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507. Shakespeare guionista 4: El deseo mimético

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¿En qué consiste el deseo mimético? Hoy lo analizaremos gracias al libro El mundo, un escenario. Shakespeare: el guionista invisible escrito por Jordi Balló y Xavier Pérez. Este es el cuarto podcast de una serie en el que analizaremos las estrategias narrativas que comparte Shakespeare con los guionistas de la actualidad. Pero antes os recuerdo que en la plataforma de cursosdeguion.com podéis aprender todo lo necesario para escribir guiones y convertiros en guionistas. Cada vez más productos necesitan un guion, no solo las series y las películas, y tener conocimientos de storytelling nos ayuda a contar historias en vídeos, redes sociales y hasta newsletters. Tenemos cursos que enseñan a escribir cortos, largos, series, webseries, documentales, cómics... Hay más de 80 cursos a día de hoy y cada semana salen clases nuevas. Hoy continuamos con el curso de Creación de Podcast. Un curso en el que veremos cómo decidir el formato de podcast más interesante para nuestros intereses y que incluso nos adentraremos en la parte técnica para ver cómo se graba, edita y publica un podcast. En la séptima clase vemos los recursos técnicos que necesitamos para hacer la grabación de un podcast. El deseo mimético El deseo es uno de los grandes motores dramáticos de la obra shakespeareana. Se trata de un dispositivo que no solo puede organizar una escena, sino también convertirse en pauta de comportamiento de un personaje desde el principio hasta el final de la trama. Pensemos en Chris Wilton, el protagonista de Match Point, uno de los grandes arribistas del cine contemporáneo. Chris es un irlandés de procedencia humilde que prospera gracias al tenis profesional se retira por no tener suficiente talento y se va a Londres para ganarse la vida como profesor de ese deporte. Así conoce a Tom Hewett, heredero de una familia de empresarios que le presenta su hermana Chloe con la que inicia un noviazgo que lo lleva al matrimonio. Chris se avergüenza de su humilde clase social y quiere vivir como los ricos. Quiere tener lo que tienen los demás. Cuando conoce a la prometida de su amigo Tom, se siente inmediatamente atraído por ella. La desea no solo como mujer, sino como objeto relacionado con su amigo, modelo a imitar. Esta transferencia es lo que René Girard ha denominado como deseo mimético, mecanismo universal de organización de la relaciones humanas, de largo recorrido en la historia de la ficción. Podemos encontrar este mecanismo en las tragedias shakesperianas sobre el poder, en las que la posesión de la corona es un reclamo que se organiza en función de anhelos surgidos de la proximidad familiar o jerárquica: Macbeth está demasiado cerca de su admirado rey Duncan como para no desear todo lo que posee, al tiempo que quieres conspiran contra Julio César encuentran en el gran líder un chivo expiatorio para disimular la rivalidad fratricida. Patricia Highsmith perfiló este itinerario en el ciclo de Ripley inaugurado por El talento de Mister Ripley, en la que esté carismático impostor manifiesta tanta necesidad de obtener aquello que su amigo posee previamente, que no dudará en recurrir al asesinato para asumir la máxima culminación de su proyecto: la suplantación total. Los obstáculos de la amistad En el caso de las tramas sentimentales, la ficción siempre ha procurado dificultar la felicidad amorosa vinculando el objeto de deseo a un poder avasallador que parece hacerla imposible: De Jason y Medea a Teseo y Ariadna, de Tristán e Isolda a Romeo y Julieta. Se desea aquello que forma parte de un universo hostil. En esa paradoja descansa buena parte del interés de estas historias de amor, que hacen coexistir la convención romántica de el amor a primera vista con la sanción que lo dificulta, sea por raza, clase social o comunidad cultural. Pero como decía Aristóteles, los desencuentros experimentan aún más recorrido dramático cuando se dan entre figuras amigas. La obra de Shakespeare Los dos caballeros de Verona trata de dos amigos inseparables. Cuando uno de ellos se enamora de una chica, el segundo pierde el interés por su propia prometida y se obsesiona por la elección de su amigo convertido ahora en rival. En El sueño de una noche de verano, los constantes cambios de pareja y los resortes dramáticos que dan visibilidad a la circulación de los sentimientos parece deberse a las ansias imitativas de sus jóvenes protagonistas: cada uno de ellos acaba deseando al prometido o prometida de su amigo o amiga, lo cual comporta una constante rivalidad. La comedia cinematográfica clásica utilizó este recurso desde sus inicios. Uno de sus padres es Ernest Lubitsch, que utilizó toda una serie de recursos dramáticos que aún hoy sostienen el género de la comedia de enredo. En su primera película americana, Los peligros del flirt, crea un tipo de escena determinante en estas ficciones románticas: la presentación del amante al amigo o amiga en términos de petición implícita de aprobación y, por lo tanto, incluyendo la invitación inconsciente a la competición posesiva. La circulación del vodevil nace de la tensión en el interior de un núcleo fraternal que puede llegar a autodestruirse por un exceso de proximidad. Muchas de las grandes comedias clásicas de Hollywood de Lubitsch o Howard Hawks trabajan este esquema. No siempre el camino hacia el final feliz puede depender de un Deus ex Machina como el filtro de amor que utiliza el duende Puck en El sueño de una noche de verano, por lo que los guionistas deberán encontrar recursos para estabilizar con credibilidad una situación compensatoria. Algunas películas americanas de Lubitsch terminan elegantemente con unos puntos suspensivos. Sin explotar la tensión de las enemistades que suscita el deseo compartido e incluso apuntado a la posibilidad desacomplejada del menage a trois, como sucede en Una mujer para dos. En el cine de Howard Hawks debe existir algún tipo de reestructuración final que equilibre la situación y que permita saltar el conflicto mimético. Uno de los recursos más efectivos será el de la pelea a puñetazos final entre los dos amigos enamorados de la misma chica, una especie de encontronazo catártico como el que cierra Una novia en cada puerto. Triángulos del cine moderno La modernidad cinematográfica aportó renovadores elementos de distensión. En Jules y Jim, François Truffaut retrata un fascinante menage a trois integrado por dos amigos y una sola mujer de la que ambos están enamorados, todo ello en el contexto histórico de la Primera Guerra Mundial. La película afronta sin tabúes la complicidad efectiva de los dos protagonistas masculinos, buscando una salida ética a la tentación sexual nacida de su profunda afinidad de gustos y actitudes. Y la generosa capacidad de compartir y respetar el deseo por una misma mujer, a pesar de los episodios de sufrimiento y celos que ello pueda provocar, representó una distendida alternativa al conflicto mimético, ahora basada más en una dramaturgia episódica, aleatoria y reversible, que en el enfrentamiento radical del todo o nada. Eric Rohmer convirtió la rivalidad fraterna en uno de los recursos más utilizados en sus "comedias y proverbios”. Como indica el título de El amigo de mi amiga, en esta deliciosa comedia de enredo sentimental, los amigos sirven precisamente para colaborar en la construcción de la pareja. Una joven le presenta a su amiga a su prometido. Ella se siente atraída por él pero para evitarlo busca otro compañero. A partir de ahí el mecanismo mimético empieza a funcionar haciendo que la amiga se sienta atraída por este nuevo hombre. Al final las parejas se acaban organizando en el sentido inverso al que habían iniciado sus relaciones. Precisamente por el hecho de que cada una de ellas ha sido sancionada por la amiga respectiva, las nuevas parejas acaban siendo más sólidas y perdurables. La película resulta meridiana en su demostración de que no hay amor más fiable que aquel que viene precedido por la presentación de un mediador. La mentira inductora Ya hemos visto el modo en que el recurso al mimetismo, para encontrar la máxima efectividad, necesita de una escena fundacional: la presentación ritual del objeto del deseo en un acto planteado como una sesión implícita entre amigos, que puede exigir tanto el acatamiento de la belleza idolatrada como la paradójica emergencia de un sentimiento de rivalidad. En la comedia y el melodrama trágicos clásicos, esta inducción estructural no parece intencionada: quien habla tan bien de su amada no es consciente de que la exaltación ante el amigo puede provocar que la pierda. Pero si volvemos al ascendente de Shakespeare, las inducciones espontáneas se alternan, en las tragedias y dramas conspiratorios, con la conciencia manipuladora de ciertos personajes que mienten premeditadamente para que el protagonista lo acabe perdiendo todo. El caso más emblemático de un conspirador shakespeariano, que tiende a su víctima una trampa de este tipo se da en Otelo, donde el pérfido Yago, corroído por los celos, organiza un juego de falacias inductoras a través de la palabra y la manipulación de los objetos para conducir al héroe al límite contaminante de una paranoia fatal. En la ficción contemporánea, el género negro será el material de cultivo más frecuentado para la construcción artificial del deseo. Dashiell Hammett en La llave de cristal inaugura el motivo de la novia del gángster deseada también por el amigo o subordinado del capo. Con títulos tan emblemáticos como Forajidos, Gilda, Retorno al pasado, o Billy Bathgate. James M. Cain, maestro de las historias triangulares en clave criminal, construyó el argumento definitivo en el que el deseo triangular en ambientes criminales aparece estimulado por medio de una sofisticada manipulación, en novelas como El cartero siempre llama dos veces o Doble indemnización, en el que la mujer deseada es la artífice de un plan de seducción que ella mismo activa para inducir directamente al amante al asesinato del marido y luego prescindir de él. Hitchcock concibió Vértigo como la película definitiva sobre la inducción artificial de un deseo mimético. El objetivo del villano, y de su amante que colabora con él haciéndose pasar por su esposa, es provocar directamente un enamoramiento que permitirá la manipulación del protagonista en el futuro asesinato de su auténtica mujer. En The Game el héroe es víctima de una monumental broma pesada, en la que cae por su tendencia fáustica a desear todo aquello que siempre ha envidiado en los demás. En esta película la construcción mimética no pasa solo por el deseo sexual, ni por la mujer fraude de cine negro sublimado en Vértigo, sino por la necesidad de poder en todos los ámbitos. La gestualidad robada al arte Existe un mimetismo de carácter estético cercano al que experimenta Don Quijote con relación a las novelas de caballerías o Emma Bovary respecto a las historias de amor. Esta tradición ha encontrado en el cine un gran número de personajes que funciona a partir de la mera necesidad que surge de sus pasiones estéticas. Al fin de la escapada está protagonizado por un personaje que durante toda la película emula la gestualidad y las peripecias de un ídolo del cine negro como es Humphrey Bogart. El personaje más importante de la televisión contemporánea atrapado en esa mediación externa es Tony Soprano. La serie que protagoniza se organiza por completo alrededor de la distancia entre la vida cotidiana de Tony y el tiempo mítico de ciertos modelos esplendorosos, de los gánster de la Warner a la saga de El Padrino, que el protagonista es vida en la pantalla del televisor. Tony necesita erigirse en un tragicómico continuador de esta saga de mafiosos audiovisuales por la vía de la violencia sanguinaria. La fusión con el otro La obra maestra absoluta sobre la identificación entre dos personas a partir del impulso de emulación es Persona, de Ingmar Bergman. Elizabeth una gran diva teatral sufre una crisis psicológica que la deja muda y la obliga a retirarse. Su enfermera Alma se encierra con ella en una casa para cuidarla y ofrecerle temas de conversación. El inevitable proceso de acercamiento entre estas dos mujeres, el efecto del espejo, el deseo de imitación, la vampirización, devienen al centro de una tragedia íntima sobre el contagio de caracteres y personalidades que el director resume en uno de los planos más célebres de su filmografía: la fusión de los dos rostros en una única forma facial. Madres terribles o sacrificadas Desde Psicosis, todos sabemos que los procesos siniestros de identificación hallan terreno abonado en el motivo de la madre inaccesible replicada por su hijo. La película Alma en suplicio de Michael Curtiz instaura un prototipo que hará historia: la hija que se enamora del amante de su madre y, enloquecida por los celos, llega a matarlo. Pero ahí aún un segundo giro melodramático, la madre con el fin de proteger a su hija, confiesa que la asesina es ella. Almodóvar en Tacones lejanos invoca de nuevo el juego de rivalidades, el asesinato del amante por la hija y la asunción de la culpa por parte de la madre, profundizando en un juego de espejos. El contagio mimético El mimetismo del comportamiento puede encontrar también caminos de socialización terapéuticos, que proporcionan una salida benéfica para la crisis de la comunidad. Algunas películas de naturaleza coral convierten la idea del contagio por proximidad en un auténtico entramado narrativo. En Doce hombres sin piedad un jurado popular que debe decidir un veredicto de inocencia o culpabilidad en relación con un presunto asesino, cambia su casi unánime opinión inicial a partir del voto disidente de uno solo de sus miembros, pasando de la culpabilidad a la inocencia. Este personaje va sembrando algunas dudas razonables entre el resto de los convocados, y la transformación del voto se produce en una progresión que bien podría equipararse con el contagio mimético. Así terminamos el podcast de hoy en el que hemos analizado el recurso del deseo mimético utilizado tanto por Shakespeare como por los guionistas actuales. No sin agradecer a los que os suscribís a los cursos de Guion o contratáis las consultorías y mentorías que ayudáis a que el podcast se mantenga. Estaremos juntos los martes y jueves con nuevas técnicas, estrategias y análisis para que aprendamos entre todos a ser mejores guionistas.
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Un curso en el que veremos cómo decidir el formato de podcast más interesante para nuestros intereses y que incluso nos adentraremos en la parte técnica para ver cómo se graba, edita y publica un podcast. En la séptima clase vemos los recursos técnicos que necesitamos para hacer la grabación de un podcast. El deseo mimético El deseo es uno de los grandes motores dramáticos de la obra shakespeareana. Se trata de un dispositivo que no solo puede organizar una escena, sino también convertirse en pauta de comportamiento de un personaje desde el principio hasta el final de la trama. Pensemos en Chris Wilton, el protagonista de Match Point, uno de los grandes arribistas del cine contemporáneo. Chris es un irlandés de procedencia humilde que prospera gracias al tenis profesional se retira por no tener suficiente talento y se va a Londres para ganarse la vida como profesor de ese deporte. Así conoce a Tom Hewett, heredero de una familia de empresarios que le presenta su hermana Chloe con la que inicia un noviazgo que lo lleva al matrimonio. Chris se avergüenza de su humilde clase social y quiere vivir como los ricos. Quiere tener lo que tienen los demás. Cuando conoce a la prometida de su amigo Tom, se siente inmediatamente atraído por ella. La desea no solo como mujer, sino como objeto relacionado con su amigo, modelo a imitar. Esta transferencia es lo que René Girard ha denominado como deseo mimético, mecanismo universal de organización de la relaciones humanas, de largo recorrido en la historia de la ficción. Podemos encontrar este mecanismo en las tragedias shakesperianas sobre el poder, en las que la posesión de la corona es un reclamo que se organiza en función de anhelos surgidos de la proximidad familiar o jerárquica: Macbeth está demasiado cerca de su admirado rey Duncan como para no desear todo lo que posee, al tiempo que quieres conspiran contra Julio César encuentran en el gran líder un chivo expiatorio para disimular la rivalidad fratricida. Patricia Highsmith perfiló este itinerario en el ciclo de Ripley inaugurado por El talento de Mister Ripley, en la que esté carismático impostor manifiesta tanta necesidad de obtener aquello que su amigo posee previamente, que no dudará en recurrir al asesinato para asumir la máxima culminación de su proyecto: la suplantación total. Los obstáculos de la amistad En el caso de las tramas sentimentales, la ficción siempre ha procurado dificultar la felicidad amorosa vinculando el objeto de deseo a un poder avasallador que parece hacerla imposible: De Jason y Medea a Teseo y Ariadna, de Tristán e Isolda a Romeo y Julieta. Se desea aquello que forma parte de un universo hostil. En esa paradoja descansa buena parte del interés de estas historias de amor, que hacen coexistir la convención romántica de el amor a primera vista con la sanción que lo dificulta, sea por raza, clase social o comunidad cultural. Pero como decía Aristóteles, los desencuentros experimentan aún más recorrido dramático cuando se dan entre figuras amigas. La obra de Shakespeare Los dos caballeros de Verona trata de dos amigos inseparables. Cuando uno de ellos se enamora de una chica, el segundo pierde el interés por su propia prometida y se obsesiona por la elección de su amigo convertido ahora en rival. En El sueño de una noche de verano, los constantes cambios de pareja y los resortes dramáticos que dan visibilidad a la circulación de los sentimientos parece deberse a las ansias imitativas de sus jóvenes protagonistas: cada uno de ellos acaba deseando al prometido o prometida de su amigo o amiga, lo cual comporta una constante rivalidad. La comedia cinematográfica clásica utilizó este recurso desde sus inicios. Uno de sus padres es Ernest Lubitsch, que utilizó toda una serie de recursos dramáticos que aún hoy sostienen el género de la comedia de enredo. En su primera película americana, Los peligros del flirt, crea un tipo de escena determinante en estas ficciones románticas: la presentación del amante al amigo o amiga en términos de petición implícita de aprobación y, por lo tanto, incluyendo la invitación inconsciente a la competición posesiva. La circulación del vodevil nace de la tensión en el interior de un núcleo fraternal que puede llegar a autodestruirse por un exceso de proximidad. Muchas de las grandes comedias clásicas de Hollywood de Lubitsch o Howard Hawks trabajan este esquema. No siempre el camino hacia el final feliz puede depender de un Deus ex Machina como el filtro de amor que utiliza el duende Puck en El sueño de una noche de verano, por lo que los guionistas deberán encontrar recursos para estabilizar con credibilidad una situación compensatoria. Algunas películas americanas de Lubitsch terminan elegantemente con unos puntos suspensivos. Sin explotar la tensión de las enemistades que suscita el deseo compartido e incluso apuntado a la posibilidad desacomplejada del menage a trois, como sucede en Una mujer para dos. En el cine de Howard Hawks debe existir algún tipo de reestructuración final que equilibre la situación y que permita saltar el conflicto mimético. Uno de los recursos más efectivos será el de la pelea a puñetazos final entre los dos amigos enamorados de la misma chica, una especie de encontronazo catártico como el que cierra Una novia en cada puerto. Triángulos del cine moderno La modernidad cinematográfica aportó renovadores elementos de distensión. En Jules y Jim, François Truffaut retrata un fascinante menage a trois integrado por dos amigos y una sola mujer de la que ambos están enamorados, todo ello en el contexto histórico de la Primera Guerra Mundial. La película afronta sin tabúes la complicidad efectiva de los dos protagonistas masculinos, buscando una salida ética a la tentación sexual nacida de su profunda afinidad de gustos y actitudes. Y la generosa capacidad de compartir y respetar el deseo por una misma mujer, a pesar de los episodios de sufrimiento y celos que ello pueda provocar, representó una distendida alternativa al conflicto mimético, ahora basada más en una dramaturgia episódica, aleatoria y reversible, que en el enfrentamiento radical del todo o nada. Eric Rohmer convirtió la rivalidad fraterna en uno de los recursos más utilizados en sus "comedias y proverbios”. Como indica el título de El amigo de mi amiga, en esta deliciosa comedia de enredo sentimental, los amigos sirven precisamente para colaborar en la construcción de la pareja. Una joven le presenta a su amiga a su prometido. Ella se siente atraída por él pero para evitarlo busca otro compañero. A partir de ahí el mecanismo mimético empieza a funcionar haciendo que la amiga se sienta atraída por este nuevo hombre. Al final las parejas se acaban organizando en el sentido inverso al que habían iniciado sus relaciones. Precisamente por el hecho de que cada una de ellas ha sido sancionada por la amiga respectiva, las nuevas parejas acaban siendo más sólidas y perdurables. La película resulta meridiana en su demostración de que no hay amor más fiable que aquel que viene precedido por la presentación de un mediador. La mentira inductora Ya hemos visto el modo en que el recurso al mimetismo, para encontrar la máxima efectividad, necesita de una escena fundacional: la presentación ritual del objeto del deseo en un acto planteado como una sesión implícita entre amigos, que puede exigir tanto el acatamiento de la belleza idolatrada como la paradójica emergencia de un sentimiento de rivalidad. En la comedia y el melodrama trágicos clásicos, esta inducción estructural no parece intencionada: quien habla tan bien de su amada no es consciente de que la exaltación ante el amigo puede provocar que la pierda. Pero si volvemos al ascendente de Shakespeare, las inducciones espontáneas se alternan, en las tragedias y dramas conspiratorios, con la conciencia manipuladora de ciertos personajes que mienten premeditadamente para que el protagonista lo acabe perdiendo todo. El caso más emblemático de un conspirador shakespeariano, que tiende a su víctima una trampa de este tipo se da en Otelo, donde el pérfido Yago, corroído por los celos, organiza un juego de falacias inductoras a través de la palabra y la manipulación de los objetos para conducir al héroe al límite contaminante de una paranoia fatal. En la ficción contemporánea, el género negro será el material de cultivo más frecuentado para la construcción artificial del deseo. Dashiell Hammett en La llave de cristal inaugura el motivo de la novia del gángster deseada también por el amigo o subordinado del capo. Con títulos tan emblemáticos como Forajidos, Gilda, Retorno al pasado, o Billy Bathgate. James M. Cain, maestro de las historias triangulares en clave criminal, construyó el argumento definitivo en el que el deseo triangular en ambientes criminales aparece estimulado por medio de una sofisticada manipulación, en novelas como El cartero siempre llama dos veces o Doble indemnización, en el que la mujer deseada es la artífice de un plan de seducción que ella mismo activa para inducir directamente al amante al asesinato del marido y luego prescindir de él. Hitchcock concibió Vértigo como la película definitiva sobre la inducción artificial de un deseo mimético. El objetivo del villano, y de su amante que colabora con él haciéndose pasar por su esposa, es provocar directamente un enamoramiento que permitirá la manipulación del protagonista en el futuro asesinato de su auténtica mujer. En The Game el héroe es víctima de una monumental broma pesada, en la que cae por su tendencia fáustica a desear todo aquello que siempre ha envidiado en los demás. En esta película la construcción mimética no pasa solo por el deseo sexual, ni por la mujer fraude de cine negro sublimado en Vértigo, sino por la necesidad de poder en todos los ámbitos. La gestualidad robada al arte Existe un mimetismo de carácter estético cercano al que experimenta Don Quijote con relación a las novelas de caballerías o Emma Bovary respecto a las historias de amor. Esta tradición ha encontrado en el cine un gran número de personajes que funciona a partir de la mera necesidad que surge de sus pasiones estéticas. Al fin de la escapada está protagonizado por un personaje que durante toda la película emula la gestualidad y las peripecias de un ídolo del cine negro como es Humphrey Bogart. El personaje más importante de la televisión contemporánea atrapado en esa mediación externa es Tony Soprano. La serie que protagoniza se organiza por completo alrededor de la distancia entre la vida cotidiana de Tony y el tiempo mítico de ciertos modelos esplendorosos, de los gánster de la Warner a la saga de El Padrino, que el protagonista es vida en la pantalla del televisor. Tony necesita erigirse en un tragicómico continuador de esta saga de mafiosos audiovisuales por la vía de la violencia sanguinaria. La fusión con el otro La obra maestra absoluta sobre la identificación entre dos personas a partir del impulso de emulación es Persona, de Ingmar Bergman. Elizabeth una gran diva teatral sufre una crisis psicológica que la deja muda y la obliga a retirarse. Su enfermera Alma se encierra con ella en una casa para cuidarla y ofrecerle temas de conversación. El inevitable proceso de acercamiento entre estas dos mujeres, el efecto del espejo, el deseo de imitación, la vampirización, devienen al centro de una tragedia íntima sobre el contagio de caracteres y personalidades que el director resume en uno de los planos más célebres de su filmografía: la fusión de los dos rostros en una única forma facial. Madres terribles o sacrificadas Desde Psicosis, todos sabemos que los procesos siniestros de identificación hallan terreno abonado en el motivo de la madre inaccesible replicada por su hijo. La película Alma en suplicio de Michael Curtiz instaura un prototipo que hará historia: la hija que se enamora del amante de su madre y, enloquecida por los celos, llega a matarlo. Pero ahí aún un segundo giro melodramático, la madre con el fin de proteger a su hija, confiesa que la asesina es ella. Almodóvar en Tacones lejanos invoca de nuevo el juego de rivalidades, el asesinato del amante por la hija y la asunción de la culpa por parte de la madre, profundizando en un juego de espejos. El contagio mimético El mimetismo del comportamiento puede encontrar también caminos de socialización terapéuticos, que proporcionan una salida benéfica para la crisis de la comunidad. Algunas películas de naturaleza coral convierten la idea del contagio por proximidad en un auténtico entramado narrativo. En Doce hombres sin piedad un jurado popular que debe decidir un veredicto de inocencia o culpabilidad en relación con un presunto asesino, cambia su casi unánime opinión inicial a partir del voto disidente de uno solo de sus miembros, pasando de la culpabilidad a la inocencia. Este personaje va sembrando algunas dudas razonables entre el resto de los convocados, y la transformación del voto se produce en una progresión que bien podría equipararse con el contagio mimético. 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