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39 Reflexiones - ¡Esta es nuestra identidad! (Génesis 21.9-12)

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La historia que consideraremos en este artículo significó que en un momento de mi vida entendiera que podía sentirme amado y valorado por Dios, en lugar de sentirme rechazado y humillado por mi pecado.

Es mi oración que Dios nos ayude a comprender la verdad del amor y sacrificio que Él hizo por nosotros para garantizar que nos gocemos en su promesa de vida eterna y en la esperanza de la herencia que Él ha dispuesto para sus hijos.

La historia que consideraremos se encuentra en:

Génesis 21.9-12

“Y vio Sara que el hijo de Agar la egipcia, el cual esta le había dado a luz a Abraham, se burlaba de su hijo Isaac. Por tanto, dijo a Abraham: Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo. Este dicho pareció grave en gran manera a Abraham a causa de su hijo. Entonces dijo Dios a Abraham: No te parezca grave a causa del muchacho y de tu sierva; en todo lo que te dijere Sara, oye su voz, porque en Isaac te será llamada descendencia.”

Como sabemos, Abraham no tenía herederos a causa de la esterilidad de Sara, pero por el designio de Dios, recibió la promesa de que en él serían benditas todas las familias de la tierra, y tendría un hijo por medio del cual se multiplicaría su descendencia y conformaría una gran nación (Gn. 12.1-3)

Pero el tiempo pasaba y en medio de una crisis de fe de Sara, ella le pidió a Abraham que se uniera a su sierva a Agar para tener descendencia. Abraham aceptó y de esa unión nació Ismael, que según el Apóstol Pablo nació según la carne (por el esfuerzo humano) (Ga. 4.23) y no según la promesa que Dios le había hecho a Abraham.

Finalmente se cumplió la palabra de Dios y nació Isaac, quien era el hijo de la promesa y por medio del cual se establecería la descendencia de Abraham; Así, este conflicto que se produjo entre ellos ilustra según el Apóstol Pablo nuestra salvación e identidad como hijos de Dios y la diferencia que existe entre los dos pactos que Dios estableció con el hombre.

El primero es el pacto de obras y el segundo es el pacto de gracia, prometiendo en ambos la vida eterna; pero, condicionando el primero a las obras humanas y el segundo a la fe en la promesa de un sustituto que cumpliría con la justicia divina; por medio del cual podemos ser perdonados y justificados.

En este sentido Agar e Ismael ilustran el pacto de las obras, ya que por ellas Abraham obtuvo una descendencia, mientras que Sara e Isaac ilustran el pacto de gracia que se basa en la promesa de Dios, no en las obras humanas y es cumplida en Isaac.

Así, en la historia de esta familia era necesaria la separación de los dos hijos, para aclarar que la promesa que Dios le había hecho a Abraham sucedería por medio de Isaac y no de Ismael.

Sin embargo, la descendencia que se le cuenta a Abraham también incluye a todos los que hemos creído en la promesa que Dios hizo de un sustituto que es Cristo (Mt. 1).

Así los beneficiarios de la promesa de vida eterna de Dios no son los hijos carnales de Abraham, sino los que por fe creen en aquel sustituto que proviene de Abraham e Isaac, quien es Cristo, y que con su sangre nos libró del poder de las tinieblas (Col. 1.13), nos adquirió para que fuésemos pueblo suyo (1 P. 2.9) y nos dio el espíritu de adopción por el que podemos llamar a Dios: Padre (Ro. 8.15)

¿Qué tiene que ver todo esto con nosotros?

Ver más en www.MinisterioUMCD.org

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Es mi oración que Dios nos ayude a comprender la verdad del amor y sacrificio que Él hizo por nosotros para garantizar que nos gocemos en su promesa de vida eterna y en la esperanza de la herencia que Él ha dispuesto para sus hijos.

La historia que consideraremos se encuentra en:

Génesis 21.9-12

“Y vio Sara que el hijo de Agar la egipcia, el cual esta le había dado a luz a Abraham, se burlaba de su hijo Isaac. Por tanto, dijo a Abraham: Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo. Este dicho pareció grave en gran manera a Abraham a causa de su hijo. Entonces dijo Dios a Abraham: No te parezca grave a causa del muchacho y de tu sierva; en todo lo que te dijere Sara, oye su voz, porque en Isaac te será llamada descendencia.”

Como sabemos, Abraham no tenía herederos a causa de la esterilidad de Sara, pero por el designio de Dios, recibió la promesa de que en él serían benditas todas las familias de la tierra, y tendría un hijo por medio del cual se multiplicaría su descendencia y conformaría una gran nación (Gn. 12.1-3)

Pero el tiempo pasaba y en medio de una crisis de fe de Sara, ella le pidió a Abraham que se uniera a su sierva a Agar para tener descendencia. Abraham aceptó y de esa unión nació Ismael, que según el Apóstol Pablo nació según la carne (por el esfuerzo humano) (Ga. 4.23) y no según la promesa que Dios le había hecho a Abraham.

Finalmente se cumplió la palabra de Dios y nació Isaac, quien era el hijo de la promesa y por medio del cual se establecería la descendencia de Abraham; Así, este conflicto que se produjo entre ellos ilustra según el Apóstol Pablo nuestra salvación e identidad como hijos de Dios y la diferencia que existe entre los dos pactos que Dios estableció con el hombre.

El primero es el pacto de obras y el segundo es el pacto de gracia, prometiendo en ambos la vida eterna; pero, condicionando el primero a las obras humanas y el segundo a la fe en la promesa de un sustituto que cumpliría con la justicia divina; por medio del cual podemos ser perdonados y justificados.

En este sentido Agar e Ismael ilustran el pacto de las obras, ya que por ellas Abraham obtuvo una descendencia, mientras que Sara e Isaac ilustran el pacto de gracia que se basa en la promesa de Dios, no en las obras humanas y es cumplida en Isaac.

Así, en la historia de esta familia era necesaria la separación de los dos hijos, para aclarar que la promesa que Dios le había hecho a Abraham sucedería por medio de Isaac y no de Ismael.

Sin embargo, la descendencia que se le cuenta a Abraham también incluye a todos los que hemos creído en la promesa que Dios hizo de un sustituto que es Cristo (Mt. 1).

Así los beneficiarios de la promesa de vida eterna de Dios no son los hijos carnales de Abraham, sino los que por fe creen en aquel sustituto que proviene de Abraham e Isaac, quien es Cristo, y que con su sangre nos libró del poder de las tinieblas (Col. 1.13), nos adquirió para que fuésemos pueblo suyo (1 P. 2.9) y nos dio el espíritu de adopción por el que podemos llamar a Dios: Padre (Ro. 8.15)

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