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560. Pescador, Lucero y Rio

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Juan David Betancur
elnarrodororal@gmail.com
Hoy tenemos un cuento basado en una canción llamada pescador, Lucero y rio de Silva y Villalba. Se las recomiento.

Había una vez un pescador que vivía en un pequeño bohío de madera y paja. El pescador tenía siempre la misma rutina. Cuando el sol había caido sobre el horizonte y los colores de la noche comenzaban a tomar forma en el firmamento, el pescador se preparaba para la labor nocturna de salir a tirar la atarraya que siempre lo acompañaba.

La atarraya había estado con el como única compañía desde que su familia lo había abandonado y el se había quedado solo. Ta atarraya era pues para el la herramienta que le servia para tomar el sustento diario y para con los excedentes poder subir al pueblo y comprar algunos viveres.

Aquella noche, como todas las noches el barquero simplemente se coloco su camiseta raida por el uso diario y una pantaloneta desteñida que ya había abandonado sus colores hace muchos años. Tomando un balde de plástico, se dirigió a la oriya del rio que deambulaba plácidamente por la región. Su bohío estaba a escasos metros de aquel rio y podía sentir el suave murmullo que este producia cuando acariciaba las piedras de la orilla.

Aquel pescador tenía su barca al lado mismo de su humilde bohío y después de salir de el tomaba el frente de la barca y jalándola la arrastraba hasta que esta empezaba a sentir el movimiento del rio. Después de colocarla enteramente sobre las aguas calmas levantaba el bulto con la atarraya y lo dejaba caer pesadamente sobre los maderos desgastados y grises de su barca.

Aquel día era otro día como cualquiera y la noche era otra noche como cualquiera. O al menos así creía el pescador.

Después de remar silenciosamente, el pescador y su barca se dirigían delicadamente a un meandro formado por el rio donde el pescador sabía que los peces más grandes se refugiaban para descansar durante la noche. Infinidad de noches había pasado anteriormente en el mismo lugar y sabía muy bien que era allí podría tirar las redes

Pero aquella vez algo sucedió totalmente diferente. La noche era brillante, con miles de estrellas reflejándose sobre aquel placido lugar del rio. Como de costumbre el barquero recogio la atarraya y la lanzo como solo un curtido pescador lo puede hacer. Aquel manojo de cuerdas se abrio como un gran abanico y suavemente se deposito en la superficie del agua. Con delicadeza pero con energía constante el barquero comenzó a recoger la red, pero algo le llamo la atención. El peso de la red era el mismo y ciertamente no había recogido ningun pez. Pero en la red había una luz que nunca había estado allí. Levantando la red la puso en su barca y abriendo las líneas de la red vio que en su red había atrapado un lucero.

Un lucero que antes estaba en el cielo y que reposaba en el agua junto con otros tantos miles de reflejos de las estrellas había quedado atrapado en uno de los dobleces de la red. El pescador que durante un sin numero de años había observado el titilar pálido de las estrellas rápidamente reconoció el origen. Tenía un lucero en sus redes.

De la alegría que esto le produjo, remo cautelosamente hasta la orilla de rio al frente de su bohío y con suavidad llevo la red hasta el interior de su hogar. Allí estiro la red de nuevo y dejo salir el lucero que sintiéndose libre subió a lo alto del bohío y desde allí ilumino aquella vivienda.

El Barquero no podía creer lo que veía. Su pequeño hogar que siempre había sido oscuro durante las noches al no tener más que un velón encendido ahora estaba iluminado en su totalidad con la más calidad de las luces que ser humano pudiera so

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Había una vez un pescador que vivía en un pequeño bohío de madera y paja. El pescador tenía siempre la misma rutina. Cuando el sol había caido sobre el horizonte y los colores de la noche comenzaban a tomar forma en el firmamento, el pescador se preparaba para la labor nocturna de salir a tirar la atarraya que siempre lo acompañaba.

La atarraya había estado con el como única compañía desde que su familia lo había abandonado y el se había quedado solo. Ta atarraya era pues para el la herramienta que le servia para tomar el sustento diario y para con los excedentes poder subir al pueblo y comprar algunos viveres.

Aquella noche, como todas las noches el barquero simplemente se coloco su camiseta raida por el uso diario y una pantaloneta desteñida que ya había abandonado sus colores hace muchos años. Tomando un balde de plástico, se dirigió a la oriya del rio que deambulaba plácidamente por la región. Su bohío estaba a escasos metros de aquel rio y podía sentir el suave murmullo que este producia cuando acariciaba las piedras de la orilla.

Aquel pescador tenía su barca al lado mismo de su humilde bohío y después de salir de el tomaba el frente de la barca y jalándola la arrastraba hasta que esta empezaba a sentir el movimiento del rio. Después de colocarla enteramente sobre las aguas calmas levantaba el bulto con la atarraya y lo dejaba caer pesadamente sobre los maderos desgastados y grises de su barca.

Aquel día era otro día como cualquiera y la noche era otra noche como cualquiera. O al menos así creía el pescador.

Después de remar silenciosamente, el pescador y su barca se dirigían delicadamente a un meandro formado por el rio donde el pescador sabía que los peces más grandes se refugiaban para descansar durante la noche. Infinidad de noches había pasado anteriormente en el mismo lugar y sabía muy bien que era allí podría tirar las redes

Pero aquella vez algo sucedió totalmente diferente. La noche era brillante, con miles de estrellas reflejándose sobre aquel placido lugar del rio. Como de costumbre el barquero recogio la atarraya y la lanzo como solo un curtido pescador lo puede hacer. Aquel manojo de cuerdas se abrio como un gran abanico y suavemente se deposito en la superficie del agua. Con delicadeza pero con energía constante el barquero comenzó a recoger la red, pero algo le llamo la atención. El peso de la red era el mismo y ciertamente no había recogido ningun pez. Pero en la red había una luz que nunca había estado allí. Levantando la red la puso en su barca y abriendo las líneas de la red vio que en su red había atrapado un lucero.

Un lucero que antes estaba en el cielo y que reposaba en el agua junto con otros tantos miles de reflejos de las estrellas había quedado atrapado en uno de los dobleces de la red. El pescador que durante un sin numero de años había observado el titilar pálido de las estrellas rápidamente reconoció el origen. Tenía un lucero en sus redes.

De la alegría que esto le produjo, remo cautelosamente hasta la orilla de rio al frente de su bohío y con suavidad llevo la red hasta el interior de su hogar. Allí estiro la red de nuevo y dejo salir el lucero que sintiéndose libre subió a lo alto del bohío y desde allí ilumino aquella vivienda.

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