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6 Domingo de Pascua

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Amaos unos a otros

Hoy en el Evangelio Jesús eleva el nivel de exigencia a una altura casi imposible: amaos los unos a los otros como yo os he amado. Dios nos ama con amor divino, sin medida; por eso su amor es infinito. Como muestra dio su vida por nosotros. Pero ¿Cómo podemos amar a los demás con su amor si no somos Dios? Precisamente, cuando amamos a Dios, nos presta su amor. Dios es amor y cualquier amor es una participación de su mismo amor. No podemos amar a los demás como él lo hace, pero podemos amarlos con su amor.

Amar a los demás es el resumen del mensaje cristiano. Solían decir de los primeros cristianos: mirad cómo se aman. Es un signo de nuestro amor a Dios. San Agustín solía decir que, sino amamos a nuestro vecino al que vemos, cómo vamos a amar a Dios al que no vemos. Los santos son testigos de un amor especial por los demás. Nos atrae su ejemplo. Es fácil amar a un amigo imaginario, a una actriz de pantalla, una chica en una foto bonita, pero mis hermanos, mi esposo, mi jefe, mi colega, a esos son los que tenemos que amar. Nuestro amor a Dios nos empuja hacia ellos, sin excusas.

Normalmente nos amamos a nosotros mismos primero, luego a los demás, especialmente por lo que pueden hacer por nosotros, y al final a Dios, por si acaso existe. Debemos cambiar nuestra jerarquía de valores, dándole la vuelta como un calcetín. Esa es la auténtica transformación cristiana. El amor de Dios nos ayuda a centrar nuestras prioridades, a completar las piezas del puzle, a mostrarnos todo el panorama. Después de la negación de Pedro, Jesús le preguntó: ¿Me amas más que estos? Él respondió: Si Señor. Entonces ahora puedes cuidar mis ovejas. Una vez me amas con todo tu corazón, puedes amar a los demás con un amor verdadero.

Pero ¿Cómo puedo amar a la gente que no me cae bien? Santa Teresita del Niño Jesús nos lo muestra. Había en su convento una monja vieja y gruñona que todo el mundo intentaba evitar. La santa, venciendo esa antipatía natural, decidió mostrarle su cariño de una manera especial. Tanto que un día esta monja le preguntó extrañada, que había encontrado en ella, para mostrarle esa sonrisa fabulosa. Ella se contesta: “¿Qué me atraía? Jesús escondido en su alma, Jesús que convierte lo más amargo en atrayente.” Somos hermanos y hermanas, y el amor viene de la voluntad: podemos amar a quien queramos. Al principio puede haber una atracción, sentimos que conectamos mejor con unos que con otros, pero con el tiempo se trata de una elección.

Dos cosas nos pueden ayudar a querer mejor a los demás: tratar de no enfadarnos y no juzgar. Es bueno traer a nuestra oración la gente que nos enfada. Es cuestión de centrar nuestras prioridades o ver que ponemos delante de Dios. Nos enfadamos cuando las cosas no salen como queremos, o la gente nos decepciona. Cuando dejamos que Dios sea el centro, nos conformamos con lo que nos ocurra. Si nuestras expectativas son muy elevadas, antes o después nos vamos a estrellar. Es imposible controlarlo todo; algo siempre se escapa de nuestras manos. Intenta no juzgar. El Papa Francisco dice que antes de juzgar deberíamos mirarnos en el espejo. No es nuestro deber el juzgar; corresponde a Dios que sabe todo lo que pasa.

josephpich@gmail.com

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Amaos unos a otros

Hoy en el Evangelio Jesús eleva el nivel de exigencia a una altura casi imposible: amaos los unos a los otros como yo os he amado. Dios nos ama con amor divino, sin medida; por eso su amor es infinito. Como muestra dio su vida por nosotros. Pero ¿Cómo podemos amar a los demás con su amor si no somos Dios? Precisamente, cuando amamos a Dios, nos presta su amor. Dios es amor y cualquier amor es una participación de su mismo amor. No podemos amar a los demás como él lo hace, pero podemos amarlos con su amor.

Amar a los demás es el resumen del mensaje cristiano. Solían decir de los primeros cristianos: mirad cómo se aman. Es un signo de nuestro amor a Dios. San Agustín solía decir que, sino amamos a nuestro vecino al que vemos, cómo vamos a amar a Dios al que no vemos. Los santos son testigos de un amor especial por los demás. Nos atrae su ejemplo. Es fácil amar a un amigo imaginario, a una actriz de pantalla, una chica en una foto bonita, pero mis hermanos, mi esposo, mi jefe, mi colega, a esos son los que tenemos que amar. Nuestro amor a Dios nos empuja hacia ellos, sin excusas.

Normalmente nos amamos a nosotros mismos primero, luego a los demás, especialmente por lo que pueden hacer por nosotros, y al final a Dios, por si acaso existe. Debemos cambiar nuestra jerarquía de valores, dándole la vuelta como un calcetín. Esa es la auténtica transformación cristiana. El amor de Dios nos ayuda a centrar nuestras prioridades, a completar las piezas del puzle, a mostrarnos todo el panorama. Después de la negación de Pedro, Jesús le preguntó: ¿Me amas más que estos? Él respondió: Si Señor. Entonces ahora puedes cuidar mis ovejas. Una vez me amas con todo tu corazón, puedes amar a los demás con un amor verdadero.

Pero ¿Cómo puedo amar a la gente que no me cae bien? Santa Teresita del Niño Jesús nos lo muestra. Había en su convento una monja vieja y gruñona que todo el mundo intentaba evitar. La santa, venciendo esa antipatía natural, decidió mostrarle su cariño de una manera especial. Tanto que un día esta monja le preguntó extrañada, que había encontrado en ella, para mostrarle esa sonrisa fabulosa. Ella se contesta: “¿Qué me atraía? Jesús escondido en su alma, Jesús que convierte lo más amargo en atrayente.” Somos hermanos y hermanas, y el amor viene de la voluntad: podemos amar a quien queramos. Al principio puede haber una atracción, sentimos que conectamos mejor con unos que con otros, pero con el tiempo se trata de una elección.

Dos cosas nos pueden ayudar a querer mejor a los demás: tratar de no enfadarnos y no juzgar. Es bueno traer a nuestra oración la gente que nos enfada. Es cuestión de centrar nuestras prioridades o ver que ponemos delante de Dios. Nos enfadamos cuando las cosas no salen como queremos, o la gente nos decepciona. Cuando dejamos que Dios sea el centro, nos conformamos con lo que nos ocurra. Si nuestras expectativas son muy elevadas, antes o después nos vamos a estrellar. Es imposible controlarlo todo; algo siempre se escapa de nuestras manos. Intenta no juzgar. El Papa Francisco dice que antes de juzgar deberíamos mirarnos en el espejo. No es nuestro deber el juzgar; corresponde a Dios que sabe todo lo que pasa.

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