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Mi gigantón inocente

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Cuarto micro relato sobre los cinco elementos. Mi gigantón inocente José siempre fue cabezón como buen Aries y no solo porque el carnero representase desde tiempos inmemoriales este signo de fuego dentro del zodiaco. Desde muy niño fue una mala bestia que gracias a su corpulencia muy pronto empezó a liderar su pandilla. Su tendencia natural a ponerse en primer lugar y recibir la primera pedrada si era necesario, lo hizo valeroso a ojos de otros niños que lo seguían sin dudar. Eran tiempos de guerras de bandas de chiquillos en medio de montañas de tierra en el boom inmobiliaria de los años 60. No sería la primera vez que llegaba descalabrado a casa sin parar de sangrar dejando aquel recorrido de pequeñas gotitas que indicaban que el hijo de la del segundo la había vuelto a liar. ¡Pepe, otra vez vienes así! - decía la madre preparando el agua oxigenada y el algodón. Como buen valenciano llevaba la pólvora y el fuego en la sangre. Desde muy pequeño aprendió a fabricar sus propios "masclets" (petardos) mucho más económicos y efectivos que los que en esa época podían conseguir los niños. A sangre y fuego fue marcado en una de sus aventuras. Imaginense; unos niños torturando un gato pretendiendo quemarlo vivo con una botella de leche, de las antiguas de grueso plástico ardiendo, derramándose encima del pobre felino fijadas sus patas en cuatro estacas de madera. En un tris tras el gato al sentir las primeras gotas ardientes de plástico derretido fue capaz de zafarse no sin antes lanzar la ardiente botella que con un palo empuñaba José encima de la pierna del agresivo joven. América del Norte y del Sur quedaron impresos en su piel. Los niños hasta bien entrada la juventud llevaban siempre pantalones cortos. Otro se hubiese puesto a llorar desconsoladamente pero aquel muchacho no dudó en encaminarse a su casa tras liarse la parte superior de su pierna derecha con su propia camisa. El umbral del dolor estaba muy arriba en aquel niño. Su linaje de guerreros le había dotado de los genes adecuados para soportar estoicamente el dolor. Los médicos se hacían cruces al tratar el callo en la costra de su pierna. Había que hurgar a niveles insoportables de daño. Su espíritu emprendedor lo llevó muy pronto a trabajar para sí mismo. Y como no podia ser de otro modo gano el pan entre chispas, hierros al rojo y gotas de metal líquido. Fue muy afortunado al aprender con un par de antiguos maestros de forja. Aunque su cabeza no fue dotada de la mentalidad requerida para retener datos, muchas veces innecesarios, si que le fue dada la virtud de la imaginación y la destreza manual necesaria para llevar a cabo bellas obras de forja. Sus martillazos lamían la superficie ardiente…como si el acero fuese un material más parecido a la cera que a tan duro metal. Las chispas que a su vez se subdividen en otras más pequeñas y que indican al ojo entrenado la composición del acero. Las escandalosas de acero de alto carbono. Las escuálidas del monel y níquel. Y las extrañas chispas que parecían salir de la nada al final de la trayectoria en el hierro forjado. Fuego en miniatura que provocan los electrones que escapan de la quema. Entre chispas, humo y fuego pasó su vida laboral donde se ganó bien la vida. Su espíritu aventurero lo llevó a viajar por todo el mundo. Y eso que nunca aprendió a hablar inglés. Bueno, es que nunca aprendió a hablar bien ni siquiera su lengua materna. "¿Para qué?"- decía cuando le preguntaban. "Con dinero hablan español hasta las piedras”-sentenciaba. Libre como era incluso se atrevía a conducir un hierro de los gordos sin permiso. Quiso el azar que dejase de utilizarla al caerse con ella en un dia lluvioso. Lo llevaron al hospital en ambulancia devolviéndose el mismo a casa en autobús. Contaba luego que aquella noche no durmió bien. Al dia siguiente un nuevo TAC confirmó su leve dolor. Tenía rotas todas las costillas de un lado y la clavícula en tres trozos. ¡Pero el pudo casi dormir por la noche! Y este no fue el único de estos episodios ya que más de la mitad de sus huesos habían sufrido algún percance. Ambos codos, el fémur de una, el cúbito y radio de brazos y muchas de sus partes de su calavera. Cientos de puntos anotados en su piel. Un buen día cansado de bregar por aeropuertos mientras pitaban los arcos ante sus dos calcáneos llenos de hierros y arruinado por su forma exuberante de gastar dinero, para la cual hay que nacer, volvio al nido con aquella madre que lo envolvía entre algodones de vez en cuando. Los padres suelen ocuparse con más detenimiento y constancia de los hijos que para ellos necesitan más cuidados. Y pepito, que así lo llamo siempre mamá, necesito más que ninguno el calor materno. Aquel gigantón inocente siempre fue su favorito. Ahora le devolvía con creces todos los mimos y noches en vela que aquella madre había invertido en él. Aquella lucha mal diagnosticada de poliomielitis y que a punto estuvo de costarle la vida. Un médico in extremis se dio cuenta que todo partía de un envenenamiento con DDT. Un dedo del pie torcido y quizás la falta de algún algún hervor le quedaron como recuerdo de aquello. Pero hoy era él quien cuidaba de su madre, quien la mimaba y quien pasaba la vida con ella. La encargada del cuidado de la vida en su manifestación terrestre ahora era cuidada por un “egoista". Esta madre había sufrido la pérdida de su marido por el Alzheimer, esa terrible muerte en vida. Y su energía quedó tocada para siempre. Su "pepito" la llenaba con su sola presencia. No hace falta ser gracioso, ya saben, solo hay que ser querido. La fuerza de Jose ahora era más necesaria que nunca. Su fuego interior atemperaba los días y las noches de aquella anciana que siempre fue dura como el acero y ahora se derretía en abrazos cuando era visitada. A mi hermano, el loco que se bebió dos gintonics en las favelas. Hilo en Twitter https://twitter.com/tecn_preocupado/status/1384554850462142470
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Desde muy pequeño aprendió a fabricar sus propios "masclets" (petardos) mucho más económicos y efectivos que los que en esa época podían conseguir los niños. A sangre y fuego fue marcado en una de sus aventuras. Imaginense; unos niños torturando un gato pretendiendo quemarlo vivo con una botella de leche, de las antiguas de grueso plástico ardiendo, derramándose encima del pobre felino fijadas sus patas en cuatro estacas de madera. En un tris tras el gato al sentir las primeras gotas ardientes de plástico derretido fue capaz de zafarse no sin antes lanzar la ardiente botella que con un palo empuñaba José encima de la pierna del agresivo joven. América del Norte y del Sur quedaron impresos en su piel. Los niños hasta bien entrada la juventud llevaban siempre pantalones cortos. Otro se hubiese puesto a llorar desconsoladamente pero aquel muchacho no dudó en encaminarse a su casa tras liarse la parte superior de su pierna derecha con su propia camisa. El umbral del dolor estaba muy arriba en aquel niño. Su linaje de guerreros le había dotado de los genes adecuados para soportar estoicamente el dolor. Los médicos se hacían cruces al tratar el callo en la costra de su pierna. Había que hurgar a niveles insoportables de daño. Su espíritu emprendedor lo llevó muy pronto a trabajar para sí mismo. Y como no podia ser de otro modo gano el pan entre chispas, hierros al rojo y gotas de metal líquido. Fue muy afortunado al aprender con un par de antiguos maestros de forja. Aunque su cabeza no fue dotada de la mentalidad requerida para retener datos, muchas veces innecesarios, si que le fue dada la virtud de la imaginación y la destreza manual necesaria para llevar a cabo bellas obras de forja. Sus martillazos lamían la superficie ardiente…como si el acero fuese un material más parecido a la cera que a tan duro metal. Las chispas que a su vez se subdividen en otras más pequeñas y que indican al ojo entrenado la composición del acero. Las escandalosas de acero de alto carbono. Las escuálidas del monel y níquel. Y las extrañas chispas que parecían salir de la nada al final de la trayectoria en el hierro forjado. Fuego en miniatura que provocan los electrones que escapan de la quema. Entre chispas, humo y fuego pasó su vida laboral donde se ganó bien la vida. Su espíritu aventurero lo llevó a viajar por todo el mundo. Y eso que nunca aprendió a hablar inglés. Bueno, es que nunca aprendió a hablar bien ni siquiera su lengua materna. "¿Para qué?"- decía cuando le preguntaban. "Con dinero hablan español hasta las piedras”-sentenciaba. Libre como era incluso se atrevía a conducir un hierro de los gordos sin permiso. Quiso el azar que dejase de utilizarla al caerse con ella en un dia lluvioso. Lo llevaron al hospital en ambulancia devolviéndose el mismo a casa en autobús. Contaba luego que aquella noche no durmió bien. Al dia siguiente un nuevo TAC confirmó su leve dolor. Tenía rotas todas las costillas de un lado y la clavícula en tres trozos. ¡Pero el pudo casi dormir por la noche! Y este no fue el único de estos episodios ya que más de la mitad de sus huesos habían sufrido algún percance. Ambos codos, el fémur de una, el cúbito y radio de brazos y muchas de sus partes de su calavera. Cientos de puntos anotados en su piel. Un buen día cansado de bregar por aeropuertos mientras pitaban los arcos ante sus dos calcáneos llenos de hierros y arruinado por su forma exuberante de gastar dinero, para la cual hay que nacer, volvio al nido con aquella madre que lo envolvía entre algodones de vez en cuando. Los padres suelen ocuparse con más detenimiento y constancia de los hijos que para ellos necesitan más cuidados. Y pepito, que así lo llamo siempre mamá, necesito más que ninguno el calor materno. Aquel gigantón inocente siempre fue su favorito. Ahora le devolvía con creces todos los mimos y noches en vela que aquella madre había invertido en él. Aquella lucha mal diagnosticada de poliomielitis y que a punto estuvo de costarle la vida. Un médico in extremis se dio cuenta que todo partía de un envenenamiento con DDT. Un dedo del pie torcido y quizás la falta de algún algún hervor le quedaron como recuerdo de aquello. Pero hoy era él quien cuidaba de su madre, quien la mimaba y quien pasaba la vida con ella. La encargada del cuidado de la vida en su manifestación terrestre ahora era cuidada por un “egoista". Esta madre había sufrido la pérdida de su marido por el Alzheimer, esa terrible muerte en vida. Y su energía quedó tocada para siempre. Su "pepito" la llenaba con su sola presencia. No hace falta ser gracioso, ya saben, solo hay que ser querido. La fuerza de Jose ahora era más necesaria que nunca. Su fuego interior atemperaba los días y las noches de aquella anciana que siempre fue dura como el acero y ahora se derretía en abrazos cuando era visitada. A mi hermano, el loco que se bebió dos gintonics en las favelas. 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