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El Grillo 19

 
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Sola
Imagino su desesperación en el silencio de una casa sola, vacía sin Víctor, y ella tan joven e indefensa. Quizá no estuvo bien lo que hice... no, no estuvo nada bien... pero, alguien tenia que avisarle. Avisarle que, si no le había dicho nada.
Un remordimiento aun mayor toco mi frente. No podía dejarla así. Volví a llamar.
-Señora, soy yo, otra vez.
-Ah, si... - contesto como si hubiera estado esperando mi llamado.
-Tengo que hablar con usted.
-Sí, claro...
-Pero, personalmente.
-Bueno.
A todo contestaba atónita, como un artista con fraseo limitado. Le pedí su dirección. A pesar de que no era cerca, decidí ir caminando, para despejarme.
Como decirle...
La traición no era lo que me mas me preocupaba, sino el anuncio, la noticia ignorada. Tal vez ya se había enterado por algún otro medio, lo cual me aliviaría la tarea. Pero si sabia... ¿por qué se quedo atónita cuando la llame por segunda vez? Pudo haberse guardado lo que sabia para poder cobrar venganza en nombre de su querido Víctor. Pero no parecía violenta, ni tenia aspecto de una mujer maquiavélica y fabuladora... seguramente no sabia nada. Pobrecita, tan sola, tan joven. Pense en hacerle compañía mientras fuera necesario, aunque no considere que tal vez deseara estar sola.
Seguramente estaba acostumbrada a Víctor, tal vez enamorada de él.
Acostumbrada, enamorada. No supe distinguirlo en los meses que siguieron.
Llegue a la puerta indicada. Parecía pequeña la casa, pero digna. Por un minuto permanecí inmóvil ante el timbre y cuando logre decidirme, me abrió de golpe antes de que pudiera alcanzar el botón del timbre.
-¿Porque no tocaba?-
Era curioso que nos tratáramos de usted, ya que según mis cálculos debíamos tener una edad similar.
-Perdón, estaba verificando que fuera esta la casa- me excuse de modo infantil.
Me invito a pasar. Nos sentamos en unos sillones viejos que estaban cerca de la entrada. La casa se veía bastante revuelta. Mas que mi cuarto, mas que mi mente, si es que eso era posible.
Permanecimos en silencio, ninguno de los dos quería comenzar. Ella por no saber y yo por no contarle. El silencio se torno insoportable.
-Bueno, señora yo...
-Marina, me llamo Marina.
-Está bien, Marina, yo quise venir a contarle... lo que paso.
Pero, que había pasado... Ni yo mismo lo recordaba bien. Los ojos de la pobre chica se agrandaron como si aguardaran una revelación misteriosa, pero yo solo podía referirle los hechos de un pasado reciente, que nos marcarían para siempre.
Instantes, de esos que te cambian, hay pocos. El asalto fue uno de ellos, tanto para ella como para mí.
Mas adelante supe que Víctor lo tenia todo planeado desde mucho tiempo antes. Marina lo había oído mascullando ideas, que nunca le eran develadas por completo. Pero todo estaba en un cuaderno. El viejo cuaderno naranja, bajo llave en el escritorio de Víctor. Una semana después de mi visita a la casa decidimos abrirlo. Marina sabia donde Víctor guardaba la llave, pero nunca se había atrevido a usarla. Según me dijo su miedo superaba a la curiosidad. Pero ya no había porque temer...
Con la lectura ardua de las anotaciones jeroglíficas de Víctor, pudimos develar muchos misterios acerca de su autor, del verdadero plan, de sus obsesiones y secretos recónditos. Descifrar su letra nos llevo un buen tiempo. Era pequeña, retorcida y llena de símbolos, para abreviar.
Todo lo había planeado, hasta el ultimo detalle. En su cuaderno estaba todo previsto... todo menos su fin, que nos empujo a descifrar los códigos del cuaderno. Si todo lo planeado hubiera salido bien, el cuaderno no hubiera sido leído nunca. Tal vez era parte del plan...
Nuestros encuentros fueron diluyendo el dolor, y aunque Víctor ya no estaba, pude arrancarle en contadas ocasiones una de esas sonrisas que iluminan el ambiente y llenan de frescura a la persona que las porta. También se diluía la culpa, sobretodo la mía. Me pregunto porque habré sentido tanta culpa, si el desarrollo de los hechos me fue ajeno (eso lo sé con certeza) y además no había sido mi plan sino el del propio damnificado. Pero esto no podía calmarme, ni aliviarme de mi culpa. Para eso estaba ella.
Los encuentros, cada vez menos esporádicos, fueron transformándose en una necesidad para mí.
La primera semana fui dos veces.
La segunda tres.
La cuarta cuatro y la quinta todos los días.
En adelante no podía pasar un día sin ir a verla.
Casi siempre los encuentros eran a las seis (cuando ella salía de trabajar) y se prolongaban hasta bien entrada la noche. Habían pasado ya dos meses cuando me di cuenta de esta necesidad enfermiza de verla; de la excusa de la muerte y de mi escozor ante la idea del desnudo.
No había pasado nada entre ella y yo, ni siquiera nos tuteábamos, pero dentro mío había algo. Algo había cambiado en mi interior y no se como expresarlo en una hoja, ni en mil, ni en una montaña surcada por ríos de color azul.
Nunca supe que le pasaba a ella. Solo vislumbre su tristeza, y por allí pude adentrarme. La grieta del pasado me cedió el paso y yo me instale cómodamente, como esos huéspedes que uno no espera pero terminan haciéndose necesarios y agradables. En su interior cómodamente instalado, pude conocerla, saberla bien o eso creí por entonces.
Supe con los días que era de la provincia, que había llegado a los catorce para trabajar en una casa bien. Supe también de su pasado familiar, y hasta llegue a conocer a una prima que la visito en una ocasión.
Me parecía extraño que nunca hubiera tenido contacto con su familia durante el tiempo que la visite. Estaba tan apartada que en cierto modo, se asemejaba a mí, al menos en esto. Del campo hablaba poco. Mas hablo de Víctor y de su relación con él. Lo había conocido a los dieciséis, en una plaza cerca de donde trabajaba por entonces. Me contó varias veces que el día que conoció a Víctor fue bastante particular, climatológicamente hablando; “el sol rajaba la tierra y en diez minutos... paf, se cayo el cielo”. Y Víctor supo estar.
La debe haber visto mojada, debajo de un árbol y servicial se habrá acercado para ofrecerle un abrigo o un paraguas para que se cubriera. En adelante se vieron todos los días en el parque, según dijo ella, y el resto es historia reciente.
Cuando escuchaba su voz, se la oía embobada con “los días del parque”. Víctor también supo entrar, pero por otra grieta.
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Imagino su desesperación en el silencio de una casa sola, vacía sin Víctor, y ella tan joven e indefensa. Quizá no estuvo bien lo que hice... no, no estuvo nada bien... pero, alguien tenia que avisarle. Avisarle que, si no le había dicho nada.
Un remordimiento aun mayor toco mi frente. No podía dejarla así. Volví a llamar.
-Señora, soy yo, otra vez.
-Ah, si... - contesto como si hubiera estado esperando mi llamado.
-Tengo que hablar con usted.
-Sí, claro...
-Pero, personalmente.
-Bueno.
A todo contestaba atónita, como un artista con fraseo limitado. Le pedí su dirección. A pesar de que no era cerca, decidí ir caminando, para despejarme.
Como decirle...
La traición no era lo que me mas me preocupaba, sino el anuncio, la noticia ignorada. Tal vez ya se había enterado por algún otro medio, lo cual me aliviaría la tarea. Pero si sabia... ¿por qué se quedo atónita cuando la llame por segunda vez? Pudo haberse guardado lo que sabia para poder cobrar venganza en nombre de su querido Víctor. Pero no parecía violenta, ni tenia aspecto de una mujer maquiavélica y fabuladora... seguramente no sabia nada. Pobrecita, tan sola, tan joven. Pense en hacerle compañía mientras fuera necesario, aunque no considere que tal vez deseara estar sola.
Seguramente estaba acostumbrada a Víctor, tal vez enamorada de él.
Acostumbrada, enamorada. No supe distinguirlo en los meses que siguieron.
Llegue a la puerta indicada. Parecía pequeña la casa, pero digna. Por un minuto permanecí inmóvil ante el timbre y cuando logre decidirme, me abrió de golpe antes de que pudiera alcanzar el botón del timbre.
-¿Porque no tocaba?-
Era curioso que nos tratáramos de usted, ya que según mis cálculos debíamos tener una edad similar.
-Perdón, estaba verificando que fuera esta la casa- me excuse de modo infantil.
Me invito a pasar. Nos sentamos en unos sillones viejos que estaban cerca de la entrada. La casa se veía bastante revuelta. Mas que mi cuarto, mas que mi mente, si es que eso era posible.
Permanecimos en silencio, ninguno de los dos quería comenzar. Ella por no saber y yo por no contarle. El silencio se torno insoportable.
-Bueno, señora yo...
-Marina, me llamo Marina.
-Está bien, Marina, yo quise venir a contarle... lo que paso.
Pero, que había pasado... Ni yo mismo lo recordaba bien. Los ojos de la pobre chica se agrandaron como si aguardaran una revelación misteriosa, pero yo solo podía referirle los hechos de un pasado reciente, que nos marcarían para siempre.
Instantes, de esos que te cambian, hay pocos. El asalto fue uno de ellos, tanto para ella como para mí.
Mas adelante supe que Víctor lo tenia todo planeado desde mucho tiempo antes. Marina lo había oído mascullando ideas, que nunca le eran develadas por completo. Pero todo estaba en un cuaderno. El viejo cuaderno naranja, bajo llave en el escritorio de Víctor. Una semana después de mi visita a la casa decidimos abrirlo. Marina sabia donde Víctor guardaba la llave, pero nunca se había atrevido a usarla. Según me dijo su miedo superaba a la curiosidad. Pero ya no había porque temer...
Con la lectura ardua de las anotaciones jeroglíficas de Víctor, pudimos develar muchos misterios acerca de su autor, del verdadero plan, de sus obsesiones y secretos recónditos. Descifrar su letra nos llevo un buen tiempo. Era pequeña, retorcida y llena de símbolos, para abreviar.
Todo lo había planeado, hasta el ultimo detalle. En su cuaderno estaba todo previsto... todo menos su fin, que nos empujo a descifrar los códigos del cuaderno. Si todo lo planeado hubiera salido bien, el cuaderno no hubiera sido leído nunca. Tal vez era parte del plan...
Nuestros encuentros fueron diluyendo el dolor, y aunque Víctor ya no estaba, pude arrancarle en contadas ocasiones una de esas sonrisas que iluminan el ambiente y llenan de frescura a la persona que las porta. También se diluía la culpa, sobretodo la mía. Me pregunto porque habré sentido tanta culpa, si el desarrollo de los hechos me fue ajeno (eso lo sé con certeza) y además no había sido mi plan sino el del propio damnificado. Pero esto no podía calmarme, ni aliviarme de mi culpa. Para eso estaba ella.
Los encuentros, cada vez menos esporádicos, fueron transformándose en una necesidad para mí.
La primera semana fui dos veces.
La segunda tres.
La cuarta cuatro y la quinta todos los días.
En adelante no podía pasar un día sin ir a verla.
Casi siempre los encuentros eran a las seis (cuando ella salía de trabajar) y se prolongaban hasta bien entrada la noche. Habían pasado ya dos meses cuando me di cuenta de esta necesidad enfermiza de verla; de la excusa de la muerte y de mi escozor ante la idea del desnudo.
No había pasado nada entre ella y yo, ni siquiera nos tuteábamos, pero dentro mío había algo. Algo había cambiado en mi interior y no se como expresarlo en una hoja, ni en mil, ni en una montaña surcada por ríos de color azul.
Nunca supe que le pasaba a ella. Solo vislumbre su tristeza, y por allí pude adentrarme. La grieta del pasado me cedió el paso y yo me instale cómodamente, como esos huéspedes que uno no espera pero terminan haciéndose necesarios y agradables. En su interior cómodamente instalado, pude conocerla, saberla bien o eso creí por entonces.
Supe con los días que era de la provincia, que había llegado a los catorce para trabajar en una casa bien. Supe también de su pasado familiar, y hasta llegue a conocer a una prima que la visito en una ocasión.
Me parecía extraño que nunca hubiera tenido contacto con su familia durante el tiempo que la visite. Estaba tan apartada que en cierto modo, se asemejaba a mí, al menos en esto. Del campo hablaba poco. Mas hablo de Víctor y de su relación con él. Lo había conocido a los dieciséis, en una plaza cerca de donde trabajaba por entonces. Me contó varias veces que el día que conoció a Víctor fue bastante particular, climatológicamente hablando; “el sol rajaba la tierra y en diez minutos... paf, se cayo el cielo”. Y Víctor supo estar.
La debe haber visto mojada, debajo de un árbol y servicial se habrá acercado para ofrecerle un abrigo o un paraguas para que se cubriera. En adelante se vieron todos los días en el parque, según dijo ella, y el resto es historia reciente.
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