Descubriendo las Escrituras - Juan 7/40
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Evangelio según san Juan Introducción El cuarto Evangelio difiere considerablemente de los tres anteriores, tanto por su forma literaria cuanto por su contenido. La tradición cristiana lo atribuye al Apóstol JUAN, a quien identifica con «el discípulo al que Jesús amaba» (13. 23; 19. 26; 20. 2; 21. 7, 20), y hay varios indicios en el mismo Evangelio que corroboran esta atribución. De todas maneras, la redacción final del Libro es el resultado de una larga elaboración en la que también intervinieron los discípulos del Apóstol. La obra fue concluida hacia el año 100, y tenía como destinatarios inmediatos a las comunidades cristianas de Asia Menor. El Evangelio de Juan gira en torno a un tema fundamental: Jesús es el Enviado de Dios, su Palabra por excelencia, que vino a este mundo para hacernos conocer al Padre. Él no habla por sí mismo, sino que «da testimonio» de la Verdad que escuchó del Padre (3. 11-13, 31-34), y toda su vida es una revelación de la «gloria» que recibió de su mismo Padre antes de la creación del mundo (17. 1-5). Con más insistencia que los otros evangelistas, Juan acentúa la oposición entre Jesús –la «Luz», el «Camino», la «Verdad» y la «Vida»– y los que se niegan a creer en él, designados habitualmente con el nombre genérico de «los judíos». Jesús no vino a «juzgar» al mundo, sino a salvarlo. Pero, por el simple hecho de manifestarse a los hombres, él los pone ante una alternativa: la de permanecer en sus propias «tinieblas» o creer en la «luz». El que no cree en Jesús «ya» está condenado, mientras que el que cree en él «ya» ha pasado de la muerte a la Vida y tiene Vida eterna. A diferencia de los Evangelios sinópticos, que mencionan una sola «subida» de Jesús a Jerusalén, este Evangelio habla de tres Pascuas celebradas en la Ciudad santa. Más aún, casi toda la actividad pública del Señor, se desarrolla dentro del marco litúrgico de alguna festividad judía. En lugar de las parábolas del Reino utilizadas a manera de comparaciones, tan características de los otros Evangelios, Juan se vale de breves y expresivas alegorías, como por ejemplo, la de la vid y los sarmientos y la del buen Pastor. También emplea diversos «símbolos» para referirse a la persona de Jesús y a los bienes que él brinda a los hombres: en especial, el «agua» y el «pan» le sirven para hacer una verdadera «catequesis sacramental» sobre el Bautismo y la Eucaristía. El autor de este Evangelio vuelve constantemente sobre los mismos temas, desarrollándolos y profundizándolos una y otra vez. En cada uno de esos temas está contenido todo el misterio de Cristo. Pero más que los «hechos» de su vida, lo que le interesa y quiere poner de relieve es el «significado» que ellos encierran y que sólo la fe puede descubrir. Desde esa perspectiva, Juan interpreta las obras y amplía los discursos de Jesús, como fruto de una larga y profunda contemplación. Su objetivo fundamental es conducirnos a la Vida eterna, que consiste en conocer al «único Dios verdadero» y a su «Enviado, Jesucristo» (17. 3). Con razón se ha llamado al Evangelio de Juan el «Evangelio espiritual».
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