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El retorno del Estado, con Paolo Gerbaudo

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Hay utopías o distopías, según el rincón en el que te tocara, que han sido. ¿Recuerdan la globalización? Un mundo sin fronteras (ejem), con una integración de sus economías tendente al infinito que iba a convertir la violencia en comercio (nótese que esto era un adelanto). Un mundo sin política y sin historia. Dicho así parece un cuento, pero algunos de sus mandatos principales han resistido décadas, así que era un buen cuento; o se contó con una mano muy firme, tanto da. Uno de esos mandatos que se volvió ley en nuestro contexto de hegemonía neoliberal fue que el Estado no tenía mayor interés en y por lo tanto no debía organizar ningún sector productivo o alcanzar algún objetivo social. Es verdad que se trataba de un planteamiento discursivo, es decir, de otro cuento, pero esta interdicción de la intervención pública (¿han oído lo de los efectos perversos del control de precios, por ejemplo, de la vivienda?), unida al vigor de sus alternativas de mercado (¿recuerdan la eses que iba haciendo Laffer por las páginas salmón?), formaban parte del canon de la política de masas. Hemos dedicado este Pol&Pop a hablar con Paolo Gerbaudo (“Controlar y proteger. El retorno del Estado”, ed. Verso) sobre qué sustituye o se disputa con el neoliberalismo el liderazgo de los signos, ahora que estamos de acuerdo en que el neoliberalismo está en crisis y en que, vaya, no tenemos mucha idea sobre lo que está pasando en el hueco de esta crisis. Gerbaudo mantiene que, pasada la década populista que postcedió al crack de 2008, se ha consolidado un neoestatismo. Es decir, se ha renovado cierto consenso sobre la necesidad de incrementar la intervención estatal en asuntos, sobre todo económicos y de seguridad, respecto a los que, al menos discursivamente, aquella se había proscrito. Esta interpretación, que rivaliza y también se encabalga con otras a las que hemos estado dando vueltas estas temporadas, tiene al menos dos aspectos muy significativos. En primer lugar, esa hegemonía neoestatista no implica que todos los sectores políticos la declinen y la implementen del mismo modo. Poca sorpresa si volvemos aquí sobre la condensación de fuerzas sociales ambivalente que es lo estatal. Enfoques reaccionarios y socialistas agrupan un conjunto de problemas y soluciones antgaónicas respecto a este paso al frente del Estado: Proteger ¿el planeta o las fronteras? ¿la vida o el territorio? ¿la libertad real o el linaje?. Controlar ¿a los de las plantas altas o a quienes limpian los cristales? ¿a los vigilados o a los vigilantes? Por eso, este neoestatismo no viene acompañado de optimismo ni de pesimismo, sino de la constatación de un cambio en el terreno de juego. En segundo lugar ¿qué terreno? El discursivo. Pensar en este terreno no deja de ser resbaladizo. Que los gobiernos socialdemócratas digan que algo les resulta prioritario ¿significa que se va a hacer algo en ese terreno? Qué les vamos a contar. Pero que se consuma de forma masiva la idea de que “no hay mejor política industrial que la que no existe” ¿es, de verdad, lo mismo que exteriorizar como proyecto de país la transición verde? Se trata de una ambivalencia que no solo atañe a la distancia entre lo que se dice y lo que se hace, sino también a los espacios del decir y del hacer que permanecen intangibles (como la estructura de los grandes beneficios y los ingresos del Estado) y los que se encuentran en el prime time de la comunicación política (las políticas sociales o territoriales). Además, tanto el decir como el hacer son poca cosa sin las bases suficientes sobre las que sostener esas posturas, lo que nos lleva, en los finales de este post y del capítulo, a la cuestión de los bloques y las alianzas. Anímense a este paseo con nosotros.
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