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Memoria de los cuerpos - Max Rojas

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I

Cuerpos,
hay que abolir el tiempo,
regresar a la esfera.
Sólo el círculo salva
y no hay sino la urdimbre fantasmal
de los regresos y los viajes,
las huidas.

Se huye.
Uno se vuelve sombra fatigada
y se disloca,
se cuartea la huesumbre,
el alma se acongoja y pierde su condición
de almario
donde las penas y el amor que se extravió hace mucho
custodian su vigilia permanente
a la espera del sueño,
del regreso corpóreo de lo ido.

Sombra ya
como caída y yerta,
como badajo de campana que suena y suena
sin sonido alguno,
como camión destartalado y sin siquiera
pasaje funeral a los olvidos.
Sombra que ya perdió su propia sombra
en la búsqueda atroz de tantas sombras
--memoria fantasmal,
fantasmas al acecho
y en fuga circular hacia la nada.

Sólo el círculo salva,
Cuerpos,
su peculiar demencia de formas despiadadas
salva
y lo salvífico, después,
se expande en los infiernos,
se desarrolla y se machaca y clama
su condición desesperada de naufragio.
Sólo el círculo ofrece la certeza
de que lo huyente volverá algún día.

Fervor hacia los cuerpos,
las caídas.
La esfera es lo ejemplar de lo radiante,
la luz inmaculada y fría que se asesina
con mirada dura
--y mira,
los cuerpos tan amados que se abaten
en la niebla
hasta volverse sed o agua apenas
vislumbrada,
vislumbres que lo que ya dejó
de ser corpóreo ofrece en gesto de piedad
o desconsuelo
{no se sabe o se sabrá jamás
el peso de la noche cuando todo cae encima de uno
{y lo degüella.

Palpa el demente nada pero palpa,
con avidez, la nada
y sorbe
lo fantasmal que permanece de los cuerpos
cuando huyen
y sorbe entre los huesos el hueco que dejaron
y sorbe la caída
y sorbe los contornos de lo ido y lo quedado
--lo perenne,
lo fijo e inmutable,
pero también, lo que se pierde.
lo que se deja abandonado
o lo que se abandona a sí mismo
y desguarece,
lo extraviado, lo que se hizo a un lado
o se tiró porque ya no servía
pero de todos modos se quedó atorado
en la conciencia.

Conmiseración por el que yace
perdido entre la bruma,
Cuerpos,
el que deambula en los jardines
como lunático perdido en su inocencia
{fe perdida, razón de la añoranza},
en su rotunda necedad de ser cuerpo cercado
por los cuerpos sombríos del recuerdo.

Fe en la contemplación de cuerpos de mujer
que organiza el espíritu,
acechador de carne
y de zarpazo,
para el descanso de su ánima tristona.
Fe en el descenso de las aguas
y fe en la limpieza de la carne
y en lo pecaminoso que, a veces, se guarda
en el espíritu,
fe en la degustación de líquen y de pasto
entre lo impropio del perdón que llega
y la impiedad,
que se resiste a irse.

Manías del extraviado en los espejos
que contempla los cuerpos
congelados,
la salvación hecha un desastre
y envuelta en su envoltorio de cascajo,
la mortandad que avanza y que no cesa
de incrementar volumen.
Sólo el círculo salva,
Cuerpos.
No crujan,
no estampen la estampida en lo cuarteado,
lo que se desmorona y cae y se hunde
sin remedio.
Lo pasional escurre como un cilindro seco
y ya sin música,
y el que tocaba el instrumento falleció
hace ya tiempo
de afónica nostalgia y ahora tartajea
su adiós de cilindrero
ladrando en el silencio,
alma en crisis
que se integra a la noche y se sumerge en ella.

Sólo lo quieto salva y purifica,
Cuerpos,
lo móvil contamina y roe ácidamente
todo lo que semeja cuerpo
o imagen susceptible de volverse cuerpo.

(No hay salida.
Los muertos rondan los espejos
y no cantan,
palpan lo que oscurece y silban mucho).

No crujan.
La esfera es, dicho con toda propiedad,
lo eterno,
lo cristalino y puro que endurece
lo que llamamos lo eternal
--mo

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I

Cuerpos,
hay que abolir el tiempo,
regresar a la esfera.
Sólo el círculo salva
y no hay sino la urdimbre fantasmal
de los regresos y los viajes,
las huidas.

Se huye.
Uno se vuelve sombra fatigada
y se disloca,
se cuartea la huesumbre,
el alma se acongoja y pierde su condición
de almario
donde las penas y el amor que se extravió hace mucho
custodian su vigilia permanente
a la espera del sueño,
del regreso corpóreo de lo ido.

Sombra ya
como caída y yerta,
como badajo de campana que suena y suena
sin sonido alguno,
como camión destartalado y sin siquiera
pasaje funeral a los olvidos.
Sombra que ya perdió su propia sombra
en la búsqueda atroz de tantas sombras
--memoria fantasmal,
fantasmas al acecho
y en fuga circular hacia la nada.

Sólo el círculo salva,
Cuerpos,
su peculiar demencia de formas despiadadas
salva
y lo salvífico, después,
se expande en los infiernos,
se desarrolla y se machaca y clama
su condición desesperada de naufragio.
Sólo el círculo ofrece la certeza
de que lo huyente volverá algún día.

Fervor hacia los cuerpos,
las caídas.
La esfera es lo ejemplar de lo radiante,
la luz inmaculada y fría que se asesina
con mirada dura
--y mira,
los cuerpos tan amados que se abaten
en la niebla
hasta volverse sed o agua apenas
vislumbrada,
vislumbres que lo que ya dejó
de ser corpóreo ofrece en gesto de piedad
o desconsuelo
{no se sabe o se sabrá jamás
el peso de la noche cuando todo cae encima de uno
{y lo degüella.

Palpa el demente nada pero palpa,
con avidez, la nada
y sorbe
lo fantasmal que permanece de los cuerpos
cuando huyen
y sorbe entre los huesos el hueco que dejaron
y sorbe la caída
y sorbe los contornos de lo ido y lo quedado
--lo perenne,
lo fijo e inmutable,
pero también, lo que se pierde.
lo que se deja abandonado
o lo que se abandona a sí mismo
y desguarece,
lo extraviado, lo que se hizo a un lado
o se tiró porque ya no servía
pero de todos modos se quedó atorado
en la conciencia.

Conmiseración por el que yace
perdido entre la bruma,
Cuerpos,
el que deambula en los jardines
como lunático perdido en su inocencia
{fe perdida, razón de la añoranza},
en su rotunda necedad de ser cuerpo cercado
por los cuerpos sombríos del recuerdo.

Fe en la contemplación de cuerpos de mujer
que organiza el espíritu,
acechador de carne
y de zarpazo,
para el descanso de su ánima tristona.
Fe en el descenso de las aguas
y fe en la limpieza de la carne
y en lo pecaminoso que, a veces, se guarda
en el espíritu,
fe en la degustación de líquen y de pasto
entre lo impropio del perdón que llega
y la impiedad,
que se resiste a irse.

Manías del extraviado en los espejos
que contempla los cuerpos
congelados,
la salvación hecha un desastre
y envuelta en su envoltorio de cascajo,
la mortandad que avanza y que no cesa
de incrementar volumen.
Sólo el círculo salva,
Cuerpos.
No crujan,
no estampen la estampida en lo cuarteado,
lo que se desmorona y cae y se hunde
sin remedio.
Lo pasional escurre como un cilindro seco
y ya sin música,
y el que tocaba el instrumento falleció
hace ya tiempo
de afónica nostalgia y ahora tartajea
su adiós de cilindrero
ladrando en el silencio,
alma en crisis
que se integra a la noche y se sumerge en ella.

Sólo lo quieto salva y purifica,
Cuerpos,
lo móvil contamina y roe ácidamente
todo lo que semeja cuerpo
o imagen susceptible de volverse cuerpo.

(No hay salida.
Los muertos rondan los espejos
y no cantan,
palpan lo que oscurece y silban mucho).

No crujan.
La esfera es, dicho con toda propiedad,
lo eterno,
lo cristalino y puro que endurece
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