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592. La princesa Ixquic (Leyenda Maya)

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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com
Había una vez en lo que hoy es yucatan una princesa llamada Ixquic que era hija de un señor maya llamado Cuchumaquic.

Cierto día mientras Cuchumaquic paseaba con su hija por los amplios jardines adyacentes a los templos mayas le contó a su hija que en el inframundo había una árbol que se decía producía unos extraños frutos. Al oír esto la joven pregunto.

Puedo ir yo a ver ese árbol. Seguro que sus frutos deben ser muy sabrosos. El padre inmediatamente le dijo que le estaba prohibido visitar el inframundo y comer de dichos frutos.

Pero la joven Ixquic quedo maravillada de la historia y secretamente hizo nacer un deseo en su corazón de desobedecer a su padre y viajar por ella misma a conocer el árbol y sus frutos.

Una noche, oculta por la oscuridad de la luna nueva Ixquic salió de su palacio y emprendió camino sola hacia el inframundo al que llamaban Pucbalchah. Allí asombrada llego a al pie del misterioso árbol.

.

¡Ah!, dijo , ¡qué frutos tan extraños produce este árbol. No visto otros igual en las tierras de mi padre. Y cuantos tiene en sus ramas. Que me sucedería si cojo uno de ellos. Acaso podría morir.

De pronto una voz que venia de dentro del árbol le respondió.

¿Qué es lo que quieres joven princesa? Estos objetos que vez en las ramas de los arboles no son frutos son calaveras. Dime que deseas.

La joven replico. Deseo los frutos.

Seguro replico de nuevo el árbol .

Sí los deseo, contestó Ixquic.

Muy bien, dijo la calavera que le hablaba . Extiende hacia acá tu mano derecha.

De acuerdo replicó la joven, y con movimientos tembloroeos levantando su mano derecha y la extendió hacia el árbol.

En ese instante la calavera que le hablaba escupió y la saliva cayó directamente en la palma de la mano de la joven princesa Ixquic. Y luego le dijo.

En mi saliva y mi baba te he dado mí descendencia (dijo la voz en el árbol). Ahora mi cabeza ya no tiene nada encima, no es más que una calavera despojada de la carne. Así es la cabeza de los grandes príncipes, la carne es lo único que les da una hermosa apariencia. Y cuando mueren los hombres se espantan a causa de los huesos. Así es también la naturaleza de los hijos, que son como la saliva y la baba, ya sean hijos de un Señor, de un hombre sabio o de un orador. Su condición no se pierde cuando se van, sino se hereda; no se extingue ni desaparece la imagen del Señor, del hombre sabio o del orador, sino que la dejan en sus hijas y en hijos que engendran. Esto mismo he hecho yo contigo. Sube, pues, a la superficie de la tierra, que no morirás. Confía en mi palabra que así será, dijo la cabeza de Hun-Hunahpú

Cuando Ixquic regresó a su casa, supo que se había quedado embarazada inmediatamente por haber estado en contacto con la saliva de la calavera

Llegó, pues, la joven a su casa y después de haberse cumplido seis meses, fue advertido su estado por su padre, el llamado Cuchumaquic. Al instante fue descubierto el secreto de la joven por el padre, y mando a llamar el consejo de señores de xibalba. Diciendoles. .

Mi hija está preñada; ha sido deshonrada, exclamó Cuchumaquic cuando compareció ante los Señores.

Está bien, dijeron estos. Oblígala a declarar la verdad, y si se niega a hablar, ca

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Cierto día mientras Cuchumaquic paseaba con su hija por los amplios jardines adyacentes a los templos mayas le contó a su hija que en el inframundo había una árbol que se decía producía unos extraños frutos. Al oír esto la joven pregunto.

Puedo ir yo a ver ese árbol. Seguro que sus frutos deben ser muy sabrosos. El padre inmediatamente le dijo que le estaba prohibido visitar el inframundo y comer de dichos frutos.

Pero la joven Ixquic quedo maravillada de la historia y secretamente hizo nacer un deseo en su corazón de desobedecer a su padre y viajar por ella misma a conocer el árbol y sus frutos.

Una noche, oculta por la oscuridad de la luna nueva Ixquic salió de su palacio y emprendió camino sola hacia el inframundo al que llamaban Pucbalchah. Allí asombrada llego a al pie del misterioso árbol.

.

¡Ah!, dijo , ¡qué frutos tan extraños produce este árbol. No visto otros igual en las tierras de mi padre. Y cuantos tiene en sus ramas. Que me sucedería si cojo uno de ellos. Acaso podría morir.

De pronto una voz que venia de dentro del árbol le respondió.

¿Qué es lo que quieres joven princesa? Estos objetos que vez en las ramas de los arboles no son frutos son calaveras. Dime que deseas.

La joven replico. Deseo los frutos.

Seguro replico de nuevo el árbol .

Sí los deseo, contestó Ixquic.

Muy bien, dijo la calavera que le hablaba . Extiende hacia acá tu mano derecha.

De acuerdo replicó la joven, y con movimientos tembloroeos levantando su mano derecha y la extendió hacia el árbol.

En ese instante la calavera que le hablaba escupió y la saliva cayó directamente en la palma de la mano de la joven princesa Ixquic. Y luego le dijo.

En mi saliva y mi baba te he dado mí descendencia (dijo la voz en el árbol). Ahora mi cabeza ya no tiene nada encima, no es más que una calavera despojada de la carne. Así es la cabeza de los grandes príncipes, la carne es lo único que les da una hermosa apariencia. Y cuando mueren los hombres se espantan a causa de los huesos. Así es también la naturaleza de los hijos, que son como la saliva y la baba, ya sean hijos de un Señor, de un hombre sabio o de un orador. Su condición no se pierde cuando se van, sino se hereda; no se extingue ni desaparece la imagen del Señor, del hombre sabio o del orador, sino que la dejan en sus hijas y en hijos que engendran. Esto mismo he hecho yo contigo. Sube, pues, a la superficie de la tierra, que no morirás. Confía en mi palabra que así será, dijo la cabeza de Hun-Hunahpú

Cuando Ixquic regresó a su casa, supo que se había quedado embarazada inmediatamente por haber estado en contacto con la saliva de la calavera

Llegó, pues, la joven a su casa y después de haberse cumplido seis meses, fue advertido su estado por su padre, el llamado Cuchumaquic. Al instante fue descubierto el secreto de la joven por el padre, y mando a llamar el consejo de señores de xibalba. Diciendoles. .

Mi hija está preñada; ha sido deshonrada, exclamó Cuchumaquic cuando compareció ante los Señores.

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