Domingo 11 de Agosto de 2024 / Por qué Jesús no se salvó a sí mismo
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A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar.
[Jesús] clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió.
Por qué Jesús no se salvó a sí mismo
El Señor Jesús es el “Autor de la vida” (Hch. 3:15). Aunque él era Dios, se hizo Hombre, y su humanidad fue tan verdadera como libre de pecado. Por consiguiente, la muerte no tenía ningún poder sobre él, sin embargo, se conmovió profundamente en su santa alma al ver las consecuencias del pecado en la humanidad, y lo hizo como nadie jamás podrá hacerlo. Derramó lágrimas silenciosas de dolor en presencia de aquellos que solo podían expresar su pérdida con llantos, y entonces lo llevaron al sepulcro donde yacía Lázaro. Sintió indignación por lo que el pecado había hecho y por el efecto que había generado sobre sus criaturas, aunque sabía que estaba a punto de resucitar a su amigo y que lo devolvería con vida a sus seres queridos.
Esta escena nos recuerda el por qué Jesús no se salvó a sí mismo. Él había venido a salvar a otros, y ese era el motivo por el cual fue crucificado. Su vida estuvo marcada por una gracia abundante ante las necesidades y miserias de los hombres, y esto confirmó la necesidad de su sacrificio por el pecado. Y mientras colgaba en la cruz, expresó una compasión pura y desinteresada al decir: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34). ¡Qué contraste con las burlas despiadadas de los que lo rodeaban! Aunque era verdaderamente el “Rey de Israel” y “el Cristo, el escogido de Dios” (Mt. 27:42; Lc. 23:35), Jesús no buscó vengarse ni reprender a sus enemigos (véase 1 P. 2:23).
Se “dio a sí mismo en rescate por todos”; se “ofreció a sí mismo sin mancha a Dios”. Esto hace que la cruz sea algo tan maravilloso. Dios nuestro Salvador, “el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”, ahora proclama la “palabra de la reconciliación” por todas partes (véase 2 Co. 5:19). Todo esto es un testimonio del único “mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”. Esto es un estímulo para nosotros, cuyas conciencias han sido purificadas por la sangre de Jesús, para que adoremos al Dios vivo (véase 1 Ti. 2:4-7; He. 9:14).
Simon Attwood
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