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3 Domingo de Cuaresma La Purificación del Templo

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Purificación del Templo

En el Evangelio de hoy vemos a Jesús yendo al Templo para rezar. Sin embargo, va a hacer algo muy diferente. Era la fiesta de la Pascua, el día más importante para los judíos, y el Templo estaba a rebosar. La gente tenía que sacrificar un buey o una oveja, si eran ricos, o dos palomas si no lo eran. También tenían que pagar medio shekel, la moneda del Templo. Otras monedas de circulación eran consideradas impuras, pues tenían la imagen de los emperadores paganos. Había mucha actividad económica, de venta de animales y cambio de moneda. Los sacerdotes del Templo se beneficiaban de esas transacciones comerciales. Jesús no pudo aguantarse al ver la casa de su Padre convertida en un mercado. Hizo un látigo con cuerdas y echó a todo el mundo fuera. Debió ser una escena increíble, de película. Intenta hacer lo mismo en el mercado de tu barrio, y verás que rápido te echa el guarda de seguridad.

No pudieron pararlo; estaba lleno de santa ira. Bueyes y ovejas corriendo por doquier, palomas volando contentas de ganar la libertad, y monedas desparramadas por el suelo. La gente escapándose del famoso profeta, con miedo a sus poderes milagrosos. Las autoridades del Templo miraron el pandemonio sin poder hacer nada. No podían pararlo porque tenía razón. Le preguntaron con que autoridad hacía eso. Jesús les habló del templo de su cuerpo y del futuro lugar en el que todos podremos adorar a Dios. No le entendieron.

Jesús nos da ejemplo de cómo reaccionar contra el pecado, contra todo lo que nos separa de Dios. Podríamos pensar que sus acciones fueron demasiado fuertes, que no hacía falta llegar a esas medidas extremas. Todo depende de cómo miramos a nuestra salvación, de nuestro deseo del cielo. Normalmente estamos más preocupados del cuerpo que del alma. A Jesús no le importaba mucho lo que la gente pensaba de él, e hizo lo que tenía que hacer. Nos ayuda a abrir nuestros ojos y a seguir su ejemplo.

Podemos mirar dentro de nosotros y ver cuántos bueyes, cuantas ovejas o palomas tenemos en nuestra alma; demasiadas monedas. ¿Qué haría Jesús si le dejamos entrar en el templo de nuestra alma? Le tenemos miedo, escondiendo nuestros vicios debajo de excusas de todo tipo. Este tiempo de cuaresma es un buen momento para abrir nuestra alma y descubrir nuestra lujuria, soberbia, envidia, avaricia, ira, gula o pereza, lo que llamamos siete pecados capitales, esos pecados que están presentes en nuestra alma de una forma u otra. Si no conseguimos descubrirlos, Jesús no podrá expulsarlos.

El evangelio dice que cuando sus discípulos vieron a Jesús expulsando los mercaderes, se acordaron de las palabras de la Escritura Santa: “el celo de tu casa me consume.” Le pedimos al Señor que tengamos el mismo celo, la misma santa ira, para expulsar todo lo que nos separa de él, para nosotros y para los demás. No tener miedo para ayudar a los demás ver que bueyes o ovejas tienen en su alma, lo que sea que a Dios no le gusta. No podemos olvidar que Jesús viene a buscarnos y no queremos que encuentre nada que le displazca. Y si nos preguntamos qué derecho tiene para entrar en nuestra alma, nos dirá que nos ha creado a su imagen y semejanza.

josephpich@gmail.com

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Purificación del Templo

En el Evangelio de hoy vemos a Jesús yendo al Templo para rezar. Sin embargo, va a hacer algo muy diferente. Era la fiesta de la Pascua, el día más importante para los judíos, y el Templo estaba a rebosar. La gente tenía que sacrificar un buey o una oveja, si eran ricos, o dos palomas si no lo eran. También tenían que pagar medio shekel, la moneda del Templo. Otras monedas de circulación eran consideradas impuras, pues tenían la imagen de los emperadores paganos. Había mucha actividad económica, de venta de animales y cambio de moneda. Los sacerdotes del Templo se beneficiaban de esas transacciones comerciales. Jesús no pudo aguantarse al ver la casa de su Padre convertida en un mercado. Hizo un látigo con cuerdas y echó a todo el mundo fuera. Debió ser una escena increíble, de película. Intenta hacer lo mismo en el mercado de tu barrio, y verás que rápido te echa el guarda de seguridad.

No pudieron pararlo; estaba lleno de santa ira. Bueyes y ovejas corriendo por doquier, palomas volando contentas de ganar la libertad, y monedas desparramadas por el suelo. La gente escapándose del famoso profeta, con miedo a sus poderes milagrosos. Las autoridades del Templo miraron el pandemonio sin poder hacer nada. No podían pararlo porque tenía razón. Le preguntaron con que autoridad hacía eso. Jesús les habló del templo de su cuerpo y del futuro lugar en el que todos podremos adorar a Dios. No le entendieron.

Jesús nos da ejemplo de cómo reaccionar contra el pecado, contra todo lo que nos separa de Dios. Podríamos pensar que sus acciones fueron demasiado fuertes, que no hacía falta llegar a esas medidas extremas. Todo depende de cómo miramos a nuestra salvación, de nuestro deseo del cielo. Normalmente estamos más preocupados del cuerpo que del alma. A Jesús no le importaba mucho lo que la gente pensaba de él, e hizo lo que tenía que hacer. Nos ayuda a abrir nuestros ojos y a seguir su ejemplo.

Podemos mirar dentro de nosotros y ver cuántos bueyes, cuantas ovejas o palomas tenemos en nuestra alma; demasiadas monedas. ¿Qué haría Jesús si le dejamos entrar en el templo de nuestra alma? Le tenemos miedo, escondiendo nuestros vicios debajo de excusas de todo tipo. Este tiempo de cuaresma es un buen momento para abrir nuestra alma y descubrir nuestra lujuria, soberbia, envidia, avaricia, ira, gula o pereza, lo que llamamos siete pecados capitales, esos pecados que están presentes en nuestra alma de una forma u otra. Si no conseguimos descubrirlos, Jesús no podrá expulsarlos.

El evangelio dice que cuando sus discípulos vieron a Jesús expulsando los mercaderes, se acordaron de las palabras de la Escritura Santa: “el celo de tu casa me consume.” Le pedimos al Señor que tengamos el mismo celo, la misma santa ira, para expulsar todo lo que nos separa de él, para nosotros y para los demás. No tener miedo para ayudar a los demás ver que bueyes o ovejas tienen en su alma, lo que sea que a Dios no le gusta. No podemos olvidar que Jesús viene a buscarnos y no queremos que encuentre nada que le displazca. Y si nos preguntamos qué derecho tiene para entrar en nuestra alma, nos dirá que nos ha creado a su imagen y semejanza.

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