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2 Domingo de Pascua

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Tomás

El domingo por la mañana los discípulos de Jesús se encontraban reunidos con las puertas cerradas por miedo de los judíos. Jesús, atravesando las paredes, se situó en medio de ellos y les dijo: “La paz sea con vosotros.” Luego les enseñó sus llagas, abiertas en frente de ellos. No las escondió; allí estaban, bien visibles, desnudas sin vergüenza. Curadas, pero todavía abiertas, con luz atravesándolas. Jesús sonreía, orgulloso de ellas, mostrándolas como medallas. Las palmas de las manos abiertas, sus pies descalzos, se podían ver los agujeros de los clavos. Incluso tenía abierta la túnica con la llaga en su costado. En una ocasión San Josemaría le pidió al escultor que estaba esculpiendo una imagen del Cristo resucitado, que grabara bien las llagas en el mármol diciendo: necesito verlas. Así es como vemos a Jesús en las representaciones de la resurrección, mostrando todo su cuerpo.

¿Por qué Jesús les mostró las llagas al resucitar? Se me ocurren cuatro razones. La primera para mostrarles que era él: soy yo, el mismo pero diferente. No podía aparecerse sin sus llagas; hubieran pensado que era un fantasma. Dicen que los mártires guardan las marcas de su tortura en sus cuerpos gloriosos. Los representamos con ellas, Santa Lucía con sus ojos en un plato, San Sebastián atravesado con flechas, San Lorenzo sosteniendo la parrilla, Santa Catalina de Alejandría con una rueda con cuchillas afiladas. Una vez el Resucitado se le apareció a Santa Teresa Jesús. Ella comentó que había sido el demonio. Al preguntarla porque supo que era el maligno, ella contestó que no tenía las llagas.

La segunda razón es para mostrarnos cuanto nos quiere. Son las pruebas de su amor por nosotros; podemos ver las marcas. Estarán con él para siempre, como un testamento permanente de su amor divino. Como esas madres que han tenido un bebé a través de una Cesárea, y pueden mostrar el corte en el vientre a sus hijos.

La tercera razón es para nuestra contrición. Podemos ver lo que le ha costado la cruz, lo que hemos producido en su cuerpo. Cada vez que le ofendemos, abrimos otra vez sus heridas, las hacemos más grandes. Por eso no nos gusta contemplarlas; nos gustaría que desaparecieran. Preferimos esas imágenes de Jesús hermosas, simpáticas, azucaradas, que nos miran con una sonrisa en sus labios. Nos repelan esos Cristos sufrientes, que muestran todas sus heridas sangrando.

Y la cuarta, para que podamos encontrar refugio en sus llagas. Podía haber dejado los clavos en su carne, pero quiso que estuvieran libres, abiertas para poder entrar. Tenemos cinco puertas, cinco entradas en su humanidad. Cinco lugares, uno especialmente cercano a su corazón, donde podemos encontrar satisfacción, expiación y purificación. Tenemos una larga tradición de santos que nos enseñan como curar nuestras heridas a través de sus llagas. Si el sufrió siendo inocente, que será de nosotros que somos culpables. Como dice el profeta Isaías, “por sus heridas hemos sido curados.” Así, nuestras cicatrices se tornan en medallas, que mostramos con orgullo, una muestra de que podemos sufrir con él, devolverle algo por lo que ha hecho por nosotros.

josephpich@gmail.com

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El domingo por la mañana los discípulos de Jesús se encontraban reunidos con las puertas cerradas por miedo de los judíos. Jesús, atravesando las paredes, se situó en medio de ellos y les dijo: “La paz sea con vosotros.” Luego les enseñó sus llagas, abiertas en frente de ellos. No las escondió; allí estaban, bien visibles, desnudas sin vergüenza. Curadas, pero todavía abiertas, con luz atravesándolas. Jesús sonreía, orgulloso de ellas, mostrándolas como medallas. Las palmas de las manos abiertas, sus pies descalzos, se podían ver los agujeros de los clavos. Incluso tenía abierta la túnica con la llaga en su costado. En una ocasión San Josemaría le pidió al escultor que estaba esculpiendo una imagen del Cristo resucitado, que grabara bien las llagas en el mármol diciendo: necesito verlas. Así es como vemos a Jesús en las representaciones de la resurrección, mostrando todo su cuerpo.

¿Por qué Jesús les mostró las llagas al resucitar? Se me ocurren cuatro razones. La primera para mostrarles que era él: soy yo, el mismo pero diferente. No podía aparecerse sin sus llagas; hubieran pensado que era un fantasma. Dicen que los mártires guardan las marcas de su tortura en sus cuerpos gloriosos. Los representamos con ellas, Santa Lucía con sus ojos en un plato, San Sebastián atravesado con flechas, San Lorenzo sosteniendo la parrilla, Santa Catalina de Alejandría con una rueda con cuchillas afiladas. Una vez el Resucitado se le apareció a Santa Teresa Jesús. Ella comentó que había sido el demonio. Al preguntarla porque supo que era el maligno, ella contestó que no tenía las llagas.

La segunda razón es para mostrarnos cuanto nos quiere. Son las pruebas de su amor por nosotros; podemos ver las marcas. Estarán con él para siempre, como un testamento permanente de su amor divino. Como esas madres que han tenido un bebé a través de una Cesárea, y pueden mostrar el corte en el vientre a sus hijos.

La tercera razón es para nuestra contrición. Podemos ver lo que le ha costado la cruz, lo que hemos producido en su cuerpo. Cada vez que le ofendemos, abrimos otra vez sus heridas, las hacemos más grandes. Por eso no nos gusta contemplarlas; nos gustaría que desaparecieran. Preferimos esas imágenes de Jesús hermosas, simpáticas, azucaradas, que nos miran con una sonrisa en sus labios. Nos repelan esos Cristos sufrientes, que muestran todas sus heridas sangrando.

Y la cuarta, para que podamos encontrar refugio en sus llagas. Podía haber dejado los clavos en su carne, pero quiso que estuvieran libres, abiertas para poder entrar. Tenemos cinco puertas, cinco entradas en su humanidad. Cinco lugares, uno especialmente cercano a su corazón, donde podemos encontrar satisfacción, expiación y purificación. Tenemos una larga tradición de santos que nos enseñan como curar nuestras heridas a través de sus llagas. Si el sufrió siendo inocente, que será de nosotros que somos culpables. Como dice el profeta Isaías, “por sus heridas hemos sido curados.” Así, nuestras cicatrices se tornan en medallas, que mostramos con orgullo, una muestra de que podemos sufrir con él, devolverle algo por lo que ha hecho por nosotros.

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