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Un año después del sismo, los turcos siguen esperando que se cumplan las promesas de Erdogan

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El ruido de palas excavadoras recogiendo escombros es el sonido que marca todavía la vida cotidiana de Antioquía y de muchas otras ciudades del sur de Turquía afectadas por el terremoto que, el 6 de febrero del año pasado, sacudió esta zona y el norte de Siria, matando a más de 60.000 personas, destruyendo 680.000 viviendas y dejando a 3 millones de personas sin hogar. Todavía, un año después, no se han culminado las labores de derribo de los edificios dañados.

Desde Antioquía, en el sur de Turquía, para RFI

“No han quedado edificios, no ha quedado gente, no nos han quedado parientes, así de mal estamos”, cuenta a RFI Aziza. vendedora de verduras, perdió a tres hijos y a varios parientes más. Ahora, vive con los dos hijos que le quedan en una casa container dentro de un campamento para damnificados. En total, unas 700.000 personas habitan en estos campamentos gestionados por el gobierno. Otros han emigrado hacia otras provincias del país, pues la economía se ha visto severamente afectada, especialmente en las localidades más devastadas, como Antioquía, Kahramanmaras o Adiyaman.

“La vida es dura ahora, no hay trabajo para los jóvenes, así que nos toca a nosotras. Lo hemos perdido todo”, subraya la mujer.

La ciudad trata de levantar cabeza, pero no es fácil. Cuando llueve, las calles, todavía llenas de grietas y baches, se llenan de barro y los campamentos se inundan. Cuando no llueve, se eleva una nube de polvo, producto de las demoliciones y las escombreras. Polvo proveniente de lo que antes eran hogares, tiendas, monumentos. Médicos como Sevdar Yildaz, presidente del colegio provincial, advierten de la presencia de sustancias tóxicas como el amianto.

“A medio plazo veremos enfermedades de obstrucción de las vías respiratorias. A más largo plazo aumentarán los cánceres”, explica a RFI.

Tras el terremoto, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, prometió una rápida reconstrucción, puesto que se enfrentaba a unas cruciales elecciones, en las que revalidó su puesto con cierta dificultad, tras 20 años en el poder. Sin embargo, un año después del seísmo, sólo se han construido 46.000 viviendas, muy lejos de las más de 300.000 a las que se había comprometido.

Hay mucha diferencia entre provincias: en la de Hatay, que hasta ahora votaban a partidos de oposición, apenas se ha reconstruido el 3 % del parque inmobiliario dañado. Más al norte, en otras como Gaziantep y Kahramanmaras, la cifra supera el 10 %

“Lo único que queremos es que se terminen de construir las viviendas del Estado y podamos entrar a vivir a nuestro nuevo hogar. No pedimos más. Si Dios quiere, nos tocará”, dice Mehmet Davut, habitante de un pueblo de la provincia de Kahramanmaras. El hombre espera ser uno de los afortunados en el sorteo de las nuevas viviendas públicas. Sobre todo, porque sus problemas respiratorios crónicos han empeorado mucho desde el terremoto, debido a los meses que tuvo que pasar al raso, solo protegido por una tienda de campaña, y a inhalar el polvo de los escombros.

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Desde Antioquía, en el sur de Turquía, para RFI

“No han quedado edificios, no ha quedado gente, no nos han quedado parientes, así de mal estamos”, cuenta a RFI Aziza. vendedora de verduras, perdió a tres hijos y a varios parientes más. Ahora, vive con los dos hijos que le quedan en una casa container dentro de un campamento para damnificados. En total, unas 700.000 personas habitan en estos campamentos gestionados por el gobierno. Otros han emigrado hacia otras provincias del país, pues la economía se ha visto severamente afectada, especialmente en las localidades más devastadas, como Antioquía, Kahramanmaras o Adiyaman.

“La vida es dura ahora, no hay trabajo para los jóvenes, así que nos toca a nosotras. Lo hemos perdido todo”, subraya la mujer.

La ciudad trata de levantar cabeza, pero no es fácil. Cuando llueve, las calles, todavía llenas de grietas y baches, se llenan de barro y los campamentos se inundan. Cuando no llueve, se eleva una nube de polvo, producto de las demoliciones y las escombreras. Polvo proveniente de lo que antes eran hogares, tiendas, monumentos. Médicos como Sevdar Yildaz, presidente del colegio provincial, advierten de la presencia de sustancias tóxicas como el amianto.

“A medio plazo veremos enfermedades de obstrucción de las vías respiratorias. A más largo plazo aumentarán los cánceres”, explica a RFI.

Tras el terremoto, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, prometió una rápida reconstrucción, puesto que se enfrentaba a unas cruciales elecciones, en las que revalidó su puesto con cierta dificultad, tras 20 años en el poder. Sin embargo, un año después del seísmo, sólo se han construido 46.000 viviendas, muy lejos de las más de 300.000 a las que se había comprometido.

Hay mucha diferencia entre provincias: en la de Hatay, que hasta ahora votaban a partidos de oposición, apenas se ha reconstruido el 3 % del parque inmobiliario dañado. Más al norte, en otras como Gaziantep y Kahramanmaras, la cifra supera el 10 %

“Lo único que queremos es que se terminen de construir las viviendas del Estado y podamos entrar a vivir a nuestro nuevo hogar. No pedimos más. Si Dios quiere, nos tocará”, dice Mehmet Davut, habitante de un pueblo de la provincia de Kahramanmaras. El hombre espera ser uno de los afortunados en el sorteo de las nuevas viviendas públicas. Sobre todo, porque sus problemas respiratorios crónicos han empeorado mucho desde el terremoto, debido a los meses que tuvo que pasar al raso, solo protegido por una tienda de campaña, y a inhalar el polvo de los escombros.

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