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La carta del adiós de Lisandro de la Torre

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Esta es una carta de adiós, la despedida de un incansable polemista. Lisandro de la Torre fue abogado, escritor, periodista, legislador y candidato a presidente de la Argentina en 1916. Participó de la creación de la Unión Cívica Radical y fue el primer presidente de la Liga Argentina de los Derechos del Hombre, en un mundo que se precipitaba hacia la pesadilla totalitaria. Un lector de las corrientes filosóficas influyentes de su época, un hombre que enfrentó -muchas veces en soledad- a la corrupción y los negociados de la Década Infame. El pensaba que la prosperidad del país, en ese entonces Argentina era una nación rica, debía ser acompañada por la transparencia de las instituciones políticas. Hablaba de la descentralización del poder de las provincias, defendía la reforma electoral de Sáenz Peña, pensaba que había que limitar el poder de los gobernantes… En fin, puntos relevantes para consolidar una verdadera democracia. Como senador, presentó un informe contundente sobre los perjuicios del acuerdo entre Argentina e Inglaterra sobre el comercio de carne. Algo que ponía en evidencia las corruptelas del gobierno de Agustín P. Justo. En 1937, cansado de luchar contra un sistema de corrupción que involucraba a grandes funcionarios, De la Torre presentó su renuncia al Senado. Y se fue a su casa. Escribía algunos artículos y salía cada tanto a dar conferencias. La última fue un año antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Y dijo: “La hora de la espada pasó y el mundo, harto de sobresaltos, deberá volver a la moderación, al respeto del derecho de los tratados y de la paz”. En 1939, puso fin a su vida con un disparo al corazón. Antes, dejó esta carta a familiares y amigos. Lee el actor Francisco Civit.

***

Queridos amigos:

Les ruego se hagan cargo de la cremación de mi cadáver. Deseo que no haya acompañamiento público, ni ceremonia laica religiosa alguna, ni acceso de curiosos y fotógrafos a ver el cadáver, con excepción de las personas que ustedes especialmente autoricen. Si fuera posible, debería depositarse hoy mismo mi cuerpo en el crematorio e incinerarlo mañana temprano, en privado. Mucha gente buena me respeta y me quiere y sentirá mi muerte. Eso me basta como recompensa. No debe darse una importancia excesiva al desenlace final de una vida, aún cuando sean otras las preocupaciones vulgares. Si ustedes no lo desaprueban desearía que mis cenizas fueran arrojadas al viento. Me parece una forma excelente de volver a la nada, confundiéndose con todo lo que muere en el Universo. Me autoriza a darles este encargo el afecto invariable que nos ha unido. Adiós. Lisandro de la Torre

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Esta es una carta de adiós, la despedida de un incansable polemista. Lisandro de la Torre fue abogado, escritor, periodista, legislador y candidato a presidente de la Argentina en 1916. Participó de la creación de la Unión Cívica Radical y fue el primer presidente de la Liga Argentina de los Derechos del Hombre, en un mundo que se precipitaba hacia la pesadilla totalitaria. Un lector de las corrientes filosóficas influyentes de su época, un hombre que enfrentó -muchas veces en soledad- a la corrupción y los negociados de la Década Infame. El pensaba que la prosperidad del país, en ese entonces Argentina era una nación rica, debía ser acompañada por la transparencia de las instituciones políticas. Hablaba de la descentralización del poder de las provincias, defendía la reforma electoral de Sáenz Peña, pensaba que había que limitar el poder de los gobernantes… En fin, puntos relevantes para consolidar una verdadera democracia. Como senador, presentó un informe contundente sobre los perjuicios del acuerdo entre Argentina e Inglaterra sobre el comercio de carne. Algo que ponía en evidencia las corruptelas del gobierno de Agustín P. Justo. En 1937, cansado de luchar contra un sistema de corrupción que involucraba a grandes funcionarios, De la Torre presentó su renuncia al Senado. Y se fue a su casa. Escribía algunos artículos y salía cada tanto a dar conferencias. La última fue un año antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Y dijo: “La hora de la espada pasó y el mundo, harto de sobresaltos, deberá volver a la moderación, al respeto del derecho de los tratados y de la paz”. En 1939, puso fin a su vida con un disparo al corazón. Antes, dejó esta carta a familiares y amigos. Lee el actor Francisco Civit.

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Queridos amigos:

Les ruego se hagan cargo de la cremación de mi cadáver. Deseo que no haya acompañamiento público, ni ceremonia laica religiosa alguna, ni acceso de curiosos y fotógrafos a ver el cadáver, con excepción de las personas que ustedes especialmente autoricen. Si fuera posible, debería depositarse hoy mismo mi cuerpo en el crematorio e incinerarlo mañana temprano, en privado. Mucha gente buena me respeta y me quiere y sentirá mi muerte. Eso me basta como recompensa. No debe darse una importancia excesiva al desenlace final de una vida, aún cuando sean otras las preocupaciones vulgares. Si ustedes no lo desaprueban desearía que mis cenizas fueran arrojadas al viento. Me parece una forma excelente de volver a la nada, confundiéndose con todo lo que muere en el Universo. Me autoriza a darles este encargo el afecto invariable que nos ha unido. Adiós. Lisandro de la Torre

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