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Manuel Rotellar. Pasión por el cine.

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La Entrevista que realizamos a Vicky Calavia , nos ha dado pie e inspirado este radio reportaje con el que, partiendo de los dos magníficos trabajos realizados por Vicky: “Rotellar. La disección entomóloga del cine” y el video que le patrocinó Multicaja en 2009 “Apuntes desde la fila ocho”, queremos sumarnos al merecido homenaje a la figura de Manuel Rotellar Mata (Zaragoza, 1923-1984), escritor, ensayista, investigador, crítico cinematográfico, actor y primer director de la Filmoteca de Zaragoza. Una figura clave de la cultura aragonesa de la posguerra y parte de la democracia; fundamental en el cine aragonés y apenas conocido en ésta su tierra, aunque muy valorado fuera de ella. Un hombre brillante que pasó desapercibido por su discreción y humildad. Un hombre al que, modestamente, queremos reivindicar, sacar a la luz y hacer justicia. Comenzaremos por hacer un poco de historia. Los padres de Manuel Rotellar Mata fueron Carmen Mata Cambra, natural de Zaragoza, que casó con Manuel Rotellar, vecino de Quinto. Tuvieron cuatro hijos: Pilar, la mayor, Rosa, Manuel, nuestro personaje, y Carmen, todos nacidos en Zaragoza. La familia se trasladó en 1926 a Quinto, donde el padre ejerció de alcalde durante la República y también se hizo cargo de uno de los hornos del pueblo y de la panadería. El año en que empezó la guerra civil toda la familia se encontraba en Quinto. El 18 de julio llegaron al pueblo cuatro falangistas en un camión a la plaza mayor, se bajaron con sus mosquetones y se dirigieron al casino, desde cuyas ventanas traseras comenzaron a disparar, matando a tres hombres del pueblo y tomándolo, obligando así a que la población entera se encerrara en sus casas. El padre de Manuel que era por entonces el alcalde republicano de Quinto, tuvo que refugiarse en Zaragoza en casa de unos familiares, donde permaneció escondido unos días, hasta que una madrugada de agosto salió a dar un paseo y nunca más volvieron a verle. Tras la angustiosa búsqueda realizada por la familia, llegaron a saber que le habían detenido esa mañana y le habían puesto en libertad esa misma tarde, incluso les mostraron un documento firmado por él en el que figuraba su puesta en libertad… Sabían bien que aquello era una treta. A los presos les hacían firmar su libertad antes de “dar el paseo”, es decir, cuando iban a ser fusilados, para no dejar pruebas; los cuerpos no solían aparecer luego. Así ocurrió con Manuel Rotellar, padre. La mujer y sus cuatro hijos, que se habían quedado en Quinto, se fueron a Zaragoza a los pocos días, en un carro cargado con colchones y muebles. Enseguida toda la familia se puso a trabajar y se establecieron en una casa en la calle Licorera, 12 del barrio de San José (actualmente ya no existe). Aunque tuvieron el apoyo y la ayuda de la familia, lo pasaron muy mal. Manuel, con 13 años, y sus hermanas, entraron a trabajar en “Casa Fina” una fábrica de hilaturas. Posteriormente, Manuel comenzó a trabajar de mecánico en la “Algodonera del Ebro”, mientras colaboraba con Amanecer , Pueblo, El Día y otros periódicos, cobrando muy poco por ello. Nunca le sobró el dinero. Hasta el año 1963 tuvo que simultanear su trabajo de mecánico con su auténtica vocación: el cine. Su gran bagaje autodidacta hizo que sin tener apenas estudios, pues sólo fue al colegio en Quinto, consiguiera escribir con un rigor y perfección admirables y manejarse con cierta soltura en inglés y francés. Sin embargo él sentía un gran pesar por no haber podido tener una buena formación y estudios superiores, hecho que siempre trató de compensar con su inefable perfeccionismo. En sus primeros años en Zaragoza, Manuel mantuvo una estrecha relación con su primo Avilio, con el que actuaban en obras de teatro en “Los Amigos del Arte”, en la calle Cantín y Gamboa, recitaban poesía y, sobre todo, iban al cine. Le gustaba recordar las sesiones continuas en el Monumental, allí asistieron en 1937 al estreno de King Kong, les costó 15 céntimos y con la “perrica” que les sobró compraron cacahuetes y pilongas… Manuel Rotellar iba al cine siempre que podía, solo se gastaba el dinero en eso. En aquella época, el cine era un espacio social de encuentro, se podía comer y beber dentro del cine, incluso fumar fuera, en el ambigú… Había varios temas sobre los que nunca quiso pronunciarse, uno era la política, no hablaba jamás de la República, ni de la Guerra Civil y nunca contó en público que a su padre le fusilaron. Otro era la religión, tampoco contó nada acerca del anticlericalismo de su padre, de quien una leyenda familiar cuenta que vertió un orinal sobre el cura de Quinto al paso de una procesión, hecho que el sacerdote prometió no olvidar. Por último, su homosexualidad. Nunca salió del armario, ni siquiera la familia llegó a conocerle pareja, ni saber nada hasta casi su muerte. Terrible, atronador su silencio, común a muchos, a miles, a millones quizá de casos en la España de los perdedores… En fin, tiempos duros los que le tocaron vivir. Pero, a pesar y por encima de todo, Manuel Rotellar fue un hombre vital, con una inteligencia, un entusiasmo y una actitud tan positiva ante la vida que le permitió alcanzar, pese a todas las dificultades y a su corta vida, lo que siempre soñó: poder dedicarse por entero y poder vivir de sus artículos, de sus ensayos, de su conocimiento del séptimo arte. Fue pionero en la búsqueda y recopilación de datos acerca de nuestro panorama cinematográfico, a lo largo de todo el siglo XX. Un trabajo minucioso, de dimensiones y rigor científico que no obtuvo el merecido reconocimiento en nuestra tierra. Justo es recordar, no obstante, que el primer Ayuntamiento democrático, el de Ramón Sainz de Varanda, siendo Concejal de Cultura García Nieto, le nombró director de la Filmoteca de Zaragoza. Desgraciadamente, poco tiempo después, enfermó y murió. Eso y una modesta calle en el Picarral es todo el reconocimiento institucional a la vida y obra de Manuel Rotellar. Así somos por aquí. Desde sus inicios como crítico cinematográfico en el Cine Club de Zaragoza, en 1946, no dejó de escribir para la prensa local, Andalán, Amanecer, y para la nacional como Pueblo, fueron los tiempos del Café Niké y sus tertulias, la O.P.I.; colaboró en varias empresas de carácter enciclopédico --entre ellas la Gran Enciclopedia Aragonesa--; fue un infatigable coleccionista y su archivó paso a integrarse en la Filmoteca de Zaragoza; así como participó como actor en películas dirigidas por sus amigos, especialmente por José Luis Pomarón, en la que hay que destacar “El Rey”). Por último, hay que destacar su trabajo como como investigador y ensayista, además de crítico cinematográfico. Estaba ultimando un libro sobre su admirado Luis Buñuel cuando un tumor cerebral, un “dichoso” cáncer, acabó con su vida en 1984, privándonos de su visión, de su valiosísima mirada al más grande cineasta español de todos los tiempos.
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Los padres de Manuel Rotellar Mata fueron Carmen Mata Cambra, natural de Zaragoza, que casó con Manuel Rotellar, vecino de Quinto. Tuvieron cuatro hijos: Pilar, la mayor, Rosa, Manuel, nuestro personaje, y Carmen, todos nacidos en Zaragoza. La familia se trasladó en 1926 a Quinto, donde el padre ejerció de alcalde durante la República y también se hizo cargo de uno de los hornos del pueblo y de la panadería. El año en que empezó la guerra civil toda la familia se encontraba en Quinto. El 18 de julio llegaron al pueblo cuatro falangistas en un camión a la plaza mayor, se bajaron con sus mosquetones y se dirigieron al casino, desde cuyas ventanas traseras comenzaron a disparar, matando a tres hombres del pueblo y tomándolo, obligando así a que la población entera se encerrara en sus casas. El padre de Manuel que era por entonces el alcalde republicano de Quinto, tuvo que refugiarse en Zaragoza en casa de unos familiares, donde permaneció escondido unos días, hasta que una madrugada de agosto salió a dar un paseo y nunca más volvieron a verle. Tras la angustiosa búsqueda realizada por la familia, llegaron a saber que le habían detenido esa mañana y le habían puesto en libertad esa misma tarde, incluso les mostraron un documento firmado por él en el que figuraba su puesta en libertad… Sabían bien que aquello era una treta. A los presos les hacían firmar su libertad antes de “dar el paseo”, es decir, cuando iban a ser fusilados, para no dejar pruebas; los cuerpos no solían aparecer luego. Así ocurrió con Manuel Rotellar, padre. La mujer y sus cuatro hijos, que se habían quedado en Quinto, se fueron a Zaragoza a los pocos días, en un carro cargado con colchones y muebles. Enseguida toda la familia se puso a trabajar y se establecieron en una casa en la calle Licorera, 12 del barrio de San José (actualmente ya no existe). Aunque tuvieron el apoyo y la ayuda de la familia, lo pasaron muy mal. Manuel, con 13 años, y sus hermanas, entraron a trabajar en “Casa Fina” una fábrica de hilaturas. Posteriormente, Manuel comenzó a trabajar de mecánico en la “Algodonera del Ebro”, mientras colaboraba con Amanecer , Pueblo, El Día y otros periódicos, cobrando muy poco por ello. Nunca le sobró el dinero. Hasta el año 1963 tuvo que simultanear su trabajo de mecánico con su auténtica vocación: el cine. Su gran bagaje autodidacta hizo que sin tener apenas estudios, pues sólo fue al colegio en Quinto, consiguiera escribir con un rigor y perfección admirables y manejarse con cierta soltura en inglés y francés. Sin embargo él sentía un gran pesar por no haber podido tener una buena formación y estudios superiores, hecho que siempre trató de compensar con su inefable perfeccionismo. En sus primeros años en Zaragoza, Manuel mantuvo una estrecha relación con su primo Avilio, con el que actuaban en obras de teatro en “Los Amigos del Arte”, en la calle Cantín y Gamboa, recitaban poesía y, sobre todo, iban al cine. Le gustaba recordar las sesiones continuas en el Monumental, allí asistieron en 1937 al estreno de King Kong, les costó 15 céntimos y con la “perrica” que les sobró compraron cacahuetes y pilongas… Manuel Rotellar iba al cine siempre que podía, solo se gastaba el dinero en eso. En aquella época, el cine era un espacio social de encuentro, se podía comer y beber dentro del cine, incluso fumar fuera, en el ambigú… Había varios temas sobre los que nunca quiso pronunciarse, uno era la política, no hablaba jamás de la República, ni de la Guerra Civil y nunca contó en público que a su padre le fusilaron. Otro era la religión, tampoco contó nada acerca del anticlericalismo de su padre, de quien una leyenda familiar cuenta que vertió un orinal sobre el cura de Quinto al paso de una procesión, hecho que el sacerdote prometió no olvidar. Por último, su homosexualidad. Nunca salió del armario, ni siquiera la familia llegó a conocerle pareja, ni saber nada hasta casi su muerte. Terrible, atronador su silencio, común a muchos, a miles, a millones quizá de casos en la España de los perdedores… En fin, tiempos duros los que le tocaron vivir. Pero, a pesar y por encima de todo, Manuel Rotellar fue un hombre vital, con una inteligencia, un entusiasmo y una actitud tan positiva ante la vida que le permitió alcanzar, pese a todas las dificultades y a su corta vida, lo que siempre soñó: poder dedicarse por entero y poder vivir de sus artículos, de sus ensayos, de su conocimiento del séptimo arte. Fue pionero en la búsqueda y recopilación de datos acerca de nuestro panorama cinematográfico, a lo largo de todo el siglo XX. Un trabajo minucioso, de dimensiones y rigor científico que no obtuvo el merecido reconocimiento en nuestra tierra. Justo es recordar, no obstante, que el primer Ayuntamiento democrático, el de Ramón Sainz de Varanda, siendo Concejal de Cultura García Nieto, le nombró director de la Filmoteca de Zaragoza. Desgraciadamente, poco tiempo después, enfermó y murió. Eso y una modesta calle en el Picarral es todo el reconocimiento institucional a la vida y obra de Manuel Rotellar. Así somos por aquí. Desde sus inicios como crítico cinematográfico en el Cine Club de Zaragoza, en 1946, no dejó de escribir para la prensa local, Andalán, Amanecer, y para la nacional como Pueblo, fueron los tiempos del Café Niké y sus tertulias, la O.P.I.; colaboró en varias empresas de carácter enciclopédico --entre ellas la Gran Enciclopedia Aragonesa--; fue un infatigable coleccionista y su archivó paso a integrarse en la Filmoteca de Zaragoza; así como participó como actor en películas dirigidas por sus amigos, especialmente por José Luis Pomarón, en la que hay que destacar “El Rey”). Por último, hay que destacar su trabajo como como investigador y ensayista, además de crítico cinematográfico. Estaba ultimando un libro sobre su admirado Luis Buñuel cuando un tumor cerebral, un “dichoso” cáncer, acabó con su vida en 1984, privándonos de su visión, de su valiosísima mirada al más grande cineasta español de todos los tiempos.
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