Cartas de Amor y Desamor: La Pasión Íntima de Ingrid Bergman
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Señores y señoras, cartas de una leyenda. De un ícono, de una estrella en el sentido más cabal y menos frívolo del término. De una mujer de convicciones fuertes, que se negó a ser solo una cara bonita -bellísima por cierto- y se convirtió en una de las grandes actrices de la historia del cine mundial. Me refiero a Ingrid Bergman. Huérfana a una edad muy temprana, la sueca comenzó a actuar para vencer su traumática timidez. Y vaya si lo logró. Terminó ganando tres premios Oscar y protagonizando películas icónicas como “Casablanca”, “Te querré siempre” y “Por quién doblas las campanas”, además de ser una de las musas de Alfred Hitchcock. “El mundo venera la originalidad”, era una de sus máximas, que intentó cumplir hasta el día de su muerte. En su vida privada, si es que puede existir tal cosa en una figura tan pública, intentó huir de los estereotipos. De fiel esposa, de buena madre y de mujer intachable. Este episodio contiene dos cartas suyas. Una de amor y otra de desamor. La primera es de amor, de ilusión y va dirigida a Petter Lindstrom, su primer esposo, a pocos días de la boda. Por cierto, un casamiento que terminó en escándalo porque ella se enamoró del director de cine Roberto Rosellini. La segunda carta va dirigida a Rosellini y está plagada de los sinsabores que también tuvo ese vínculo. Lee la actriz y cineasta Alejandra Reyes.
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Amor mío, único, espléndido y maravilloso: sería admirable que estuvieras en mi camerino y yo pudiera sentarme en tu regazo. Sin ti todo resulta insulso. Han de transcurrir cinco horas para que nos veamos y once días para que nos casemos. ¡El tiempo no pasa! ¿Cómo lo soporto? ¡Ojalá pudiera besarte uná y mil veces! Jamás me abandonarás, ¿verdad? Yo jamás me separaré de tí. Quiero estar contigo siempre, siempre, siempre. Faltan únicamente once días para nuestro enlace. Tengo que reunirme ahora con los fotógrafos, pero no dejaré de pensar en ti. ¡Qué atractivo eres! ¡Qué superior a los demás hombres! Estoy loca por ti. No puedo contenerme. Dentro de cinco horas y once días, seré tuya... Tuya...
Ingrid
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Telefoneé diez veces diarias como una tonta. Me gusta pasar las noches en blanco en conversación, como a usted. ¿Dónde parará la libertad de que hablo, si debo estar todas las noches en casa a las dos? También es una tontería telefonear a un hotel que se halla en íntimo contacto con la prensa. Descubrí a mi regreso de las montañas que se ha escrito demasiado sobre nosotros. Y en la ciudad se dice que mi matrimonio ha fracasado y que de ahora en adelante usted hará todas mis películas. Se rumora que le seguí a Nueva York: un nuevo triángulo dramático ha surgido en Hollywood. Y así, por el estilo, se expresa la prensa sensacionalista. Como ello me apena, no quiero echar más leña al fuego con conferencias telefónicas cotidianas. Entiéndame y ayúdeme. No tuve tiempo para despedirme de la gente y ponerme sentimental, por lo menos, hasta que vi a Peter en el aeropuerto, solitario y silencioso. Una vez más advertí mi egoísmo, y ahora, mientras estoy aquí, no hago más sino ir al teatro y esperar, una vez más. Todo el mundo me pregunta qué hay entre nosotros dos. Por eso, me encerré en mi habitación a contemplar su fotografía. Aún lo sigo haciendo.
Ingrid
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