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Usted considera que debemos aceptar la posibilidad de que desaparezca el dinero en metálico. ¿Caminamos hacia ese escenario? Es una de mis tesis, y no solo por el desarrollo tecnológico. La desaparición del dinero en metálico resulta muy conveniente desde el punto de vista de los Gobiernos. Si solo hay dinero en forma contable (pagos con tarjeta, transferencias, etcétera), entonces se pueden rastrear todas las transacciones que realicemos. Todo se convierte en intercambios de dinero. A los Estados les resulta muy atractiva esta posibilidad porque así podrían controlar todos los flujos de capital. De esta forma, por ejemplo, la Administración conocerá quién ha recibido qué ingresos, quién ha pagado qué cantidades, para qué… ¿No ocurre ya? No de manera generalizada. Hoy, para saberlo con detalle, el Estado debe confiar en la declaración de la renta que hacen los ciudadanos. Sin embargo, si desaparecen los billetes y monedas, además tendría acceso al registro de todas las transacciones. Absolutamente todas. Por este motivo, los Gobiernos anhelan cambiar el sistema monetario, de manera que solo haya dinero contable. ¿Lo han intentado antes? Sí, llevan intentándolo mucho tiempo, pero en épocas anteriores era complicado por razones técnicas. Hoy es fácil. La resistencia que debe presentar la sociedad se justifica con la siguiente pregunta: ¿lo que resulta beneficioso para los Gobiernos lo es también para los ciudadanos? Es una cuestión política, por supuesto, y por eso se trata de plantear una resistencia en términos políticos, de voto electoral, de elección de líderes y partidos que crean en la libertad individual. ¿Cómo consigue el Estado aumentar su control? La producción de dinero (que en teoría no tiene límite) es la esencia de la intervención monetaria. Los bancos centrales se han acostumbrado a ello porque les resulta muy cómodo, por ejemplo, para evitar la paralización del crecimiento económico o controlar la inflación. Paradójicamente, el propio sistema monetario actual provoca en buena medida esos fenómenos inflacionarios o de freno del crecimiento. Si continuamos así, la tendencia a largo plazo consistirá en un sistema monetario absolutamente supervisado y con una única moneda. De esta manera, el Estado podría producir dinero sin costes y decidir libremente cómo usarlo. ¿Sucede porque los Gobiernos se aferran a un sistema monetario basado en préstamos y créditos? Hoy en día tanto el sistema monetario como la producción de dinero se relacionan íntimamente con los préstamos y los créditos, pero no tendría por qué ocurrir. En el último siglo y medio el dinero contable se ha creado a través de los créditos, una costumbre conveniente para los bancos aunque no tanto para los Gobiernos. De hecho, a las instituciones privadas les interesa que se produzca dinero gracias al crecimiento de los créditos. De esa forma, pueden dominar el abastecimiento monetario, ya que las personas a las que se les concede un crédito están perfectamente identificadas porque tienen que devolverlo. Vivimos en un orden monetario caracterizado por la producción estatal de dinero. Debido a esto, el crecimiento económico se basa en la creación de bienes no monetarios (inmuebles, maquinaria, bienes de equipo, etcétera, es decir, activos en los que el poder adquisitivo no varía). Ese monopolio del Estado —y su gestión a través de las políticas monetarias— provoca una «financiarización» de la economía, que está en el origen de crisis como las vividas recientemente en los países occidentales. ¿Quiénes ganan y quiénes pierden en el actual sistema monetario? Los ganadores son quienes pueden usar primero el nuevo dinero producido, porque en este momento los precios de los bienes siguen siendo relativamente bajos. Debido al consumo, los precios y rentas aumentan gradualmente, y de esta manera el nuevo dinero se extiende por la economía. Los perdedores en este proceso son los que tardan en disfrutar de una renta monetaria superior porque ya deben pagar precios más altos con una previa renta inferior. En este sentido, la producción de dinero puede contribuir a empeorar la desigualdad de rentas. En muchas ocasiones, la línea que separa la actividad de los bancos y los Gobiernos se difumina. ¿Qué opina de esa relación? La conexión entre los Gobiernos y los bancos es muy estrecha, simbiótica. Sucede en la mayoría de los países desde hace mucho tiempo. El principal motivo es que los Estados han usado la creación de dinero para que los bancos accedan a créditos adicionales con los que incrementar sus préstamos y remunerar mejor sus productos de inversión. A su vez, el proceso de creación dineraria —en forma contable y en forma de créditos— implica que las entidades financieras comienzan a depender del respaldo político, algo que se ha visto con claridad en los rescates de bancos. Por eso, la alianza entre la política y la banca es muy natural y, en consecuencia, también que los banqueros se conviertan en políticos, o viceversa. ¿Se aprovechan entonces unos de otros? Se aprovechan de sus mutuas redes de influencia, de intereses creados y de relaciones para activarlas, bien en la política o en el ejercicio de las actividades financieras. No es algo bueno, pero sí habitual. Se debe a que la creación de dinero está, en último término, unida indisolublemente con las necesidades de financiación de los Gobiernos. La producción de dinero tiene muchos fines, pero esta es una de sus prácticas centrales, ya que permite al Gobierno pedir préstamos ilimitadamente. ¿Por qué? Porque el dinero puede producirse sin límites comerciales, ni cuantitativos ni tecnológicos. De esta manera, el Gobierno se beneficia del apoyo de un banco central, dado que el propio banco central depende del monopolio proporcionado por el Gobierno. ¿Qué puede hacer un ciudadano para combatirlo? Sufrimos un problema del sistema monetario en su conjunto, por lo que no es algo que se pueda resolver de manera particular. Como individuos, formamos parte de la sociedad y nos vemos obligados a ajustarnos a sus normas. Por supuesto, si alguien quiere utilizar el sistema para alcanzar su propio interés, puede ganar mucho dinero respetando las reglas del sistema, es decir, la legalidad. Por ejemplo, si yo me endeudo mucho y realizo muchas inversiones, cuanto más lo haga, más créditos podré conseguir para seguir invirtiendo. Por tanto, adaptarse al sistema es la solución. En realidad, no. Más bien es la causa de la crisis que padecemos. El verdadero error es el consumo masivo de capitales, que convierte al sistema económico en algo frágil y que obliga a los bancos centrales a intentar solucionar los problemas que provoca esa fragilidad. Esto lo pagan automáticamente todos los ciudadanos porque, cuando el banco central actúa, lo hace aumentando la oferta monetaria. Es decir, inyectando nuestro dinero en el sistema, lo que reduce el valor de la moneda en conjunto. De manera que, cuando un banco central salva a un banco comercial, lo pagamos todos. No una gran cantidad cada uno, solo una muy pequeña, pero sí una parte. Así pues, adaptarse al sistema no significa mejorarlo. Entonces, ¿por qué usar dinero en efectivo —como usted propone— es un acto de resistencia? Buena pregunta. Lo es porque el sistema puede empeorar. Se entiende bien, me parece, que los Gobiernos quieran que todo el dinero tenga forma contable, pero también es comprensible que esa aspiración estatal perjudique a la economía de los ciudadanos. Pienso que es bueno que los individuos, las familias, las empresas mantengan cierta autonomía. Es decir, que no se puedan rastrear todos los flujos de dinero, y menos aún que se centralice toda esa información. Por eso es positivo que tengamos dinero en efectivo, ya que así se reduce el control del Estado sobre nuestras vidas. ¿Significa eso que debemos guardar el dinero bajo el colchón para utilizarlo después en nuestra vida diaria? No, por supuesto que no. Guardar el dinero bajo el colchón no es práctico. La mayoría de las personas tiene algo de dinero en efectivo paralizado. De hecho, el escenario que comentamos es más un problema para la gente rica que para la clase media. El ciudadano común tiene un porcentaje mayor de su dinero en efectivo que el que posee la gente adinerada, que normalmente guarda sus ahorros en los bancos. ¿También el ahorro es un acto subversivo? Una economía libre con un sistema monetario abierto incentiva el ahorro de dinero en efectivo bajo control propio e inmediato. Las inversiones en cuentas de ahorro u otras relativamente seguras también desempeñan un cierto papel, pero el atesoramiento de dinero es lo más habitual, especialmente entre familias de rentas bajas. Por el contrario, cuando la inflación crece y los precios suben, como en un sistema de moneda fiduciaria, el atesoramiento de dinero se convierte en suicida porque la moneda cada vez vale menos. Resulta entonces aconsejable endeudarse y apalancar las inversiones o invertir en productos financieros que nos devuelvan un interés. De ese modo, compensamos la pérdida de poder adquisitivo provocada por la inflación con los intereses que producen las inversiones. En pocas palabras, en un escenario inflacionista lo racional sería invertir en productos de más riesgo para conseguir un retorno monetario que exceda la tasa de inflación de los precios. Esto es verdad en todos los sectores, incluyendo a las familias. Usted aconseja «usar la imaginación» para empezar a cambiar el sistema monetario actual. Para cambiarlo se pueden hacer muchas cosas. Por ejemplo, mover el dinero. Hay formas de efectuar cobros y pagos con modalidades de dinero privado en lugar de hacerlo con el dinero convencional (dólares, euros, etcétera), que es el controlado por los Gobiernos. Pienso en la moneda virtual bitcoin, reconocida en Alemania desde 2013 y sujeta a la misma tributación que el euro y que puede ser convertida en otra moneda de curso legal real o virtual. A partir de ahí se pueden implantar otras iniciativas que suplan a las monedas tradicionales. Así que me mantengo optimista sobre el futuro. ¿No es utópico pensar en una liberalización del mercado monetario? El mercado de dinero debería funcionar como cualquier otro mercado, basta con que no esté completamente intervenido. Por tanto, frente al progresivo control estatal sobre todo tipo de transacciones (como la obligación de los bancos de informar de los pagos superiores a tres mil euros), utilizar billetes y monedas para las compras ordinarias es un acto de libertad y de resistencia ante el monopolio de un Estado que nos empuja a un mundo solo con dinero digital. ¿No sería mejor reformar el sistema actual que inventar otro sin respaldo de los Estados y sus bancos centrales? Por supuesto, se pueden hacer muchas cosas dentro del sistema para mejorarlo, pero no hay duda de la imperiosa necesidad de cambiarlo. Para empezar, y sin diseñar un plan detallado, la manera más fácil sería permitir más competencia en el mercado monetario. Si se autorizan más competidores, el sistema no dependerá solo del monopolio gubernamental. ¿Qué sistema económico posibilitaría esos cambios? El sistema perfecto es aquel que se basa en la libertad, dentro de los límites del derecho a la propiedad privada. El sistema ideal es un sistema en el que prime la responsabilidad. ¿Ve algún aspecto positivo en la intervención monetaria por parte del Estado? Un keynesiano diría que tiene ventajas agregadas para el empleo y para la producción. Estos beneficios existen a corto plazo, pero solo a corto plazo. Si la intervención permanece sine die, entonces aparecen los problemas. A corto, los bancos centrales pueden estimular la producción agregada hasta el punto de fomentar el consumo. Sin embargo, ¿qué ocurre después? Que la gente se dedica a producir bienes de consumo a corto plazo y se olvida de los bienes capitales. Un ejemplo sencillo: deja de reparar los edificios y las calles, y en su lugar se centra en producir alimentos o ropa. Al final, sin embargo, los edificios se derrumbarán y las calles presentarán todo tipo de baches, de manera que la productividad disminuirá porque los escombros afectarán a la distribución de los bienes: habrá retrasos en los pedidos, averías en los camiones de reparto... En síntesis, los bancos centrales pueden estimular la producción a corto plazo, pero siempre a expensas de romper el equilibrio entre los diferentes tipos de bienes y servicios que se deberían producir y ofertar. ¿Cuáles son la raíces intelectuales de la intervención monetaria actual? El keynesianismo, por supuesto. Su neomercantilismo ha corroído los fundamentos de nuestro sistema monetario. Mientras que los economistas clásicos y sus herederos intelectuales habían intentado reducir el papel monetario del Estado tanto como fuera posible —hasta el punto de privatizar la acuñación de dinero—, los keynesianos propugnaban ponerlo todo bajo el control estatal. Lo más importante es que buscaban reemplazar las monedas materiales del mercado libre, como la plata y el oro, por dinero fiduciario. Como sabemos, tuvieron éxito. En 1971, los Estados Unidos abandonaron el patrón oro, y el valor del dólar pasó a sostenerse exclusivamente en la confianza que le dan sus poseedores. Desde entonces, toda la economía mundial ha estado bajo ese patrón fiduciario. ¿Qué idea principal transmite a sus estudiantes sobre estos temas? Intento que comprendan el mundo que les rodea y los mecanismos básicos de la economía. Es una misión bastante dura porque nacen y crecen en un entorno impregnado por las ideas intervencionistas de Keynes. Mi objetivo es proporcionarles una visión diferente, que tengan más información; por ejemplo, que entiendan el papel fundamental que los ahorros juegan en una economía de mercado y en cualquier sociedad libre. Me centro para ello en los límites y las consecuencias del intervencionismo monetario, algo que se puede estudiar en diferentes niveles a lo largo de la formación universitaria. ¿Dónde quedan los valores en esa tarea de formación de los futuros economistas? Sinceramente, los valores no aparecen en la primera línea de mi enseñanza, aunque por supuesto hablo de la ética en todos los aspectos de la docencia. La ética económica debe asentarse en el conocimiento de la economía. Solo se pueden formular verdaderos juicios éticos cuando se conoce el entorno. Empezar al revés supone adoptar un orden erróneo. No se pueden hacer juicios éticos sin que antes se entienda a fondo lo que está pasando. ¿Por último, ¿qué tres claves debería tener presentes un ciudadano para sobrevivir en el entorno económico que usted describe? Primero: ahorrar siempre es bueno. No solo le beneficia a uno mismo, sino también a toda la economía. Segundo: no podemos enriquecernos gracias a los bancos centrales. Lo que nos hace más ricos es producir más. El banco central crea dinero, pero más dinero no implica más bienes y servicios. No podemos alimentarnos con dinero. El acuñar más moneda evita la crisis a corto plazo pero, precisamente por eso, fomenta comportamientos que provocan las crisis a largo plazo. El problema de los bancos centrales consiste en que, digamos, actúan como las drogas: te ayudan a olvidar los problemas presentes pero, cuanto más consumes, más te perjudican. Tercero: tenemos un sistema económico basado en los bancos centrales y en la monetarización. Ambas cosas son destructivas en el largo plazo, y el ser humano vive décadas: vive a largo plazo. Los riesgos de un mundo sin dinero en efectivo
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Usted considera que debemos aceptar la posibilidad de que desaparezca el dinero en metálico. ¿Caminamos hacia ese escenario? Es una de mis tesis, y no solo por el desarrollo tecnológico. La desaparición del dinero en metálico resulta muy conveniente desde el punto de vista de los Gobiernos. Si solo hay dinero en forma contable (pagos con tarjeta, transferencias, etcétera), entonces se pueden rastrear todas las transacciones que realicemos. Todo se convierte en intercambios de dinero. A los Estados les resulta muy atractiva esta posibilidad porque así podrían controlar todos los flujos de capital. De esta forma, por ejemplo, la Administración conocerá quién ha recibido qué ingresos, quién ha pagado qué cantidades, para qué… ¿No ocurre ya? No de manera generalizada. Hoy, para saberlo con detalle, el Estado debe confiar en la declaración de la renta que hacen los ciudadanos. Sin embargo, si desaparecen los billetes y monedas, además tendría acceso al registro de todas las transacciones. Absolutamente todas. Por este motivo, los Gobiernos anhelan cambiar el sistema monetario, de manera que solo haya dinero contable. ¿Lo han intentado antes? Sí, llevan intentándolo mucho tiempo, pero en épocas anteriores era complicado por razones técnicas. Hoy es fácil. La resistencia que debe presentar la sociedad se justifica con la siguiente pregunta: ¿lo que resulta beneficioso para los Gobiernos lo es también para los ciudadanos? Es una cuestión política, por supuesto, y por eso se trata de plantear una resistencia en términos políticos, de voto electoral, de elección de líderes y partidos que crean en la libertad individual. ¿Cómo consigue el Estado aumentar su control? La producción de dinero (que en teoría no tiene límite) es la esencia de la intervención monetaria. Los bancos centrales se han acostumbrado a ello porque les resulta muy cómodo, por ejemplo, para evitar la paralización del crecimiento económico o controlar la inflación. Paradójicamente, el propio sistema monetario actual provoca en buena medida esos fenómenos inflacionarios o de freno del crecimiento. Si continuamos así, la tendencia a largo plazo consistirá en un sistema monetario absolutamente supervisado y con una única moneda. De esta manera, el Estado podría producir dinero sin costes y decidir libremente cómo usarlo. ¿Sucede porque los Gobiernos se aferran a un sistema monetario basado en préstamos y créditos? Hoy en día tanto el sistema monetario como la producción de dinero se relacionan íntimamente con los préstamos y los créditos, pero no tendría por qué ocurrir. En el último siglo y medio el dinero contable se ha creado a través de los créditos, una costumbre conveniente para los bancos aunque no tanto para los Gobiernos. De hecho, a las instituciones privadas les interesa que se produzca dinero gracias al crecimiento de los créditos. De esa forma, pueden dominar el abastecimiento monetario, ya que las personas a las que se les concede un crédito están perfectamente identificadas porque tienen que devolverlo. Vivimos en un orden monetario caracterizado por la producción estatal de dinero. Debido a esto, el crecimiento económico se basa en la creación de bienes no monetarios (inmuebles, maquinaria, bienes de equipo, etcétera, es decir, activos en los que el poder adquisitivo no varía). Ese monopolio del Estado —y su gestión a través de las políticas monetarias— provoca una «financiarización» de la economía, que está en el origen de crisis como las vividas recientemente en los países occidentales. ¿Quiénes ganan y quiénes pierden en el actual sistema monetario? Los ganadores son quienes pueden usar primero el nuevo dinero producido, porque en este momento los precios de los bienes siguen siendo relativamente bajos. Debido al consumo, los precios y rentas aumentan gradualmente, y de esta manera el nuevo dinero se extiende por la economía. Los perdedores en este proceso son los que tardan en disfrutar de una renta monetaria superior porque ya deben pagar precios más altos con una previa renta inferior. En este sentido, la producción de dinero puede contribuir a empeorar la desigualdad de rentas. En muchas ocasiones, la línea que separa la actividad de los bancos y los Gobiernos se difumina. ¿Qué opina de esa relación? La conexión entre los Gobiernos y los bancos es muy estrecha, simbiótica. Sucede en la mayoría de los países desde hace mucho tiempo. El principal motivo es que los Estados han usado la creación de dinero para que los bancos accedan a créditos adicionales con los que incrementar sus préstamos y remunerar mejor sus productos de inversión. A su vez, el proceso de creación dineraria —en forma contable y en forma de créditos— implica que las entidades financieras comienzan a depender del respaldo político, algo que se ha visto con claridad en los rescates de bancos. Por eso, la alianza entre la política y la banca es muy natural y, en consecuencia, también que los banqueros se conviertan en políticos, o viceversa. ¿Se aprovechan entonces unos de otros? Se aprovechan de sus mutuas redes de influencia, de intereses creados y de relaciones para activarlas, bien en la política o en el ejercicio de las actividades financieras. No es algo bueno, pero sí habitual. Se debe a que la creación de dinero está, en último término, unida indisolublemente con las necesidades de financiación de los Gobiernos. La producción de dinero tiene muchos fines, pero esta es una de sus prácticas centrales, ya que permite al Gobierno pedir préstamos ilimitadamente. ¿Por qué? Porque el dinero puede producirse sin límites comerciales, ni cuantitativos ni tecnológicos. De esta manera, el Gobierno se beneficia del apoyo de un banco central, dado que el propio banco central depende del monopolio proporcionado por el Gobierno. ¿Qué puede hacer un ciudadano para combatirlo? Sufrimos un problema del sistema monetario en su conjunto, por lo que no es algo que se pueda resolver de manera particular. Como individuos, formamos parte de la sociedad y nos vemos obligados a ajustarnos a sus normas. Por supuesto, si alguien quiere utilizar el sistema para alcanzar su propio interés, puede ganar mucho dinero respetando las reglas del sistema, es decir, la legalidad. Por ejemplo, si yo me endeudo mucho y realizo muchas inversiones, cuanto más lo haga, más créditos podré conseguir para seguir invirtiendo. Por tanto, adaptarse al sistema es la solución. En realidad, no. Más bien es la causa de la crisis que padecemos. El verdadero error es el consumo masivo de capitales, que convierte al sistema económico en algo frágil y que obliga a los bancos centrales a intentar solucionar los problemas que provoca esa fragilidad. Esto lo pagan automáticamente todos los ciudadanos porque, cuando el banco central actúa, lo hace aumentando la oferta monetaria. Es decir, inyectando nuestro dinero en el sistema, lo que reduce el valor de la moneda en conjunto. De manera que, cuando un banco central salva a un banco comercial, lo pagamos todos. No una gran cantidad cada uno, solo una muy pequeña, pero sí una parte. Así pues, adaptarse al sistema no significa mejorarlo. Entonces, ¿por qué usar dinero en efectivo —como usted propone— es un acto de resistencia? Buena pregunta. Lo es porque el sistema puede empeorar. Se entiende bien, me parece, que los Gobiernos quieran que todo el dinero tenga forma contable, pero también es comprensible que esa aspiración estatal perjudique a la economía de los ciudadanos. Pienso que es bueno que los individuos, las familias, las empresas mantengan cierta autonomía. Es decir, que no se puedan rastrear todos los flujos de dinero, y menos aún que se centralice toda esa información. Por eso es positivo que tengamos dinero en efectivo, ya que así se reduce el control del Estado sobre nuestras vidas. ¿Significa eso que debemos guardar el dinero bajo el colchón para utilizarlo después en nuestra vida diaria? No, por supuesto que no. Guardar el dinero bajo el colchón no es práctico. La mayoría de las personas tiene algo de dinero en efectivo paralizado. De hecho, el escenario que comentamos es más un problema para la gente rica que para la clase media. El ciudadano común tiene un porcentaje mayor de su dinero en efectivo que el que posee la gente adinerada, que normalmente guarda sus ahorros en los bancos. ¿También el ahorro es un acto subversivo? Una economía libre con un sistema monetario abierto incentiva el ahorro de dinero en efectivo bajo control propio e inmediato. Las inversiones en cuentas de ahorro u otras relativamente seguras también desempeñan un cierto papel, pero el atesoramiento de dinero es lo más habitual, especialmente entre familias de rentas bajas. Por el contrario, cuando la inflación crece y los precios suben, como en un sistema de moneda fiduciaria, el atesoramiento de dinero se convierte en suicida porque la moneda cada vez vale menos. Resulta entonces aconsejable endeudarse y apalancar las inversiones o invertir en productos financieros que nos devuelvan un interés. De ese modo, compensamos la pérdida de poder adquisitivo provocada por la inflación con los intereses que producen las inversiones. En pocas palabras, en un escenario inflacionista lo racional sería invertir en productos de más riesgo para conseguir un retorno monetario que exceda la tasa de inflación de los precios. Esto es verdad en todos los sectores, incluyendo a las familias. Usted aconseja «usar la imaginación» para empezar a cambiar el sistema monetario actual. Para cambiarlo se pueden hacer muchas cosas. Por ejemplo, mover el dinero. Hay formas de efectuar cobros y pagos con modalidades de dinero privado en lugar de hacerlo con el dinero convencional (dólares, euros, etcétera), que es el controlado por los Gobiernos. Pienso en la moneda virtual bitcoin, reconocida en Alemania desde 2013 y sujeta a la misma tributación que el euro y que puede ser convertida en otra moneda de curso legal real o virtual. A partir de ahí se pueden implantar otras iniciativas que suplan a las monedas tradicionales. Así que me mantengo optimista sobre el futuro. ¿No es utópico pensar en una liberalización del mercado monetario? El mercado de dinero debería funcionar como cualquier otro mercado, basta con que no esté completamente intervenido. Por tanto, frente al progresivo control estatal sobre todo tipo de transacciones (como la obligación de los bancos de informar de los pagos superiores a tres mil euros), utilizar billetes y monedas para las compras ordinarias es un acto de libertad y de resistencia ante el monopolio de un Estado que nos empuja a un mundo solo con dinero digital. ¿No sería mejor reformar el sistema actual que inventar otro sin respaldo de los Estados y sus bancos centrales? Por supuesto, se pueden hacer muchas cosas dentro del sistema para mejorarlo, pero no hay duda de la imperiosa necesidad de cambiarlo. Para empezar, y sin diseñar un plan detallado, la manera más fácil sería permitir más competencia en el mercado monetario. Si se autorizan más competidores, el sistema no dependerá solo del monopolio gubernamental. ¿Qué sistema económico posibilitaría esos cambios? El sistema perfecto es aquel que se basa en la libertad, dentro de los límites del derecho a la propiedad privada. El sistema ideal es un sistema en el que prime la responsabilidad. ¿Ve algún aspecto positivo en la intervención monetaria por parte del Estado? Un keynesiano diría que tiene ventajas agregadas para el empleo y para la producción. Estos beneficios existen a corto plazo, pero solo a corto plazo. Si la intervención permanece sine die, entonces aparecen los problemas. A corto, los bancos centrales pueden estimular la producción agregada hasta el punto de fomentar el consumo. Sin embargo, ¿qué ocurre después? Que la gente se dedica a producir bienes de consumo a corto plazo y se olvida de los bienes capitales. Un ejemplo sencillo: deja de reparar los edificios y las calles, y en su lugar se centra en producir alimentos o ropa. Al final, sin embargo, los edificios se derrumbarán y las calles presentarán todo tipo de baches, de manera que la productividad disminuirá porque los escombros afectarán a la distribución de los bienes: habrá retrasos en los pedidos, averías en los camiones de reparto... En síntesis, los bancos centrales pueden estimular la producción a corto plazo, pero siempre a expensas de romper el equilibrio entre los diferentes tipos de bienes y servicios que se deberían producir y ofertar. ¿Cuáles son la raíces intelectuales de la intervención monetaria actual? El keynesianismo, por supuesto. Su neomercantilismo ha corroído los fundamentos de nuestro sistema monetario. Mientras que los economistas clásicos y sus herederos intelectuales habían intentado reducir el papel monetario del Estado tanto como fuera posible —hasta el punto de privatizar la acuñación de dinero—, los keynesianos propugnaban ponerlo todo bajo el control estatal. Lo más importante es que buscaban reemplazar las monedas materiales del mercado libre, como la plata y el oro, por dinero fiduciario. Como sabemos, tuvieron éxito. En 1971, los Estados Unidos abandonaron el patrón oro, y el valor del dólar pasó a sostenerse exclusivamente en la confianza que le dan sus poseedores. Desde entonces, toda la economía mundial ha estado bajo ese patrón fiduciario. ¿Qué idea principal transmite a sus estudiantes sobre estos temas? Intento que comprendan el mundo que les rodea y los mecanismos básicos de la economía. Es una misión bastante dura porque nacen y crecen en un entorno impregnado por las ideas intervencionistas de Keynes. Mi objetivo es proporcionarles una visión diferente, que tengan más información; por ejemplo, que entiendan el papel fundamental que los ahorros juegan en una economía de mercado y en cualquier sociedad libre. Me centro para ello en los límites y las consecuencias del intervencionismo monetario, algo que se puede estudiar en diferentes niveles a lo largo de la formación universitaria. ¿Dónde quedan los valores en esa tarea de formación de los futuros economistas? Sinceramente, los valores no aparecen en la primera línea de mi enseñanza, aunque por supuesto hablo de la ética en todos los aspectos de la docencia. La ética económica debe asentarse en el conocimiento de la economía. Solo se pueden formular verdaderos juicios éticos cuando se conoce el entorno. Empezar al revés supone adoptar un orden erróneo. No se pueden hacer juicios éticos sin que antes se entienda a fondo lo que está pasando. ¿Por último, ¿qué tres claves debería tener presentes un ciudadano para sobrevivir en el entorno económico que usted describe? Primero: ahorrar siempre es bueno. No solo le beneficia a uno mismo, sino también a toda la economía. Segundo: no podemos enriquecernos gracias a los bancos centrales. Lo que nos hace más ricos es producir más. El banco central crea dinero, pero más dinero no implica más bienes y servicios. No podemos alimentarnos con dinero. El acuñar más moneda evita la crisis a corto plazo pero, precisamente por eso, fomenta comportamientos que provocan las crisis a largo plazo. El problema de los bancos centrales consiste en que, digamos, actúan como las drogas: te ayudan a olvidar los problemas presentes pero, cuanto más consumes, más te perjudican. Tercero: tenemos un sistema económico basado en los bancos centrales y en la monetarización. Ambas cosas son destructivas en el largo plazo, y el ser humano vive décadas: vive a largo plazo. Los riesgos de un mundo sin dinero en efectivo
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