en ti, lo hubiera hecho en otros se hubieran convertido. Cuantas cosas Dios obró en nuestras vidas por las cuales nos sobran motivos para dar gracias, lo que pasa es que están olvidadas, no las tenemos tan frescas, no surgen tan rápidamente en la conciencia. A veces, los golpes que vamos recibiendo en lo cotidiano, y la velocidad con la que vivimos no nos dan tiempo para vivir desde ese lugar donde la vida se hace realmente futuro en el presente. No mañana, sino hoy es esperanza, hoy es tiempo de vivirla en plenitud cuando el recuerdo de lo bello que Dios nos sembró en el corazón y de los recuerdos más hermosos que Dios puso en nuestra propia historia se abre al presente con esa certeza de que nos ama, nos amó y nos amará siempre. Es bueno meter la mano en el baúl de los recuerdos y sacar de allí el grandes acontecimientos por los cuales tu vida valió la pena ser vivida, aquel acontecimiento donde todo comenzó a reconstruirse y todo empezó a tener sentido, y todo el sentido de la vida se descubrió detrás de aquel acontecimiento gratuito, ante el cual no hay mas que agradecer, sorprendido y con la apertura vital a todo lo que vendrá. Cuando el corazón es agradecido, el alma se ensancha, cuando no, el alma se encierra.

Corozaín, Betsaída, son ciudades que se cerraron a la visita de Dios. No tenían dentro suyo la lógica de la gratuidad. Habían perdido el don de la relación, de la familiaridad con Dios que los visitaba. El que habían recibido tantos dones y no lo podían recordar.

Hay que superar la amnesia, la incapacidad de recordar a partir de un don de gracia que nos permite meter la mano en el baúl de los recuerdos y encontrar allí algún motivo.

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