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*Meditación*“En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó.” (Mateo 11:25-26)¡Qué preciosas verdades encontramos en las Escrituras, y en tan poco espacio!. ¡Que Dios nos dé ojos para ver y corazones para apreciar su valor!Aprendamos, la excelencia de tener una disposición como la de un niño, y humildad para recibir enseñanza. Nuestro Señor le dice a su Padre: “Escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños”.No nos corresponde a nosotros intentar explicar por qué algunos reciben y creen el Evangelio y otros no. La soberanía de Dios en este asunto es un misterio tan profundo que no podemos sondearlo. No obstante, hay algo que, en cualquier caso, destaca en la Escritura como una gran verdad práctica que se debe recordar perpetuamente: que aquellos a los que se les oculta el Evangelio son normalmente “los sabios en sus propios ojos, y los que son prudentes delante de sí mismos”, y a quienes se les revela el Evangelio son normalmente personas humildes, sencillas y dispuestas a aprender. Las palabras de María son una realidad que se cumple constantemente: “A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos” (Lucas 1:53).Guardémonos del orgullo en cualquiera de sus formas: orgullo intelectual, orgullo por las riquezas, orgullo por la bondad que tenemos, orgullo por lo que creemos merecer. No hay nada que con mayor probabilidad vaya a ser lo que le cierre a un hombre la puerta del Cielo, y le impida ver a Cristo, que el orgullo; mientras el hombre piense que es algo, no podrá ser salvo. Pidamos en oración humildad, y cultivémosla; procuremos conocernos bien a nosotros mismos y descubrir cuál es nuestra situación ante los ojos de un Dios santo. El principio del camino al Cielo, para el hombre, es darse cuenta de que se está en el camino al Infierno, y estar dispuesto a ser enseñado por el Espíritu. Uno de los primeros pasos del cristianismo salvador es poder decir, como Saulo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). Pocos dichos de nuestro Señor son tan populares como este: “El que se humilla será enaltecido” (Lucas 18:14).Deberíamos evitar dos posibles malos entendidos. En primer lugar, Jesús no estaba aquí expresando agrado en el inevitable juicio que se cernía sobre las ciudades de Galilea. En segundo lugar, no implicaba que Dios hubiese privado arbitrariamente de la luz a los sabios y a los entendidos.Estas ciudades habían tenido todas las oportunidades posibles para aceptar al Señor Jesús. Rehusaron deliberadamente someterse a Él. Cuando rehusaron la luz, Dios les privó de la misma. Pero los planes de Dios no fracasarán. Si la intelectualidad no cree, entonces Dios revelará a Su Hijo a corazones humildes. Él colma de bienes a los hambrientos y a los ricos despide con las manos vacías (Lc. 1:53).Los que se consideran demasiado sabios y entendidos para necesitar a Cristo caen en una ceguera judicial. Pero aquellos que admiten su falta de sabiduría reciben una revelación de Aquel «en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col. 2:3). Jesús agradeció al Padre por ordenar que si algunos no lo querían aceptar, otros lo harían. Frente a una titánica incredulidad encontró consolación en el plan y propósito de Dios, que nada ni nadie podría derrotar.
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